5 jun 2008

El azar no existe

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Es esta una historia increíble, pero la contaré tal como me sucedió, sin añadir un verbo de más o poner un adjetivo inadecuado. Hallábame en un librería y tomé un libro al azar, abrí por una página cualquiera y empecé a leer en el primer párrafo en el que mi vista se posó. El texto decía: “el tiempo es el instinto de la memoria”, y a continuación seguía: “si volvieras a abrir otro libro al azar y encontraras la misma combinación de palabras anteriores –tiempo, instinto y memoria- te será dado la ¿virtud? de la inmortalidad”. Más sorprendente incluso que lo anterior fue lo que siguió: “pero ha de ser fruto del azar, nunca ha de ser buscado; por el contrario, si tu búsqueda fuera fruto del deseo, tus días estarán contados”. De la impresión se me cayó el libro de las manos y una hermosa joven me ayudó a recogerlo, quizá apiadada de mi provecta edad. Era hermosa, alta, con el pelo recogido con una ancha cinta y portaba un vestido de una sola pieza de vivos colores que le tapaba hasta el tobillo. Le dí las gracias y cuando se alejaba ya de espalda a mí me dijo: “no olvides la página y el párrafo que has leído”. Miré la página instintivamente y sin recuperarme de la sorpresa busqué a la mujer con la mirada, pero esta había desaparecido. La página era la 365 y el párrafo el 24. Esto me ocurrió hace 10 años. Desde entonces he estado obsesionado con visitar librerías y bibliotecas, tomar libros al azar –con los ojos cerrados-, leer la página 365 -si tantas tenía el libro- y contar las líneas hasta la 24. Y siempre me preguntaba: ”¿debía ser azaroso el libro o también página y párrafo?”. Así transcurrió el tiempo hasta que ayer descubrí por error una librería de viejo y tomé un libro como siempre al azar y, ¡oh sorpresa!, en la página 365, línea 24, decía las mismas palabras: “el tiempo es el instinto de la memoria”. El libro se me cayó de nuevo de las manos, me temblaron las piernas y me tuve que apoyar en una mesa cercana para no caer. Y de pronto, de espaldas a mí, la misma voz que oí hace un decenio decía: “tomad el libro que tanto anheláis”. La mujer se alejaba de espaldas; su vestido y su porte era el mismo que el de antaño y, como quiera que yo deseaba ver el rostro de quien me traía la buena nueva de la vida eterna, la tomé del brazo y la giré hacia mí. Lo que ví me horrorizó: sí, llevaba el mismo vestido, la misma cinta, tenía el mismo pelo, pero su rostro era el de una anciana decrépita. Recuerdo que sólo la pude preguntar: “¿porqué?”. Ella me contestó: “el azar no existe”, y desapareció.

Desde entonces no he vuelto a leer un libro de más de 364 páginas, ni he vuelto a pisar una librería.

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Antonio Mora Plaza

Madrid, 27 de mayo de 2008

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