5 jun 2008

Historia del Espejo y la Sombra

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Mi abuelo por parte de madre era rico y cuando murió sólo me dejó su biblioteca. No era voluminosa pero sí exquisita. Hojeando un día un libro que era una traducción del árabe pude leer la historia que sigue y que reconstruyo fiándome de la memoria.

Había en Bagdad un beduino burlón que de todo hacía chanzas y un día se encontró una botella en medio de las dunas del desierto. Frotó la botella diciendo: ”vamos mago vidrioso, hazte presente que te pediré un imposible, a ver si eres capaz de cumplirlo”. Pasaron los minutos y la botella parecía hundirse en la arena sin que ni mago ni humo ni vapor salieran. El beduino montó en su camello y cuando hubo recorrido 2 horas se encontró otra botella. La tomó de nuevo para hacer nuevas gracietas cuando se dio cuenta de que era la misma. Del susto montó de nuevo en su camello para dejar lo más lejos posible ese extraño suceso cuando un genio vaporoso, gordinflón y movedizo le espantó al camello y el beduino beso la arena. El genio le dijo: “huidizo beduino, pídeme lo que quieras y te será concedido”. En el beduino, repuesto del susto, se dibujaba una sonrisa en sus labios, síntoma de que su ingenio había zurcido algo. El beduino le dijo al genio de forma enérgica: “hazme a la vez alto y bajo, guapo y feo, bueno y malo”. Pensaba el árabe que tal petición era una contradicción en los términos y no sería posible atenderlo ni por el más mago de los genios ni por el genio más genial de los magos. Pero he aquí que el genio de la botella contestó: ”sea, tú lo has querido, a partir de ahora será un espejo”. En efecto, el espejo reflejaba siempre, no la realidad, sino los deseos de los que se miraban, y así, los bajitos no se veían como tales, los feos se atusaban hasta parecerse a sí mismos galanes y los malos, de puro mirarse, se olvidaban de cualquier arrepentimiento. Pero el beduino, convertido en espejo en el paso de caravanas que se dirigía a Bagdad, vio como su cuerpo se ajaba rápidamente y un día rogó al genio que se le apareciera porque estaba arrepentido de sus burlas y chanzas. El genio apareció y el beduino-espejo le preguntó porqué envejecía tan rápidamente y el genio contestó: “lastimado beduino, el espejo está dotado de virtudes, pero tiene un defecto que es la causa de tu decrepitud: no resiste la mentira”. A lo que el beduino le suplicó: ”si no puedes volverme a mi ser anterior conviérteme en algo eterno”, pensando de nuevo que era un imposible, incluso para tan etéreo ser. El genio le contestó: ”sea, serás eterno mientras exista la luz y los objetos materiales”, y le convirtió en una sombra y añadió: “serás casi eterno, pero te arrastrarás siempre, todos te pisarán y dependerás del Sol para renacer todos los días y, lo peor, cuando te sientes preso de la desesperación no podrás recurrir al suicidio porque no eres libre, dependes de todo lo demás”. Y el genio se plegó a la botella.

Mi abuelo dejó en la contraportada la siguiente nota: “esta historia es la más antigua de las historias, anterior a los poemas indios y árabes, anterior al Gilgamesh, anterior al mito de Osiris y de Moisés y, claro está, anterior al mito de la caverna de Platón. Ahora ya sabemos que las sombras que dibujan los objetos tuvieron su origen burlesco y su final trágico en el cruce de caravanas camino de Bagdad”. ¿Tenía razón mi abuelo? No lo sé, a mí sólo me toca disfrutar de la historia y espero que los lectores de ella también.

Lo que sí recuerdo es que me dijo es que su fuente de inspiración habían sido los cuentos de Sherezade y añadió: “Las mil noches es el libro que más admiro porque está exento de retórica: ni un verbo de más ni un adjetivo inadecuado”. Yo le señalé, no sin cierta maldad, que él adolecía al hablar precisamente de esa retórica cuya ausencia en los demás tanto valoraba. Mi abuelo, quizá algo molesto por mi tono inquisitorial se quitó las gafas, se sentó, me hizo sentar y me soltó lo que sigue: “Es mi opinión como lector. El estilo retórico, ampuloso, indica deseo de inmortalidad, y no me refiero exclusivamente a la obra sino también a la persona; en cambio, quién o quienes escribieron los cuentos de Sherezada sólo buscaban entretener; el que escribe retórico piensa en él y en su sustento, el que escribe sencillo piensa sólo en el lector”. No insistí más en el tema porque está vez me había convencido y añadió en tono más relajado: “el cuento del Espejo y la Sombra es quizá el único que he escrito para niños, porque sólo siendo un niño se puede aceptar como verosímil. Algún día te explicaré las dos características que debe reunir cualquier relato, cualquier obra de arte; ahora es tarde y tu madre te espera y a mí tu abuela Francisca”. Nos despedimos. El se quedó como siempre hojeando sus libros y yo intrigado por sus palabras.

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Antonio Mora Plaza

Madrid, 25 de mayo de 2008

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