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Un día que me acompañaba mi abuela Francisca en la biblioteca leyendo un libro sobre Margarita Xirgu y cuando mi abuelo hacía un año que nos había dejado, levanté la vista del pesado libro de cuentos de Anderssen que tenía en mis manos y le pregunté algo que me intrigaba hacía tiempo: “Abuela, perdona que te moleste, pero siempre me ha extrañado la reacción que tuvo el abuelo ante los brishanianos. Sé que le amenazaron más que veladamente, pero siempre le supuse un valor tal que no se arredraba ante nada: ni ante los infortunios de la vida, ni ante la bellaquería de ciertos especímenes del género humano. Sin embargo, por el tono con que me contó su decisión de marchar a Lima y por lo forzado de su decisión, siempre creí que había algo más que su seguridad no podía ocultar y que no sé si tú misma conoces”. Mi abuela dejó la lectura, se sonrió de forma compasiva y me dijo: “Tienes mucha razón y eres muy perspicaz: creo que tu abuelo ha dejado semilla bien plantada en este mundo. Había algo más, sí: ¡tu abuelo fue secuestrado durante una semana al poco de recibir la amenaza de los brishanianos! El justificó su ausencia por nuevos asuntos diplomáticos que el ministro de la Guerra le había confiado, agradecido como estaba por su gestión en el caso del Reina Regente. Yo siempre supe lo del secuestro, pero nunca lo comenté porque el prefería vivir en la creencia de mi ignorancia y yo preferí no importunarle por la certeza de su incomodidad por mi conocimiento del hecho. Todo acabó en una semana, pero sí es cierto que tu abuelo no fue el mismo y nuestro destino no hubiera sido el peruano si no hubiera mediado esa semana infortunada. Eso es… casi todo”. Y cuando le iba a comentar que forzosamente debían sospechar que era obra de los brishanianos me di cuenta de la última frase. “Abuela, qué es eso de casi todo: ¿aún más infortunios?” Y mi abuela, contenta por mantenerme en tensión como tanto gustaba el abuelo, me dijo: “Recuerdo que recibimos una carta de qué o quién sabe Dios -o lo que haya de tejas arriba- que acababa de la siguiente manera:
DESISTE DE GOLD-BACH
… con un guión entre las letras “D” y “B”, eso lo recuerdo bien. Nunca supe qué era eso, qué significaba y como podía relacionarse con las amenazas de los brishanianos. Tu abuelo fue mudo en esto. La carta estará guardado en uno de estos 12.000 libros. Si quieres entretenerte ya sabes: busca la verdad, pero preserva la memoria de tu abuelo”. Me quedé sólo y me dije: “Aquí más misterios que en las Pirámides y todos los templos egipcios juntos. No debería empezar siquiera, pero no sé como desistir de la curiosidad sin menoscabo de mi sosiego”. Y se me ocurrió que lo primero que debía hacer era escribir al Ministerio de Defensa –heredero suponía yo de los archivos del antiguo Ministerio de Guerra- preguntando si tenían conocimiento del diplomático Humberto Ortega Navarro allá por el año 1896. Hubo respuesta:
“No tenemos constancia de que ninguna persona de nuestra embajada, ningún diplomático o funcionario a nuestro servicio, ningún ciudadano español hubiera sido secuestrado en esa fecha. Si tal hecho hubiera ocurrido con el familiar que nos señala, quedaría constancia del hecho en nuestros archivo”.
Quedaba claro que no se habían enterado: quizá por el legendario mal funcionamiento de nuestra Administración, quizá porque no lo fuera en calidad de diplomático o relacionado de alguna manera con el Ministerio o, quizá también, porque no fuera en realidad secuestro y mi abuela estuviera equivocada. Por ahora la única pista que tenía era la frase: “desiste de Gold-Bach”. Era poco, salvo que gold significa oro o áureo en inglés y que Bach era el músico favorito de mi abuelo. Entonces se me ocurrió lo obvio: mirar en todos los libros de la biblioteca que estuvieran relacionados con Bach de alguna manera. Yo sabía que mi abuelo escribía su información, sus comentarios, en libros que tuvieran algún nexo común por muy peregrino o caprichoso que pareciera: así, una vez descubrí investigando el caso de un secuestro de perros en los que intervino mi abuelo como ayudante del inspector que había etiquetado como “lanas” con perros y colchones, relacionando un caso de robo de perros de raza y su provisional destino: una colchonería. El nexo era, como habrá adivinado el lector, el nombre de su perro; en otro caso utilizó un libro sobre ciclomotores porque contenía el resumen de dos palabras relacionado con el caso: motores, porque se trataba de un caso de espionaje sobre los primeros fiat y las escuchas en según qué ondas de radio –ciclos- que transmitían la información. Podía alargar los casos ad infinitum, porque el lenguaje español y el ingenio de mi abuelo daban para mucho. Al principio pensé en Bach como músico, en su Tocata y Fuga, en los conciertos de Brandenburgo, en sus cientos de composiciones, en el Barroco, puesto que era el más digno representante de esa época. No me sirvió de nada. Sin embargo, algo cambió cuando pensé en la música en general; entonces era inevitable relacionar notas musicales, armónicos, y las matemáticas; ahí estaban los pitagóricos, de los que mi abuelo era un miembro destacado de la secta o escuela española actual. Todo el mundo conoce el aforismo de Pitágoras: el número es esencia de todas las cosas; es menos sabido que también es padre de otro aforismo: el número gobierna el tono musical. Y rebuscando encontré en el libro X de la República de Platón lo que sigue: “Sobre cada uno de los círculos se mantenía una sirena, que giraba con él, y emitía una sola voz y de un solo tono; las ocho voces de las ocho sirenas formaban un conjunto armónico”. Es el mito de la música de las esferas. Bach, música, armónicos, pitagóricos, eran nexos que me llevaban de lo que recordaba mi abuela a la secta a la que pertenecía mi abuelo. Los brishanianos se perdían una vez más en el horizonte y me acercaban cada vez más a la secta degenerada de los pitagóricos: los poligonales. Entonces creía tener el caso muy cerca de su resolución. Ahora comprobará el lector que no era tal, porque cometí un error de principiante relacionando a Bach con los pitagóricos y los poligonales, y en cambio, descuidando un mensaje más profundo que tenían las palabras de mi abuela. Pero sigamos.
Seguí buscando pistas, esta vez en la frondosa sección de matemáticas antiguas que tenía mi abuelo, con sus tendencias y escuelas, como la jónica, la pitagórica, la eleática, la dialéctica, con representantes como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Hipasos, Teodoro, Hipócrates de Quíos, Parménides, Zenón, Hipias, Antifón, y un largo etc. Nada de nada. No lograba salir del círculo vicioso de la matemática griega hasta que un día pensé en el aforismo de que no todo está en los libros y le dije a mi abuela: “Dime que tipo de ropa llevaba el abuelo el día de su secuestro. Quizá un hecho así se te haya quedado grabado en tu memoria, que es por cierto envidiable”. Y mi abuela me sorprendió con algo más: “No sólo recuerdo lo que llevaba, sino que aún conservo con naftalina el abrigo que tenía el día de su secuestro porque, aún cuando nunca más se lo puso, nunca me atreví a tirarlo: manías de vieja”. Me trajo el abrigo, miré sus bolsillos y esto fue lo que encontré:
“Debemos impedir la entrada a nuestra secta a todo tipo de creyentes. Creer es ineludible en las religiones porque la última frontera no tiene explicación. Nuestra misión es más modesta: dotar de rigor el pensamiento y la ciencia. O creer o pensar, sin mezcla. El poder terrenal es consustancial a la creencia, porque si todo lo pones en duda no necesitas autoridad terrenal que te guíe, sino una multiplicidad de puntos de vista sin jerarquías ni privilegios. Sobran de nuestra organización los poligonales. Pero tenemos otro problema. Hoy es insostenible pensar que se puede construir sistemas formales sólo con los números naturales tal y como pensaban los fundadores, Pitágoras, Tales, Anaximandro, etc., porque la irracionalidad de ciertas medidas como la hipotenusa de un triángulo isósceles, la matemática de los infinitesimales, las geometrías no euclidianas, el teorema de Cantor de la diagonal o los teoremas de incompletitud de Gödel, han dinamitado el realismo de nuestras hipótesis; y si eso cae, no podemos sostener los ritos sobre la música de las esferas o sobre las transmigración de las almas. Propongo dos cosas: expulsar a los poligonales de nuestra secta por degeneración en la creencia y por apartarse de la ciencia, y unirnos a los infinitorum para adecuarnos a los tiempos modernos, o, al menos, estar a la altura del siglo XIX. Más no os quiero pedir. Seguir trabajando en la matemática no cantoriana con rigor junto con la comunidad matemática universitaria que nada sabe de nosotros como secta. También debemos profundizar en las conjeturas de Fermat, Poincaré y Goldbach. De las 2 primeras está muy cerca la comunidad matemática de su solución. De la tercera aún no se han dados pasos sustanciales, pero incluso de esta también algo se puede decir…”.
Daba para mucho las palabras de mi abuelo. Desde luego la nota no estaba ahí por casualidad. Quizá la tenía porque no pudo darla a conocer, quizá la dejó olvidada en el abrigo, o quizá… la dejó para que la encontrara yo cuando su alma –o simplemente su yo- hubiera transmigrado: mi abuelo era capaz de eso. Volvía a ver la palabra Goldbach y podía subsanar mi primer error: el nexo de unión no era Bach, música, pitagóricos, sino Gold-Bach, Goldbach, conjetura. Lo que no sabía era si se quedaba ahí o tenía algún nexo más. A pesar de todo, desconocía lo principal, el objeto de lo que investigaba: el porqué y por quién fue secuestrado mi abuelo. Ahora sabía quién no había sido: los brishanianos. Sólo eso.
Muy sorprendida se quedó mi abuela cuando le enseñé la nota, ya totalmente amarillenta y casi desmadejada. La leyó, se quedó pensando y me dijo: “Sé cómo ayudarte a partir de ahora, porque yo también estoy intrigada. Siempre pensé que el secuestro de tu abuelo era obra de los seguidores del sultán ese y veo que estaba equivocada. Ya te he dicho lo del temblor de tu abuelo en las manos y cómo yo leía los libros que él cogía. Ahora no lo podemos hacer porque ha pasado mucho tiempo y los libros se han movido mucho, pero hay otra posibilidad”. Entonces llamó mi abuela a Turca, la gata de sus amores y la dio a oler la nota encontrada en el abrigo y dijo: “Esto es casi infalible; Turca relaciona los libros que tocó tu abuelo con el olor por más tiempo que haya pasado; ahora irá a un libro relacionado con lo anterior”. Y en efecto, tardó un poco, pero se subió al tercer anaquel de la sección de matemáticas y señaló olisqueando el libro de Cantor sobre los Fundamentos de la matemática de conjuntos. En el libro había un papel fino y amarillento en la penúltima hoja que a mí siempre me resultó esquivo porque yo había leído sin acabarlo ese libro. Decía:
“Es la primera vez que una obra del ser humano necesita a Dios como hipótesis sin ser religiosa ni teológica, y nadie nos echará de ese Paraíso que nos ha traído Cantor. Firmado: los transfinitos”.
La cosa se complicaba cada vez más: pitagóricos, poligonales, transfinitos, conjeturas incomprensiblemente trascendentes, sectas científicas degeneradas en creyentes. Ahora tenía una buena tarta que no sabía ni de que estaba hecha, ni como partirla. Le sugerí a mi abuela que diera a oler de nuevo a la gata el papel amarillento del libro de Cantor. Lo olió, saltó al cuarto anaquel no ya sin esfuerzo, pasó por el borde del estante y se quedó fija en un libro que se titulaba Pirronismo, para saltar de nuevo sobre el regazo de mi abuela como diciendo: “misión cumplida, espero ahora mi premio, mis pobres y limitados humanos”. Tomé el libro y en la segunda hoja había escrito lo siguiente:
NADA ES MÁS
Y llevaba una firma: los escépticos, con un comentario de mi abuelo: “Esta es una rama matemática de los godelianos. Es también una rama degenerada que ha caído en la creencia. La respetamos, pero nos apartamos de ella por 2 motivos: por creyentes y porque tenemos que discutir con los godelianos nuestras hipótesis. Gödel es un hueso duro de roer aún mayor que Cantor. Gödel ha demostrado que no puede haber un sistema formal –matemático ha de entenderse- que pueda ser a la vez completo y no contradictorio. No es que haga imposible la validez de un sistema, pero lo limita. Nunca habrá, según sus demostraciones, ni una Matemática Universal ni, probablemente, una Lógica Universal. Con Gödel nuestras aspiraciones se han ido al traste. Podemos construir una matemática alternativa a la cantoriana porque su demostración tiene el vicio de mezclar en el curso de la demostración de la diagonal el infinito actual y el infinito potencial; con Gödel no hay alternativa. Sus demostraciones son inapelables. No existe una matemática godeliana y no godeliana: toda es godeliana, es decir, no universal. Firmado: H.O.N.
Es evidente que era mi abuelo, Humberto Ortega Navarro, y se dirigía, suponía yo, a sus camaradas, los pitagóricos. Ahora estaba agobiado de tanta acumulación de nombres y escuelas o sectas: pitagóricos, poligonales, transfinitos, escépticos y, no me extrañaría que, cantorianos e infinitorum. Quizá debía ordenar todo este material, pero antes llamé a Ana, mi ex-novia matemática, y le dije: “Quiero que me ayudes sobre algunas conjeturas. Sé la de Fermat, creo saber la de Goldbach y no tengo ni idea de la de Poincaré. No te puedo explicar el porqué, pero te puedo asegurar que esta vez no es curiosidad científica”. Y en efecto, me explicó la del francés que no entendí, la de Fermat que ya la sabía y me aclaró que la de Goldbach era tan simple como lo siguiente. Goldbach era un aficionado amigo de Euler y tuvo el mérito de hacer una pregunta que nadie se había hecho. “Verás –me dijo-, la suma de 2 número primos –exceptuado el 2- es siempre un número par por el simple motivo que todos los números primos son impares. Pero Goldbach le dio la vuelta a la cuestión y se preguntó: ¿se puede asegurar que todo número par puede ser el resultado de la suma de 2 números primos? Algo se ha avanzado desde los tiempos de Goldbach, pero sigue sin solucionarse. De las otras conjeturas se han dado pasos para su solución y no tardando mucho caerán”.
