Era tan estricto mi abuelo con sus horarios que rara vez dormía fuera de los acostumbrados: al menos eso era lo que me comentaba mi abuela, otorgando a tal conducta su beneplácito. Fue por ello que un día que le pillé transpuesto en su sillón de la biblioteca, no pude resistir la tentación de curiosear el libro que tenía en sus manos. Ya se sabe que la curiosidad es la madre de la ciencia, pero es también madrastra del infortunio y hechicera de la maldad. Vi que estaba escrito un título en una hoja en blanco del libro del Fausto que forzosamente me llamó la atención: “Tratado de la mentira”, y un subtítulo que decía: “Notas sueltas”. Entonces recordé que mi abuelo me dijo una vez algo así como que “si alguna vez escribo algo serio para su edición será sobre la mentira”, y añadió muy serio y moviendo el dedo índice: “La mentira es la madre de la civilización, consuelo de la desigualdad, sosiego del moribundo, bálsamo de la injusticia. La mentira permite al general mandar a la muerte a sus soldados a sabiendas que su sacrificio será inútil; es sustento del matrimonio; exonera a los curas del pecado por vender la vida eterna futura a los pobres a cambio de que acepten la terrenal sin protestas; permite a unos hacer las guerras por su patria para que otros mueran por ella; da pie al proverbio de que ganarás el pan con el sudor de tu frente aunque sea de otro la panadería; ser jefe al peor dotado y medrar al incapaz; llevar al asilo al abuelo con la promesa de que estará mejor que en su casa; pagar al médico por el consuelo;…” y así un largo etcétera que omito para no cansar al lector, al que también hay que darle descanso, incluso para la verdad, sobre todo para la verdad. Entonces decidí no importunarle y tomé un libro de Castilla del Pino sobre la depresión, que era de los últimos que había incorporado mi abuelo a su biblioteca. Se despertó y aún con la modorra del despertar me abroncó diciendo: “No leas lo que es aún un borrador, porque cada uno tiene que ser el extintor de sus ilusiones y no los demás, y nunca antes de tiempo. Ya sabes que a veces he mentido a tu abuela, pero nunca por capricho, sino por salvaguardar un bien superior. No es honesto, pero ni lo soy, ni lo busco: somos un mar de imperfecciones con islotes de virtud. Para que veas que la mentira es necesaria, te contaré una leyenda sobre Teseo y el Minotauro que no encontrarás en los libros de mitología, porque estos están adulterados por las creencias, gustos y manías de los historiadores. Dice así: “Cuentan que en la antigua Creta había un monstruo con cuerpo de hombre pero cabeza de toro, que custodiaba un laberinto construido por otro ser mitológico, Dédalo, y que la derrota de Atenas ante el rey Minos obligaba a los atenienses al sacrificio de 7 doncellas todos los años a manos del monstruo. Dice la leyenda que la princesa Ariadna, que era hermana del Minotauro, se enamoró de Teseo y le pidió en prueba de su recíproco amor que le matara. Teseo, que no se arredraba ante nada, aceptó. Hasta ahí una de las versiones heterodoxas, pero nada se dice sobre cómo entró Teseo en el laberinto. Habla la mitología oficial del ovillo de hilo que dio Ariadna a su amado, pero se omite que el laberinto tenía 2 entradas, una de ellas cerrada y la otra abierta, custodiada por un beocio, que como se sabe eran guerreros sin escrúpulos y mentirosos. Pero además el beocio era guardián y prisionero a la vez, porque estaba vigilado desde 2 torres por sendos arqueros lacedemonios que no permitían su huida y obligaban al guardián del monstruo a abrir la puerta a cualquier aspirante a héroe que quisiera matarlo con tal de que adivinara cuál era la puerta que llevaba al Minotauro; de no adivinarla, los arqueros lacedemonios matarían al aspirante. Una sola cosa se le concedía a este: un deseo que no contradijera estas normas. ¿Qué harías tú, mi más querido nieto, para sortear al guardián y a los arqueros lacedemonios, entrar en el laberinto y matar al Minotauro sin riesgo alguno?”. ¡Cómo disfrutaba mi abuelo con ponerme en un brete, sobre todo desde que yo tenía el título de ingeniero! El sabía de mi afición por los juegos de ingenio, pero nunca me puso en uno tan difícil, porque lo que tiene de apócrifa -me dijo mi abuelo- es precisamente que todo lo hizo Teseo sin correr riesgo por su vida, en contra de lo que cuenta la mitología oficial, que tiende a la heroicidad como la abeja a la miel. Y mi abuelo continuó: “Teseo, que era tan ingenioso como Ulises y tan fuerte como Aquiles, llegó al laberinto, alzó la vista a los arqueros lacedemonios a la vez que agarraba por un hombre al guardián beocio y dijo estas palabras:
.
.
Antonio Mora Plaza
.
Madrid, 11 de agosto de 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario