Antonio Mora Plaza
- Mira, Laurita, en este libro de astronomía dice que hay otros planetas fuera del Sistema Solar y que a lo mejor hay vida en ellos-.
- ¿Qué pretendes, Valentina, que viajemos a otro planeta desde aquí? Eso debe quedar muy lejos, supongo -dijo Laurita entre sorprendida e interesada-.
- Eso es cierto si tuviéramos que ir andando, pero desde la Cueva de los Sueños las distancias no existen, por lo que tan lejos está ir a otro planeta como salir de la cueva y buscar níscalos.
- ¿Níscalos? ¿Eso que es? Bueno, sin cambiar de tema, podemos ir cuando quieras, pero no sabemos que habrá allí, ¿verdad? -se interrogó Laurita-.
- Cierto, y ni siquiera sabemos si será habitable, porque dice el libro que lo más normal es que no lo fuera y que no hubiera seres vivos-.
- ¿Y qué podría evitarlo? Pues vaya planeta más aburrido. Si es así, prefiero no intentarlo, porque eso me suena a que no habría más que piedras, y las piedras ni se mueven, salvo que las empujes o las lances. ¡Y tampoco habría árboles donde jugar al escondite! -se preguntó en voz alta Laurita como sorprendida de su propio descubrimiento-.
- Y lo que es peor, Laurita, no tendríamos qué comer -dijo Valentina-.
- En un planeta así sería aburrido hasta respirar -dijo Laurita mientras se sentaba en el frondoso césped de la cueva-.
- ¡Qué horror, Laurita! -dijo Valentina levantándose sobresaltada-
- ¡Qué pasa, Valentina! Vaya susto me has dado.
- Pues que al hablar de respirar me ha venido al pensamiento una cosa horrorosa que podría ocurrir en ese planeta. ¿Quién nos asegura que habría aire para poder respirar? Y sin aire me parece que nos moriríamos, Laurita. ¡Y tú preguntándote por lo del juego del escondite!
- Y si no hay aire yo no puedo volar -dijo Marni la urraca, sorprendiendo a las gemelas-.
- Claro, porque si no podemos jugar yo me muero de aburrimiento. Además, si nada se mueve es como si estuviera muerto ese planeta, porque eso es lo que les pasa a los muertos: que no se mueven. Pero hay una cosa entonces que no entiendo, Valentina: si nosotras somos inmortales porque no envejecemos, ¿cómo podemos morirnos y seguir vivas en ese planeta? Algo falla en ese planeta -dijo Laurita reflexionando en voz alta-.
- Tienes razón, Laurita, algo falla, pero a lo mejor no es el planeta el que falla, sino nosotras. A lo mejor sólo somos inmortales en el planeta en el que estamos por algún motivo que desconocemos.
- O a lo mejor morirse es como estarse quieta, como estar inválida, como no poder moverse aunque quieras, y así para siempre. ¡Qué horror! Ni siquiera puedes hablar, porque yo no sé que haya muertos que hablen. Fíjate, Valentina, aún no nos hemos movido de aquí y me estoy poniendo triste. Ahora echo de menos a nuestros padres. ¡Todo esto pasa por tu manía de pensar antes de hacer las cosas!
- Ya sabes que no lo puedo evitar, Laurita. Podemos hacer una cosa: pensar en un planeta con gente que se mueva. De esta forma nos aseguramos de que hay seres vivos, porque, como tú dices, el moverse es señal de que hay seres vivos. ¿Te parece? -le preguntó Valentina a su hermana para alegrarla, pero pensando para sus adentros: “Salvo que haya algún fallo en el razonamiento que acabo de hacer”-.
-De acuerdo, Laurita, pero debemos pensar en que han de cumplirse estas condiciones: que podamos respirar, claro; que haya seres que se muevan como nosotras o los animales que conocemos; que no envejezcamos o envejezamos, o envejecemos, o como diantre -¿diantre?- se diga, y que volvamos inmediatamente ante cualquier peligro de morirnos, ¿vale?
- De acuerdo, pero yo añadiría una condición más, Laurita, que no has incluido: que podamos hablar con sus habitantes, porque si no nos entienden no sabrán si vamos de buenas o de malas, ¿te parece, Laurita?