Seguía perdido entre tanta secta y decidí poner un anuncio, un reclamo en los periódicos. Este diría algo así como:
“Encontrado trabajo crítico sobre la demostración de Cantor de la diagonal. Se requiere interpretación del mismo. ”.
Y firmaba con el pentagrama pitagórico como identificación y la casa de mi abuela como centro de reunión. Me fui a su casa, me refugié en la biblioteca y esperé acontecimientos. Parece ser que me quedé dormido y tuve el siguiente sueño: soñé que iba en una barcaza por un río embravecido que a veces se convertía en mar y que llevaba gran cantidad de cimitarras, cada una con una etiqueta y un número. Recuerdo los primeros números: 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, y no recuerdo más. De pronto el agua entra en la barcaza y se hunden las cimitarras, pero los números se desprenden. Yo soy a la vez actor y espectador, porque estoy en la barca pero nada me afecta, ni siquiera estoy mojado. Al final las etiquetas y yo llegamos a una orilla y… aquí acaba el sueño porque cuando me despierto estoy rodeado de 3 señores muy mayores y mi abuela que me dice: “Nieto, despierta que estos señores quieren hablar contigo. Dicen que eran amigos de tu abuelo y que tú les entenderás. Te dejo con ellos”. Les miré sin que pudiera evitar una cierta desconfianza. Eran 3 personas muy mayores, verdaderos ancianos, los 3 con sus bastones respectivos y bien trajeados, y cuando intenté presentarme no me dejaron porque uno de ellos comenzó a hablar: “Hemos venido hasta aquí porque hemos leído algunos relatos suyos donde aparece magníficamente retratado su abuelo. Sabemos que está haciendo una biografía. No vamos a negar que nos ha intrigado el anuncio en el periódico sobre el teorema de Cantor. Somos representantes de las escuelas –lo de sectas no nos gusta- de los poligonales, transfinitos, goldbachianos y escépticos. Hay más escuelas, por supuesto: pitagóricas, cantorianas, infinitorum, godelianas, hilbertianas, etc., aparte de las formalmente conocidas como intuicionistas, formalistas y logicistas. Venimos, como se dice en las películas de John Ford, en son de paz. Tu abuelo no nos ha tratado bien, pero no guardamos rencor, porque el rencor es la carcoma de la conciencia y una buena conciencia es salud. Tu abuelo ha trabajado contra nosotros, tachándonos de creyentes, como si el creer en la trascendencia fuera impedimento para conocer la verdad o fuera pecado de soberbia. Es verdad, somos creyentes, pero dejamos apartada la fe cuando la lógica, el rigor, la ciencia, aparecen. Es verdad también que históricamente esto no se ha conseguido y muchos de nuestros antepasados han utilizado la excomunión, el oprobio, la tortura y, a veces, la hoguera, cuando la religión lo dominaba todo: o se era papista o hereje. Eso también afectaba a nuestras comunidades. Pero estamos en el siglo XX y las cosas han cambiado o están cambiando. Nos gustaría saber hasta dónde llegó tu abuelo y los de su escuela en 2 conjeturas: en la de Cantor y en la de Goldbach. De la primera tengo una idea, pero de la segunda no sé por donde va. No le pedimos que delate los posibles avances de su abuelo o los de su escuela; le pedimos sólo 3 cosas: que sea benevolente con nosotros en la biografía de su abuelo y no se deje embaucar por habladurías; que cuente con nuestra colaboración para esa biografía; por último, pero lo más importante: que nos crea si le decimos que nada tuvimos que ver en el secuestro de su abuelo. La defensa de nuestros puntos de vista no nos lleva al delito en los tiempos que corren, aunque no nos avale la historia. No lo tome como una amenaza, pero en todas las comunidades de personas hay gente de todos los caracteres, para todos los gustos, de todos los niveles intelectuales, de variados temperamentos, y no siempre podemos controlarles a todos. Lo intentamos siempre, pero no siempre lo conseguimos. No le molestamos más. Ha sido un placer. No hace falta que se moleste, ya conocemos el camino”. Y se fueron sin que supiera si 2 de ellos eran mudos o no.
Ahora tenía muchos datos y era tiempo de reflexionar sobre todo esto. Por ello me hice el siguiente esquema:
Científicos Creyentes
pitagóricos poligonales
cantorianos transfinitos
infinitorum goldbachianos
godelianos escépticos
A la rama científica (no creyentes) se le hacía corresponder la rama degenerada (creyentes), aunque en el caso de los infinitorum tenía mis dudas si los goldbachianos era su rama degenerada o no tenía patrocinio científico. ¿Quién de todos estos era el responsable del secuestro de mi abuelo? Podía proceder especulando por eliminación. Si hubieran sido los poligonales sería una evidencia, porque ya se habían declarado la guerra dialéctica hace tiempo y, en esto casos, siempre hay un dogmático, un exaltado, que va más allá de lo permitido, se vuelve guerrero, se cristianiza y viene la agresión. Pero no hay constancia de ello. Desechamos a los científicos –los no creyentes- porque están en sintonía en lo principal: en la ciencia lo que importa es el método y no el objeto. Los escépticos, como rama creyente de los godelianos, poco tienen que ver con las creencias de mi abuelo y quizá con cualquier otra; es una escuela cuya duda les lleva a la parálisis, por lo que difícilmente se embargarían en algo tan complicado e innecesario como un secuestro. Sólo nos quedan los transfinitos –los más creyentes- y los goldbachianos. Y aquí me paro porque establecer más conjeturas sin unas sólidas bases es caer en el pecado de la soberbia. Los transfinitos es la rama que menos me tranquiliza, porque si ya su ídolo científico –el gran Cantor- creía precisamente que los números transfinitos eran síntoma de la trascendencia, de la existencia de Dios, imaginemos lo que pueden llegar a pensar y hacer los miembros de la rama degenerada, una vez caídos en el agujero negro de la creencia y perdida la mano de la ciencia. Pero no se podía descartar a nadie, ni siquiera a los científicos, porque el dogmatismo acecha siempre cuando se pierde el sentido de la realidad. De nuevo estaba perdido a pesar de la enorme información que iba acumulando. Decidí entonces repetir el experimento del anuncio en el periódico con el siguiente texto:
Se cambia información sobre secuestro de H.O.N. por solución de la reina de las conjeturas.
