19 jun 2008

El Oráculo

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Todo empezó el día que me armé de valor y pregunté a mi abuelo el porqué de su empeño de que yo heredara su Biblioteca. Le dije que mi agradecimiento era infinito y que la cuidaría como una madre cuida a un hijo, pero que no quería ser ni instrumento ni objeto de discriminación o privilegio, que la familia era frondosa y yo una rama de tercer grado. Mi abuelo me dijo: “quiero romper la profecía, las palabras del oráculo indio, no perderé la riqueza que para mí es la biblioteca; además tu alma coincidirá en esta vida con la mía en el tiempo y así no se producirá la trasmigración jainista de las almas y podré ser consecuentemente ateo”. En mi vida –poca aún- me había quedado tan estupefacto: no sabía nada de la índica profecía, de la creencia en la transmigración, ni en el empeño de mi abuelo en ir contra la profecía que el padre de mi abuelo había recibido en estigma en tierras indias. Interrogando a mi abuelo me dijo que él no estuvo en esas tierras orientales donde se profesa la no violencia, las tierras de Buda y Mahavira, del budismo y el jainismo, del valle del Indo, donde se escribieron los inmensos poemas de el Ramayana y el Mahabharata, donde se fundaron los poblados de Mohenjodaro y Harappa. Todo esto lo he sabido mucho después cuando concluí mi investigación acerca de la profecía. Días después mi abuelo, sentado en su sillón preferido me dijo sin que yo le preguntara nada: “de joven tuve la osadía, la falsa modestia, de saberlo todo. Tarde me he dado cuenta de mi error. Quiero reparar el daño a mi alma transmigrante porque el pecado de la soberbia se paga con el olvido y la desmemoria”. Con la edad parecía que el panteísta que era mi abuelo había transmigrado de adjetivo polizón a sujeto protagonista y lo de ateo –que también lo era- de orgulloso sujeto a precavido adjetivo. Entonces le pregunté por la profecía y él, casi a regañadientes, me la dijo. Dice así:

serás hijo de harapientos, pero rico
vivirás en medio de la riqueza, pero pobre
y cuando mueras no sabrás que fuiste pobre y rico, rico y pobre
y perderás toda tu riqueza antes de morir

Y añadió: “yo no acabo de entenderla del todo, sólo en parte. Yo quiero romperla y tú me servirás doblemente para interpretarla y romperla”. Y entonces mi abuelo me soltó la divagación que sigue: “hay que interpretarlos con amplitud de miras: sin oráculos no habría Edipo, Macbeth, Segismundo. El teatro es hijo de la ambigüedad, de la polisemia, del engaño y la traición, que todo viene a ser lo mismo. Y todo ello adulterado con la metáfora, que es la mentira de los dioses. Sin metáfora no habría arte, sólo descripción. Interpreta, muchacho, interpreta”. Mi abuelo tapaba la incredulidad de sus palabras con la fascinación de la sorpresa: no había tiempo para reponerse y pensar.
Y un día, cuando mi abuelo hacía 5 años que había muerto, me fui a la actual Pakistán, a tierras de Harappa, al poblado del río Ravi donde ¿predicó? mi abuelo el castellano y dejó escuela, y dónde hubo un templo famoso por sus oráculos. Allí me encontré a un monje jainista que conoció a mi abuelo y que sabía de la profecía porque era el escribano del oráculo, el notario de sus palabras o, como él decía poéticamente –para el gusto occidental algo cursi- “el viento de los destinos”. Charlamos largamente porque el hablaba el castellano fruto de la siembra del padre de mi abuelo. Poco a poco fui descubriendo los secretos de la profecía, algunos evidentes y otros no tantos, que luego se verán. A mí me inquietaba si, a la postre, mi abuelo se había salido con la suya, había roto el destino, desacreditado el oráculo, contradicho lo profético. Y así estábamos cuando apareció un niño de poca edad y me sorprendió la reprimenda que el monje le echó y el niño se alejó mirándome con una curiosidad y una fijación impropia de su edad. El monje, ante mi cara de estupor y desagrado, me dijo: “es mi hijo como podéis haber imaginado. Todo su afán es salir del entorno del templo cuando no está en la biblioteca con los profesores y resto de los alumnos. Parece mayor porque habréis podido comprobar su altura, pero sólo tiene 5 años recién cumplidos. Afuera acechan delincuentes de toda laya y no puede mezclarse. Sueña con visitar Occidente, sueña a veces con ciudades donde se mezclan lenguas y religiones, donde se pisa sobre tesoros escondidos, donde el sol caliente pero no quema, donde la lluvia moja pero no empapa, sueña con ciudades como belenes rodeadas de secas tierras y claros cielos. Si lo deseáis podéis hablar con él. No os preocupéis porque tiene el don de lenguas y os entenderá”. Agradecí su ofrecimiento, pero ya había tenido bastante y decidí volver sin hablar con el niño por miedo a que la razón y la ciencia no cuadrara con la intuición que me salía a borbotones.
¡Ah, se me olvidaba! He de explicar mis pesquisas acerca de la profecía. No es complicada: “serás hijo de harapientos, pero rico”. En efecto mi abuelo –porque la profecía se refería a mi abuelo y no a su padre- era hijo adoptivo de los naturales de Harappa, aunque el patronímico aceptado es harapenses; y rico porque mi abuelo lo era al menos intelectualmente. “Vivirás en medio de la riqueza, pero pobre”. Estará claro para el que haya leído el relato del “Alquimista de Toledo”, donde mi abuelo tenía una casa y sabía de la tumba del alquimista que transmuto sus huesos en oro y en un rincón del cementerio reposan, justo muy cerca de su finca. “Cuando mueras no sabrás que fuiste pobre y rico, y rico y pobre”. ¿Sabía mi abuelo lo anterior a la hora de su muerte? A mi abuelo le sobraba perspicacia para eso y mucho más. “Y perderás tu riqueza antes de morir”. La riqueza, claro está, era su biblioteca, que me la legó.
¿Se cumplió entonces el oráculo o no ?: que el lector lo juzgue. Yo en cambio sigo pensando en la muerte mi abuelo hace 5 años, en el hijo del monje jainista de 5 años, en su don de lenguas, en la descripción de la ciudad de sus sueños y en la transmigración de las almas, y una sombra recorre mis certezas: ¿consiguió mi abuelo romper el mito de la transmigración de las almas declarándome heredero de la biblioteca para que no coincidieran su alma, mi alma y su riqueza? ¿Logró evitar su reencarnación? A veces he deseado volver a Harappa y hablar con el hijo del monje jainista, pero no he tenido valor. Quizá algún día.
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Antonio Mora Plaza
Madrid, 18 de junio de 2006

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