Y Laurita asintió con la cabeza, se cogieron por las manos las gemelas y por las extremidades la gata Zinga, la araña Patucas, la urraca Marni. A Galapa, la tortuga, la convencieron que era muy lenta si surgía algún peligro y que debía quedarse en la Cueva de los Sueños o darse una vuelta fuera y charlar con su amiga la salamandra mientras ellas estaban ausentes. Ojazos, la rana no estaba en la cueva. Y se vieron en el planeta soñado y… temido. En el planeta se podía respirar, había edificios enormes, había luces y la temperatura era ideal.
- Parece que hemos tenido suerte, Valentina. Este planeta se parece bastante al nuestro, aunque no veo que haya árboles, pero puede que los haya más lejos. Lo que no hemos visto es gente como nosotras -dijo Laurita, mientras Zinga y Marni se quedaron como contrariadas-.
- Quiero decir, seres vivos como nosotras cinco. Lo que es raro es que haya tantas casas y que no haya gente en las calles. Quizá estén trabajando -de nuevo intervino Laurita-.
- Pero eso es muy raro, porque en nuestro planeta hay gente en la calle cuando se trabaja por la razón de que no todo el mundo trabaja. Por ejemplo, las personas mayores no trabajan. Quiero decir, que no van a un sitio a trabajar, sino que están en las casas o van a la compra. Además, tampoco hay niños de nuestra edad en las calles. Puede ser que estén en el cole. Es un poco raro todo, ¿no te parece, Laurita? Además, si no hubiera nadie con quién hablar no se cumpliría la última condición que pusimos para venir aquí y eso es imposible, porque de no cumplirse estaríamos aún en la Cueva de los Sueños -dijo Valentina reflexionando en voz alta como era su costumbre-.
- Como tú misma dices, Valentina, ¡paciencia!
- Paciencia y barajar.
- ¿Qué dices, Valentina?
- Nada, Laurita. Se me ha venido a la mente esa frase como un relámpago.
Y recorrieron así una calle muy ancha y que no parecía acabar nunca. Al cabo de un rato se paró Laurita y dijo a Valentina.
- Me aburro, Valentina. Estamos solas y esto me parece aburrido.
- Pues a mí me parece que alguien nos sigue de lejos y que se esconde cuando volvemos la vista.
- ¡Ya estás con tus sensaciones, Valentina! Yo no he visto a nadie.
- Hagamos una cosa, Laurita. Pongámonos de espaldas una contra la otra y caminemos en la misma dirección. Eso supone que una de las dos debe andar para atrás. Además veo a Zinga muy nerviosa.
Y eso hicieron durante un rato, pero no ocurrió nada de particular. Y sin embargo, ambas seguían con la idea de que alguien debía habitar el nuevo planeta. Y en efecto, al cruzar una calle, se encontraron que, de lejos, una multitud salía de un enorme edificio.
- ¡Mira, Valentina, al fin vemos gente! Vamos a saludar, que a lo mejor hay niños y niñas como nosotras y podemos jugar con ellos.
- Prudencia, Laurita, que yo veo cosas raras en esa gente a pesar de los lejos que están. Por ejemplo, los veo a todos iguales de alto, lo cual es imposible. También, que no van en grupos, sino que cada uno parece que va por su lado como en los hormigueros, como si no se conocieran.
- Tienes razón, Valentina. Ahora que estamos más cerca se me hacen antipáticos. Tú sabes que las personas antipáticas, Valentina, van muy tiesas y no miran para abajo. Además, no parece que se hablen entre ellos.
Y cuando estaban en esas reflexiones se acercó alguien por detrás que les dijo.
- Bienvenidas al planeta de Asimov. Soy una cibernia de protección personal. Mi nombre es Cibernia LV. He sido adscrito a vuestro servicio bajo las leyes de la robótica.
Quedáronse asombrados las gemelas y sus amigas, además del susto de la sorpresa.
- ¡Vaya susto, señor cibernia! No le hemos visto venir. Pero, ¿porqué lleva ese traje metálico? Debe asarse de calor, porque nosotras vamos como de verano y no tenemos frío. No tenga miedo, que nosotras somos buenas y no le vamos hacer ningún daño. ¿Puede hablar normal? -dijo Laurita-.
