Esta podría considerarse una historia apócrifa del psicoanálisis porque nunca leí algo parecido en mis lecturas del genio vienés. Mi interés no es la biografía ni la información, sino la reflexión. Conocí a un especialista en Freud que estaba haciendo una tesis sobre el origen y la importancia de los sueños en el nacimiento de la ciencia de la mente. Su nombre no tiene importancia, pero sus palabras me dejaron intrigado: “me tesis supone una revolución a la par que una revelación del creador del psicoanálisis. Si tengo éxito gran parte de la profesión y los cimientos de la ciencia del diván serán puestos en un brete”. Yo le miré con atención, extrañeza, intriga y escepticismo. Profano como científico, he sido asiduo lector de sus obras; así, a los 15 años leí su “Psicopatología de la vida cotidiana” que me dejó vivamente impactado y con la sensación que un mundo nuevo se me abría en mi mente. Bien fuera porque mi cara delataba el velo de escepticismo que amenazaba sus palabras o bien por la impaciencia de mi amigo en dar a conocer su tesis, sin esperar mis palabras añadió: “No digas nada, paso a referirte un sueño que ocultó el autor y que resulta revelador”. Y así comienza el relato del sueño:
“Apenas tuve tiempo de despertarme y la pesadilla empezó a ser realidad. Había soñado que tomaba un libro de la librería de mi habitación, que aquel se convertía en una pesada daga, que me dirigía al cuarto de mis padres que dormían plácidamente y que les hundía en sus cuerpos ese instrumento que ahora me parecía liviano. Había soñado que clavaba y desclavaba hasta desaparecer la blancura de las sábanas y caer la sangre por las patas de la cama. Me dije: “esto no es un crimen, sino un justo castigo por no recibir regalos por mis cumpleaños como los otros niños, por obligarme a estudiar en lugar de dejarme jugar a la pelota, por castigarme en mi cuarto sin salir cuando hurgaba entre sus cosas”.
Al fin desperté, me vestí temblando y en ese momento me vino a la cabeza el libro que fue daga en el sueño. Me dirigí a la librería y comprobé aliviado que estaba allí. Sin embargo, con todo el aire aún en los pulmones, se me aceleró el corazón y el vacío se me hizo en el estómago: el libro estaba boca abajo, cuando yo estaba seguro haberlo hojeado y colocado boca arriba el día anterior. Me dejé caer en la cama tiritando a pesar de ser verano: sólo era capaz de mirar de reojo al pasillo que daba a la puerta de mis padres.
Agotado por el miedo, me volví a dormir –eso creo- porque me despertó un policía y una señora para mí desconocida y me hablaron de un terrible suceso en mi casa. Ahora soy adulto y no recuerdo bien sus palabras, pero me dijeron que mis padres habían muerto y creían que el motivo era el robo. Sin embargo a mí siempre me ha angustiado dos cosas: que no encontraran a los culpables y que el instrumento del crimen fuera… un afilado abre-cartas que tenía mi padre en el escritorio, donde guardaba… sus cosas.
Es sabido que Freud no mató a sus padres pero mi amigo, el especialista, me dijo que este sueño condicionó su obra. Mi curiosidad me llevó a pedirle que sacara algo de su valioso tiempo y que me lo explicara porque, a pesar de lo que traslucía el sueño narrado, no veía la relación y la importancia entre él y el giro copernicano que su tesis pretendía. Y mi amigo me dijo: “el sueño referido es sólo una muestra significativa del resultado de mis investigaciones. La semana que viene tengo un hueco y te llamaré”. Asentí con la cabeza.
Sin embargo tengo que decir que la reunión nunca se celebrará: ayer recibí la noticia de que mi amigo apareció muerte en su casa apuñalado con un fino abrecartas. Como dicen los cristianos: “que descanse en paz”. No se sabe quién le ha matado; no tenía, que se sepa, enemigos, y no ha sido fruto de un robo, porque todo en su casa ha quedado intacto. A mí me ha dado por pensar en cosas que yo mismo no me atrevo a relatar. Es más, he empezado a tener un miedo atroz de mi amistad con el amigo muerto. Sé que es irracional, pero no lo puedo evitar. Espero que con el tiempo se me pase.
Antonio Mora Plaza
Madrid, 31 de mayo de 2008
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