Y de nuevo el pentagrama como firma. Era peligroso, pero había que arriesgar. El lugar de la cita era en el café más conocido de Toledo, que no diré, lugar público, con varias salidas. El día era los lunes de cada semana. Pasaron dos viernes y nada pasó. Volví a casa de mi abuela, alcancé la enorme sala de la biblioteca y me refugié en el sillón donde tantas veces se quedaba dormido mi abuelo. Miré los libros, pero más con el deseo de descansar la mente que con la necesidad de la lectura. Recorrí mentalmente la Odisea y la librería, estableciendo una correspondencia entre las aventuras y desdichas del gran Ulises y algunos libros que me habían acompañado siempre: miraba los primeros libros de Freud que me descubrió una nueva visión de las cosas como el Psicoanálisis del Arte; el primer Quijote de Gustavo Doré, que puso límite a la posibilidad de leer algo comparable; mi primera Historia de la Filosofía de Betrand Russell, tan espontánea como sesgada; el rigor de la historia con el primer Vicens Vives de la Aproximación a la Historia de España; el descubrimiento de la tragedia con el Edipo de Sófocles; la comprensión de la Física a partir de lo elemental con la insuperable Biografía de la Física de George Gamow; un García Pelayo de Derecho Constitucional; el descubrimiento del poeta a través de la poesía con Lorca y su igual en prosa con las Sonatas de Valle; el equilibrio perfecto, el maridaje perfecto entre fondo y forma de Quevedo en Los Sueños; el primer Shakespeare con discutible traducción de Astrana Marín; la soberbia crítica de la Historia del Teatro Español de Francisco Ruiz Ramón; de la aventura por la aventura de Salgari; la poesía en prosa de las Leyendas de Bécquer; el suspense del Sherlock Holmes de Conan Doyle; el misterio con Poe; y así recorría mi vista los anaqueles sin poder pararme en ningún libro en especial, porque según iba leyendo sus títulos se me disparaba la fantasía hasta descabalgar el juicio, cosa que ahora no me podía permitir: tenía un capítulo importante de la biografía de mi abuelo y hasta el soñar era un obstáculo. De pronto vi que el III libro de Los Elementos estaba descabalgado del estante y me levanté a colocarlo porque no podía soportar un libro que no guardara fila, como en una formación militar, yo, que era antimilitarista y no sólo pacifista. Cogí a Euclides con una mano, con tan ¿mala? suerte que se me cayó y quedó abierto en una página que originalmente estaba en blanco, pero que –como no podía ser menos- estaba repleta de la escritura de mi abuelo. Ahí no estaba la sorpresa, la sorpresa era su contenido. Veamos lo que decía:
“Mi más querido nieto. Supongo que te habrás divertido si has llegado hasta aquí, porque todos los caminos de la geometría llevan a Euclides. Te diré la verdad: no hubo tal secuestro; repito que el secuestro no ha existido, sino una invitación al debate. Todo lo he preparado para poner a prueba a las sectas o escuelas y provocar la catarsis en la mía, la de los pitagóricos, como bien sabes; también es un viaje iniciático para ti tras mi viaje trasmigrante. Casi todas la escuelas, incluso la mía, tienen algo contra mí: la mía, la de los pitagóricos, porque soy crítico nada menos que a la idea de ellos de la trasmigración, porque yo la creo de otra manera que no es momento de explicar; los cantorianos, porque he demostrado que se puede construir una matemática no cantoriana no aceptando que se pueda mezclar en el curso de una demostración los conceptos de infinito potencial y actual: uno u otro deben formar parte de las hipótesis, pero no los dos a la vez en el curso de la misma demostración; los infinitorum, porque no acepto la existencia de los número reales, sino sólo como límites, es decir, no acepto ni aceptamos las cortaduras de Dedekind; los godelianos, porque no vemos como se puede demostrar la mayor infinitud de los reales si no se acepta el teorema de la diagonal de Cantor; los poligonales, porque he propuesto echarlos de nuestra rama por creyentes acientíficos; los transfinitos, porque utilizan la matemática para la creencia en Dios, lo cual debería ser una ofensa para los propios creyentes; los goldbachianos, porque he establecido como conjetura de la conjetura que la información en la definición de número primo no es suficiente como para demostrarla o refutarla; y por último los escépticos, porque amplifican las diferencias que ya mantenemos con los godelianos, con el agravante de que son creyentes. Todos tiene motivos para criticarme, odiarme y, en algunos casos, algo más: el dogmatismo, fruto de la ignorancia, instrumento de la desesperación, padre de la soberbia, enemigo de la reflexión, puede hacer estragos en mentes débiles o patológicas. Es inevitable que surja alguien que quiera pasar a la acción porque la auténtica reflexión la madre naturaleza se la ha negado. Por eso fingí mi propio secuestro. Pensaba estar más días, pero yo observaba el sufrimiento de tu abuela cuando iba al mercado; yo era el mendigo al que dejabais alguna moneda. Nunca me reconocisteis. Volviendo a lo nuestro, creo que es una tarea imprescindible para que la ciencia avance separar con muro de piedra la ciencia de la creencia: o la una o la otra. El diálogo entre ambos es imposible, porque el que cree utiliza la ciencia que desconoce como una excusa para su creencia; y el que es científico no puede soportar la creencia, no porque no pueda aceptarla, sino porque puede omitirla y aceptarla con el mismo resultado. Te vendrán representantes de sectas que se llamarán escuelas y te propondrán su complicidad. Ponles buena cara y sigue tu camino. No seas objeto de adulación ni de promesas. Suerte y no te ocupes tanto de mí que yo seré otro yo que no sabrá de tu yo”.
¡Casi había adivinado todo lo que iba a pasar cuando dejara este miserable mundo! Por un momento miraba los libros, los huecos de entre los libros, los reflejos en las paredes y me parecía que mi abuelo estaba ahí, vigilando, confortándome, ya sin ningún temor, y yo percibía una compañía de esas que deseas su presencia cuando la necesitas, pero de la que no añoras su ausencia cuando no la requieres. Le enseñé a mi abuela el escrito del abuelo en el III tomo de Euclides y esto fue lo que me dijo: “Ya te dije que no lo creía. Me alegro por tu abuelo, porque se ahorró un buen sufrimiento, él, tan kantiano. Sin embargo, algo pasó porque tu abuelo no volvió a ser el mismo y no fue fingimiento, porque nadie cambia de verdad cuando finge”.
Desistí de seguir investigando porque no había caso. El abuelo no había sido secuestrado y todo era especular. Esto es lo que comentaba a Ana, la ex-novia matemática, tomando un café en una terraza. Sin embargo, ella me dijo algo intrigante: “De las 3 grandes conjeturas que hay, es decir, la de Fermat, Poincaré y Godlbach, 2 están cerca de su solución, pero la tercera parece alejarse más a medida que conocemos algo. Supongo que habrás adivinado que ésta es…”. Entonces sonó un disparó, miré atrás, a los lados y no vi nada; luego, miré de frente y vi a Ana con la cabeza encima de la mesa y todo lleno de sangre. Estaba muerta.
Ha pasado el tiempo y no he vuelto a retomar el asunto por miedo, a pesar de las 2 dudas que tengo: ¿la bala era para mí y erraron el tiro?, ¿cuál era la conjetura que no se había casi movido desde su nacimiento, según Ana? A veces pienso en mi abuelo y en Ana y me digo: ¿serán felices en sus nuevos yos? Y me reconforto contestando que sí, con toda seguridad. Ana, abuelo: siempre estaréis en mi cabeza y en mi corazón.
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Antonio Mora Plaza
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Un día que me acompañaba mi abuela Francisca en la biblioteca leyendo un libro sobre Margarita Xirgu y cuando mi abuelo hacía un año que nos había dejado, levanté la vista del pesado libro de cuentos de Anderssen que tenía en mis manos y le pregunté algo que me intrigaba hacía tiempo: “Abuela, perdona que te moleste, pero siempre me ha extrañado la reacción que tuvo el abuelo ante los brishanianos. Sé que le amenazaron más que veladamente, pero siempre le supuse un valor tal que no se arredraba ante nada: ni ante los infortunios de la vida, ni ante la bellaquería de ciertos especímenes del género humano. Sin embargo, por el tono con que me contó su decisión de marchar a Lima y por lo forzado de su decisión, siempre creí que había algo más que su seguridad no podía ocultar y que no sé si tú misma conoces”. Mi abuela dejó la lectura, se sonrió de forma compasiva y me dijo: “Tienes mucha razón y eres muy perspicaz: creo que tu abuelo ha dejado semilla bien plantada en este mundo. Había algo más, sí: ¡tu abuelo fue secuestrado durante una semana al poco de recibir la amenaza de los brishanianos! El justificó su ausencia por nuevos asuntos diplomáticos que el ministro de la Guerra le había confiado, agradecido como estaba por su gestión en el caso del Reina Regente. Yo siempre supe lo del secuestro, pero nunca lo comenté porque el prefería vivir en la creencia de mi ignorancia y yo preferí no importunarle por la certeza de su incomodidad por mi conocimiento del hecho. Todo acabó en una semana, pero sí es cierto que tu abuelo no fue el mismo y nuestro destino no hubiera sido el peruano si no hubiera mediado esa semana infortunada. Eso es… casi todo”. Y cuando le iba a comentar que forzosamente debían sospechar que era obra de los brishanianos me di cuenta de la última frase. “Abuela, qué es eso de casi todo: ¿aún más infortunios?” Y mi abuela, contenta por mantenerme en tensión como tanto gustaba el abuelo, me dijo: “Recuerdo que recibimos una carta de qué o quién sabe Dios -o lo que haya de tejas arriba- que acababa de la siguiente manera:
DESISTE DE GOLD-BACH
… con un guión entre las letras “D” y “B”, eso lo recuerdo bien. Nunca supe qué era eso, qué significaba y como podía relacionarse con las amenazas de los brishanianos. Tu abuelo fue mudo en esto. La carta estará guardado en uno de estos 12.000 libros. Si quieres entretenerte ya sabes: busca la verdad, pero preserva la memoria de tu abuelo”. Me quedé sólo y me dije: “Aquí más misterios que en las Pirámides y todos los templos egipcios juntos. No debería empezar siquiera, pero no sé como desistir de la curiosidad sin menoscabo de mi sosiego”. Y se me ocurrió que lo primero que debía hacer era escribir al Ministerio de Defensa –heredero suponía yo de los archivos del antiguo Ministerio de Guerra- preguntando si tenían conocimiento del diplomático Humberto Ortega Navarro allá por el año 1896. Hubo respuesta:
“No tenemos constancia de que ninguna persona de nuestra embajada, ningún diplomático o funcionario a nuestro servicio, ningún ciudadano español hubiera sido secuestrado en esa fecha. Si tal hecho hubiera ocurrido con el familiar que nos señala, quedaría constancia del hecho en nuestros archivo”.
Quedaba claro que no se habían enterado: quizá por el legendario mal funcionamiento de nuestra Administración, quizá porque no lo fuera en calidad de diplomático o relacionado de alguna manera con el Ministerio o, quizá también, porque no fuera en realidad secuestro y mi abuela estuviera equivocada. Por ahora la única pista que tenía era la frase: “desiste de Gold-Bach”. Era poco, salvo que gold significa oro o áureo en inglés y que Bach era el músico favorito de mi abuelo. Entonces se me ocurrió lo obvio: mirar en todos los libros de la biblioteca que estuvieran relacionados con Bach de alguna manera. Yo sabía que mi abuelo escribía su información, sus comentarios, en libros que tuvieran algún nexo común por muy peregrino o caprichoso que pareciera: así, una vez descubrí investigando el caso de un secuestro de perros en los que intervino mi abuelo como ayudante del inspector que había etiquetado como “lanas” con perros y colchones, relacionando un caso de robo de perros de raza y su provisional destino: una colchonería. El nexo era, como habrá adivinado el lector, el nombre de su perro; en otro caso utilizó un libro sobre ciclomotores porque contenía el resumen de dos palabras relacionado con el caso: motores, porque se trataba de un caso de espionaje sobre los primeros fiat y las escuchas en según qué ondas de radio –ciclos- que transmitían la información. Podía alargar los casos ad infinitum, porque el lenguaje español y el ingenio de mi abuelo daban para mucho. Al principio pensé en Bach como músico, en su Tocata y Fuga, en los conciertos de Brandenburgo, en sus cientos de composiciones, en el Barroco, puesto que era el más digno representante de esa época. No me sirvió de nada. Sin embargo, algo cambió cuando pensé en la música en general; entonces era inevitable relacionar notas musicales, armónicos, y las matemáticas; ahí estaban los pitagóricos, de los que mi abuelo era un miembro destacado de la secta o escuela española actual. Todo el mundo conoce el aforismo de Pitágoras: el número es esencia de todas las cosas; es menos sabido que también es padre de otro aforismo: el número gobierna el tono musical. Y rebuscando encontré en el libro X de la República de Platón lo que sigue: “Sobre cada uno de los círculos se mantenía una sirena, que giraba con él, y emitía una sola voz y de un solo tono; las ocho voces de las ocho sirenas formaban un conjunto armónico”. Es el mito de la música de las esferas. Bach, música, armónicos, pitagóricos, eran nexos que me llevaban de lo que recordaba mi abuela a la secta a la que pertenecía mi abuelo. Los brishanianos se perdían una vez más en el horizonte y me acercaban cada vez más a la secta degenerada de los pitagóricos: los poligonales. Entonces creía tener el caso muy cerca de su resolución. Ahora comprobará el lector que no era tal, porque cometí un error de principiante relacionando a Bach con los pitagóricos y los poligonales, y en cambio, descuidando un mensaje más profundo que tenían las palabras de mi abuela. Pero sigamos.
Seguí buscando pistas, esta vez en la frondosa sección de matemáticas antiguas que tenía mi abuelo, con sus tendencias y escuelas, como la jónica, la pitagórica, la eleática, la dialéctica, con representantes como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Hipasos, Teodoro, Hipócrates de Quíos, Parménides, Zenón, Hipias, Antifón, y un largo etc. Nada de nada. No lograba salir del círculo vicioso de la matemática griega hasta que un día pensé en el aforismo de que no todo está en los libros y le dije a mi abuela: “Dime que tipo de ropa llevaba el abuelo el día de su secuestro. Quizá un hecho así se te haya quedado grabado en tu memoria, que es por cierto envidiable”. Y mi abuela me sorprendió con algo más: “No sólo recuerdo lo que llevaba, sino que aún conservo con naftalina el abrigo que tenía el día de su secuestro porque, aún cuando nunca más se lo puso, nunca me atreví a tirarlo: manías de vieja”. Me trajo el abrigo, miré sus bolsillos y esto fue lo que encontré:
“Debemos impedir la entrada a nuestra secta a todo tipo de creyentes. Creer es ineludible en las religiones porque la última frontera no tiene explicación. Nuestra misión es más modesta: dotar de rigor el pensamiento y la ciencia. O creer o pensar, sin mezcla. El poder terrenal es consustancial a la creencia, porque si todo lo pones en duda no necesitas autoridad terrenal que te guíe, sino una multiplicidad de puntos de vista sin jerarquías ni privilegios. Sobran de nuestra organización los poligonales. Pero tenemos otro problema. Hoy es insostenible pensar que se puede construir sistemas formales sólo con los números naturales tal y como pensaban los fundadores, Pitágoras, Tales, Anaximandro, etc., porque la irracionalidad de ciertas medidas como la hipotenusa de un triángulo isósceles, la matemática de los infinitesimales, las geometrías no euclidianas, el teorema de Cantor de la diagonal o los teoremas de incompletitud de Gödel, han dinamitado el realismo de nuestras hipótesis; y si eso cae, no podemos sostener los ritos sobre la música de las esferas o sobre las transmigración de las almas. Propongo dos cosas: expulsar a los poligonales de nuestra secta por degeneración en la creencia y por apartarse de la ciencia, y unirnos a los infinitorum para adecuarnos a los tiempos modernos, o, al menos, estar a la altura del siglo XIX. Más no os quiero pedir. Seguir trabajando en la matemática no cantoriana con rigor junto con la comunidad matemática universitaria que nada sabe de nosotros como secta. También debemos profundizar en las conjeturas de Fermat, Poincaré y Goldbach. De las 2 primeras está muy cerca la comunidad matemática de su solución. De la tercera aún no se han dados pasos sustanciales, pero incluso de esta también algo se puede decir…”.
Daba para mucho las palabras de mi abuelo. Desde luego la nota no estaba ahí por casualidad. Quizá la tenía porque no pudo darla a conocer, quizá la dejó olvidada en el abrigo, o quizá… la dejó para que la encontrara yo cuando su alma –o simplemente su yo- hubiera transmigrado: mi abuelo era capaz de eso. Volvía a ver la palabra Goldbach y podía subsanar mi primer error: el nexo de unión no era Bach, música, pitagóricos, sino Gold-Bach, Goldbach, conjetura. Lo que no sabía era si se quedaba ahí o tenía algún nexo más. A pesar de todo, desconocía lo principal, el objeto de lo que investigaba: el porqué y por quién fue secuestrado mi abuelo. Ahora sabía quién no había sido: los brishanianos. Sólo eso.
Muy sorprendida se quedó mi abuela cuando le enseñé la nota, ya totalmente amarillenta y casi desmadejada. La leyó, se quedó pensando y me dijo: “Sé cómo ayudarte a partir de ahora, porque yo también estoy intrigada. Siempre pensé que el secuestro de tu abuelo era obra de los seguidores del sultán ese y veo que estaba equivocada. Ya te he dicho lo del temblor de tu abuelo en las manos y cómo yo leía los libros que él cogía. Ahora no lo podemos hacer porque ha pasado mucho tiempo y los libros se han movido mucho, pero hay otra posibilidad”. Entonces llamó mi abuela a Turca, la gata de sus amores y la dio a oler la nota encontrada en el abrigo y dijo: “Esto es casi infalible; Turca relaciona los libros que tocó tu abuelo con el olor por más tiempo que haya pasado; ahora irá a un libro relacionado con lo anterior”. Y en efecto, tardó un poco, pero se subió al tercer anaquel de la sección de matemáticas y señaló olisqueando el libro de Cantor sobre los Fundamentos de la matemática de conjuntos. En el libro había un papel fino y amarillento en la penúltima hoja que a mí siempre me resultó esquivo porque yo había leído sin acabarlo ese libro. Decía:
“Es la primera vez que una obra del ser humano necesita a Dios como hipótesis sin ser religiosa ni teológica, y nadie nos echará de ese Paraíso que nos ha traído Cantor. Firmado: los transfinitos”.
La cosa se complicaba cada vez más: pitagóricos, poligonales, transfinitos, conjeturas incomprensiblemente trascendentes, sectas científicas degeneradas en creyentes. Ahora tenía una buena tarta que no sabía ni de que estaba hecha, ni como partirla. Le sugerí a mi abuela que diera a oler de nuevo a la gata el papel amarillento del libro de Cantor. Lo olió, saltó al cuarto anaquel no ya sin esfuerzo, pasó por el borde del estante y se quedó fija en un libro que se titulaba Pirronismo, para saltar de nuevo sobre el regazo de mi abuela como diciendo: “misión cumplida, espero ahora mi premio, mis pobres y limitados humanos”. Tomé el libro y en la segunda hoja había escrito lo siguiente:
NADA ES MÁS
Y llevaba una firma: los escépticos, con un comentario de mi abuelo: “Esta es una rama matemática de los godelianos. Es también una rama degenerada que ha caído en la creencia. La respetamos, pero nos apartamos de ella por 2 motivos: por creyentes y porque tenemos que discutir con los godelianos nuestras hipótesis. Gödel es un hueso duro de roer aún mayor que Cantor. Gödel ha demostrado que no puede haber un sistema formal –matemático ha de entenderse- que pueda ser a la vez completo y no contradictorio. No es que haga imposible la validez de un sistema, pero lo limita. Nunca habrá, según sus demostraciones, ni una Matemática Universal ni, probablemente, una Lógica Universal. Con Gödel nuestras aspiraciones se han ido al traste. Podemos construir una matemática alternativa a la cantoriana porque su demostración tiene el vicio de mezclar en el curso de la demostración de la diagonal el infinito actual y el infinito potencial; con Gödel no hay alternativa. Sus demostraciones son inapelables. No existe una matemática godeliana y no godeliana: toda es godeliana, es decir, no universal. Firmado: H.O.N.
Es evidente que era mi abuelo, Humberto Ortega Navarro, y se dirigía, suponía yo, a sus camaradas, los pitagóricos. Ahora estaba agobiado de tanta acumulación de nombres y escuelas o sectas: pitagóricos, poligonales, transfinitos, escépticos y, no me extrañaría que, cantorianos e infinitorum. Quizá debía ordenar todo este material, pero antes llamé a Ana, mi ex-novia matemática, y le dije: “Quiero que me ayudes sobre algunas conjeturas. Sé la de Fermat, creo saber la de Goldbach y no tengo ni idea de la de Poincaré. No te puedo explicar el porqué, pero te puedo asegurar que esta vez no es curiosidad científica”. Y en efecto, me explicó la del francés que no entendí, la de Fermat que ya la sabía y me aclaró que la de Goldbach era tan simple como lo siguiente. Goldbach era un aficionado amigo de Euler y tuvo el mérito de hacer una pregunta que nadie se había hecho. “Verás –me dijo-, la suma de 2 número primos –exceptuado el 2- es siempre un número par por el simple motivo que todos los números primos son impares. Pero Goldbach le dio la vuelta a la cuestión y se preguntó: ¿se puede asegurar que todo número par puede ser el resultado de la suma de 2 números primos? Algo se ha avanzado desde los tiempos de Goldbach, pero sigue sin solucionarse. De las otras conjeturas se han dado pasos para su solución y no tardando mucho caerán”.
Seguía perdido entre tanta secta y decidí poner un anuncio, un reclamo en los periódicos. Este diría algo así como:
“Encontrado trabajo crítico sobre la demostración de Cantor de la diagonal. Se requiere interpretación del mismo. ”.
Y firmaba con el pentagrama pitagórico como identificación y la casa de mi abuela como centro de reunión. Me fui a su casa, me refugié en la biblioteca y esperé acontecimientos. Parece ser que me quedé dormido y tuve el siguiente sueño: soñé que iba en una barcaza por un río embravecido que a veces se convertía en mar y que llevaba gran cantidad de cimitarras, cada una con una etiqueta y un número. Recuerdo los primeros números: 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, y no recuerdo más. De pronto el agua entra en la barcaza y se hunden las cimitarras, pero los números se desprenden. Yo soy a la vez actor y espectador, porque estoy en la barca pero nada me afecta, ni siquiera estoy mojado. Al final las etiquetas y yo llegamos a una orilla y… aquí acaba el sueño porque cuando me despierto estoy rodeado de 3 señores muy mayores y mi abuela que me dice: “Nieto, despierta que estos señores quieren hablar contigo. Dicen que eran amigos de tu abuelo y que tú les entenderás. Te dejo con ellos”. Les miré sin que pudiera evitar una cierta desconfianza. Eran 3 personas muy mayores, verdaderos ancianos, los 3 con sus bastones respectivos y bien trajeados, y cuando intenté presentarme no me dejaron porque uno de ellos comenzó a hablar: “Hemos venido hasta aquí porque hemos leído algunos relatos suyos donde aparece magníficamente retratado su abuelo. Sabemos que está haciendo una biografía. No vamos a negar que nos ha intrigado el anuncio en el periódico sobre el teorema de Cantor. Somos representantes de las escuelas –lo de sectas no nos gusta- de los poligonales, transfinitos, goldbachianos y escépticos. Hay más escuelas, por supuesto: pitagóricas, cantorianas, infinitorum, godelianas, hilbertianas, etc., aparte de las formalmente conocidas como intuicionistas, formalistas y logicistas. Venimos, como se dice en las películas de John Ford, en son de paz. Tu abuelo no nos ha tratado bien, pero no guardamos rencor, porque el rencor es la carcoma de la conciencia y una buena conciencia es salud. Tu abuelo ha trabajado contra nosotros, tachándonos de creyentes, como si el creer en la trascendencia fuera impedimento para conocer la verdad o fuera pecado de soberbia. Es verdad, somos creyentes, pero dejamos apartada la fe cuando la lógica, el rigor, la ciencia, aparecen. Es verdad también que históricamente esto no se ha conseguido y muchos de nuestros antepasados han utilizado la excomunión, el oprobio, la tortura y, a veces, la hoguera, cuando la religión lo dominaba todo: o se era papista o hereje. Eso también afectaba a nuestras comunidades. Pero estamos en el siglo XX y las cosas han cambiado o están cambiando. Nos gustaría saber hasta dónde llegó tu abuelo y los de su escuela en 2 conjeturas: en la de Cantor y en la de Goldbach. De la primera tengo una idea, pero de la segunda no sé por donde va. No le pedimos que delate los posibles avances de su abuelo o los de su escuela; le pedimos sólo 3 cosas: que sea benevolente con nosotros en la biografía de su abuelo y no se deje embaucar por habladurías; que cuente con nuestra colaboración para esa biografía; por último, pero lo más importante: que nos crea si le decimos que nada tuvimos que ver en el secuestro de su abuelo. La defensa de nuestros puntos de vista no nos lleva al delito en los tiempos que corren, aunque no nos avale la historia. No lo tome como una amenaza, pero en todas las comunidades de personas hay gente de todos los caracteres, para todos los gustos, de todos los niveles intelectuales, de variados temperamentos, y no siempre podemos controlarles a todos. Lo intentamos siempre, pero no siempre lo conseguimos. No le molestamos más. Ha sido un placer. No hace falta que se moleste, ya conocemos el camino”. Y se fueron sin que supiera si 2 de ellos eran mudos o no.
Ahora tenía muchos datos y era tiempo de reflexionar sobre todo esto. Por ello me hice el siguiente esquema:
Científicos Creyentes
pitagóricos poligonales
cantorianos transfinitos
infinitorum goldbachianos
godelianos escépticos
A la rama científica (no creyentes) se le hacía corresponder la rama degenerada (creyentes), aunque en el caso de los infinitorum tenía mis dudas si los goldbachianos era su rama degenerada o no tenía patrocinio científico. ¿Quién de todos estos era el responsable del secuestro de mi abuelo? Podía proceder especulando por eliminación. Si hubieran sido los poligonales sería una evidencia, porque ya se habían declarado la guerra dialéctica hace tiempo y, en esto casos, siempre hay un dogmático, un exaltado, que va más allá de lo permitido, se vuelve guerrero, se cristianiza y viene la agresión. Pero no hay constancia de ello. Desechamos a los científicos –los no creyentes- porque están en sintonía en lo principal: en la ciencia lo que importa es el método y no el objeto. Los escépticos, como rama creyente de los godelianos, poco tienen que ver con las creencias de mi abuelo y quizá con cualquier otra; es una escuela cuya duda les lleva a la parálisis, por lo que difícilmente se embargarían en algo tan complicado e innecesario como un secuestro. Sólo nos quedan los transfinitos –los más creyentes- y los goldbachianos. Y aquí me paro porque establecer más conjeturas sin unas sólidas bases es caer en el pecado de la soberbia. Los transfinitos es la rama que menos me tranquiliza, porque si ya su ídolo científico –el gran Cantor- creía precisamente que los números transfinitos eran síntoma de la trascendencia, de la existencia de Dios, imaginemos lo que pueden llegar a pensar y hacer los miembros de la rama degenerada, una vez caídos en el agujero negro de la creencia y perdida la mano de la ciencia. Pero no se podía descartar a nadie, ni siquiera a los científicos, porque el dogmatismo acecha siempre cuando se pierde el sentido de la realidad. De nuevo estaba perdido a pesar de la enorme información que iba acumulando. Decidí entonces repetir el experimento del anuncio en el periódico con el siguiente texto:
Se cambia información sobre secuestro de H.O.N. por solución de la reina de las conjeturas.
Y de nuevo el pentagrama como firma. Era peligroso, pero había que arriesgar. El lugar de la cita era en el café más conocido de Toledo, que no diré, lugar público, con varias salidas. El día era los lunes de cada semana. Pasaron dos viernes y nada pasó. Volví a casa de mi abuela, alcancé la enorme sala de la biblioteca y me refugié en el sillón donde tantas veces se quedaba dormido mi abuelo. Miré los libros, pero más con el deseo de descansar la mente que con la necesidad de la lectura. Recorrí mentalmente la Odisea y la librería, estableciendo una correspondencia entre las aventuras y desdichas del gran Ulises y algunos libros que me habían acompañado siempre: miraba los primeros libros de Freud que me descubrió una nueva visión de las cosas como el Psicoanálisis del Arte; el primer Quijote de Gustavo Doré, que puso límite a la posibilidad de leer algo comparable; mi primera Historia de la Filosofía de Betrand Russell, tan espontánea como sesgada; el rigor de la historia con el primer Vicens Vives de la Aproximación a la Historia de España; el descubrimiento de la tragedia con el Edipo de Sófocles; la comprensión de la Física a partir de lo elemental con la insuperable Biografía de la Física de George Gamow; un García Pelayo de Derecho Constitucional; el descubrimiento del poeta a través de la poesía con Lorca y su igual en prosa con las Sonatas de Valle; el equilibrio perfecto, el maridaje perfecto entre fondo y forma de Quevedo en Los Sueños; el primer Shakespeare con discutible traducción de Astrana Marín; la soberbia crítica de la Historia del Teatro Español de Francisco Ruiz Ramón; de la aventura por la aventura de Salgari; la poesía en prosa de las Leyendas de Bécquer; el suspense del Sherlock Holmes de Conan Doyle; el misterio con Poe; y así recorría mi vista los anaqueles sin poder pararme en ningún libro en especial, porque según iba leyendo sus títulos se me disparaba la fantasía hasta descabalgar el juicio, cosa que ahora no me podía permitir: tenía un capítulo importante de la biografía de mi abuelo y hasta el soñar era un obstáculo. De pronto vi que el III libro de Los Elementos estaba descabalgado del estante y me levanté a colocarlo porque no podía soportar un libro que no guardara fila, como en una formación militar, yo, que era antimilitarista y no sólo pacifista. Cogí a Euclides con una mano, con tan ¿mala? suerte que se me cayó y quedó abierto en una página que originalmente estaba en blanco, pero que –como no podía ser menos- estaba repleta de la escritura de mi abuelo. Ahí no estaba la sorpresa, la sorpresa era su contenido. Veamos lo que decía:
“Mi más querido nieto. Supongo que te habrás divertido si has llegado hasta aquí, porque todos los caminos de la geometría llevan a Euclides. Te diré la verdad: no hubo tal secuestro; repito que el secuestro no ha existido, sino una invitación al debate. Todo lo he preparado para poner a prueba a las sectas o escuelas y provocar la catarsis en la mía, la de los pitagóricos, como bien sabes; también es un viaje iniciático para ti tras mi viaje trasmigrante. Casi todas la escuelas, incluso la mía, tienen algo contra mí: la mía, la de los pitagóricos, porque soy crítico nada menos que a la idea de ellos de la trasmigración, porque yo la creo de otra manera que no es momento de explicar; los cantorianos, porque he demostrado que se puede construir una matemática no cantoriana no aceptando que se pueda mezclar en el curso de una demostración los conceptos de infinito potencial y actual: uno u otro deben formar parte de las hipótesis, pero no los dos a la vez en el curso de la misma demostración; los infinitorum, porque no acepto la existencia de los número reales, sino sólo como límites, es decir, no acepto ni aceptamos las cortaduras de Dedekind; los godelianos, porque no vemos como se puede demostrar la mayor infinitud de los reales si no se acepta el teorema de la diagonal de Cantor; los poligonales, porque he propuesto echarlos de nuestra rama por creyentes acientíficos; los transfinitos, porque utilizan la matemática para la creencia en Dios, lo cual debería ser una ofensa para los propios creyentes; los goldbachianos, porque he establecido como conjetura de la conjetura que la información en la definición de número primo no es suficiente como para demostrarla o refutarla; y por último los escépticos, porque amplifican las diferencias que ya mantenemos con los godelianos, con el agravante de que son creyentes. Todos tiene motivos para criticarme, odiarme y, en algunos casos, algo más: el dogmatismo, fruto de la ignorancia, instrumento de la desesperación, padre de la soberbia, enemigo de la reflexión, puede hacer estragos en mentes débiles o patológicas. Es inevitable que surja alguien que quiera pasar a la acción porque la auténtica reflexión la madre naturaleza se la ha negado. Por eso fingí mi propio secuestro. Pensaba estar más días, pero yo observaba el sufrimiento de tu abuela cuando iba al mercado; yo era el mendigo al que dejabais alguna moneda. Nunca me reconocisteis. Volviendo a lo nuestro, creo que es una tarea imprescindible para que la ciencia avance separar con muro de piedra la ciencia de la creencia: o la una o la otra. El diálogo entre ambos es imposible, porque el que cree utiliza la ciencia que desconoce como una excusa para su creencia; y el que es científico no puede soportar la creencia, no porque no pueda aceptarla, sino porque puede omitirla y aceptarla con el mismo resultado. Te vendrán representantes de sectas que se llamarán escuelas y te propondrán su complicidad. Ponles buena cara y sigue tu camino. No seas objeto de adulación ni de promesas. Suerte y no te ocupes tanto de mí que yo seré otro yo que no sabrá de tu yo”.
¡Casi había adivinado todo lo que iba a pasar cuando dejara este miserable mundo! Por un momento miraba los libros, los huecos de entre los libros, los reflejos en las paredes y me parecía que mi abuelo estaba ahí, vigilando, confortándome, ya sin ningún temor, y yo percibía una compañía de esas que deseas su presencia cuando la necesitas, pero de la que no añoras su ausencia cuando no la requieres. Le enseñé a mi abuela el escrito del abuelo en el III tomo de Euclides y esto fue lo que me dijo: “Ya te dije que no lo creía. Me alegro por tu abuelo, porque se ahorró un buen sufrimiento, él, tan kantiano. Sin embargo, algo pasó porque tu abuelo no volvió a ser el mismo y no fue fingimiento, porque nadie cambia de verdad cuando finge”.
Desistí de seguir investigando porque no había caso. El abuelo no había sido secuestrado y todo era especular. Esto es lo que comentaba a Ana, la ex-novia matemática, tomando un café en una terraza. Sin embargo, ella me dijo algo intrigante: “De las 3 grandes conjeturas que hay, es decir, la de Fermat, Poincaré y Godlbach, 2 están cerca de su solución, pero la tercera parece alejarse más a medida que conocemos algo. Supongo que habrás adivinado que ésta es…”. Entonces sonó un disparó, miré atrás, a los lados y no vi nada; luego, miré de frente y vi a Ana con la cabeza encima de la mesa y todo lleno de sangre. Estaba muerta.
Ha pasado el tiempo y no he vuelto a retomar el asunto por miedo, a pesar de las 2 dudas que tengo: ¿la bala era para mí y erraron el tiro?, ¿cuál era la conjetura que no se había casi movido desde su nacimiento, según Ana? A veces pienso en mi abuelo y en Ana y me digo: ¿serán felices en sus nuevos yos? Y me reconforto contestando que sí, con toda seguridad. Ana, abuelo: siempre estaréis en mi cabeza y en mi corazón.
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Antonio Mora Plaza
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Madrid, 30 de julio de 2008
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