- Lo siento si os he asustado. Este no es un traje, sino es mi cuerpo. Soy un robot y no siento ni el frío ni el calor. Yo no tengo miedo. Esta es mi forma normal de hablar. Estoy aquí para protegeros.
- Se lo agradecemos, señor cibernia. Pero ahora que lo pienso, si usted está para protegernos es porque alguien quiere hacernos daño o hay algo peligroso en este planeta -dijo Valentina-.
- ¿Es una pregunta, Valentina, o una afirmación?
- ¡Pues claro que es una pregunta, señor robot!
- Prefiero no daros detalles que a lo mejor por vuestra corta edad no entenderíais, pero hay una guerra intergaláctica que aún no ha llegado a la Galaxia de la Vía Láctea de donde venís. Hay enemigos en este planeta que nos han suplantado y que podrían haceros daño. Yo os protegeré.
- ¿Y cómo sabemos si usted, señor cibernia, es de los buenos o de los malos? -preguntó Laurita adelantándose a su hermana-.
Y el robot se quedó pensando un rato y luego dijo: “por sus obras les conoceréis”. Las hermanas se quedaron mirando, mientras Patucas se escondía en el bolsillo de Laurita, Zinga se pegaba a la pierna de Valentina y Marni volaba a lo alto de un edificio. “En menudo lío nos hemos metido”, pensó Valentina.
- Eso no nos sirve, señor robot, porque si usted es de los malos y nos mata ya no nos servirá que le conozcamos. Mejor dicho, nunca le conoceremos porque no estaremos vivas. Por ello eso no es una razón para confiar en usted. Creo que lo mejor será que nos deje en paz, que nosotras sabemos cuidar de nosotras mismas -dijo Valentina-.
- Nosotras queremos hacer amigos, señor cibernia, pero sólo podemos ser amigas de nuestros amigos y no de los que intentan hacer daño. Si no puede darnos una prueba de que usted es de los que quieren protegernos, la mejor protección es que no nos proteja. Además, eso sería una prueba de que es de los buenos, porque, al menos, al no protegernos, no nos hace ningún daño. ¿Comprende señor cibernia? -remachó Laurita, dejando asombrado a Valentina y al propio robot-.
El robot quedose como tieso, pero al cabo de unos segundos contestó.
- Eso no es posible, porque si no las protejo, incluso contra su voluntad, no cumpliría con la primera de las leyes de la robótica de Asimov, nuestro creador, que dice que:” un robot no puede hacer daño a un ser humano ni por acción ni por omisión”. En este planeta y en cualquiera de esta Galaxia corréis peligro, por lo que os debo proteger.
- ¿Incluso si nosotras no queremos que nos protejan? -dijo Laurita-.
- Así es, porque esa es la segunda de las leyes de la robótica de Asimov: “un robot debe obedecer las órdenes de los humanos, con la excepción de si esta segunda ley entra en contradicción con la primera”. Estoy a vuestro servicio y cumpliré vuestros deseos siempre que ello no ponga en peligro vuestras vidas. Aquí estáis en peligro, por lo que no puedo obedecer la orden de dejar de protegeros.
- Tres preguntas, señor robot: ¿Hay alguna otra ley que debáis cumplir, además de las dos anteriores? Segunda pregunta: ¿Esa protección incluye a nuestras compañeras Zinga, Marni y Patucas. Tercera pregunta: ¿Considera, señor robot, que el planeta de donde venimos está en peligro? -preguntó Valentina-.
- Sí, hay una tercera ley que dice que: “un robot debe velar por su propia existencia siempre que ello no entre en contradicción con la primera y segunda ley”. La protección no incluye a vuestras compañeras porque nuestro creador sólo nos programó para proteger a los humanos. De la tercera no tengo información suficiente ahora para poder tomar una decisión cuando sea el caso. ¿Alguna pregunta más? ¿Cuá es vuestro deseo ahora?
- Una pregunta más, señor cibernia: ¿Si mi hermana y yo estuviéramos en peligro y no pudiera salvarnos a la dos a la vez, qué haría? -preguntó Laurita-.
Y el robot permaneció mudo.
- Buena pregunta, Laurita. Vaya protectores: nos protegen aunque no queramos, no protegen a nuestras amigas, no sabe contestar a tu pregunta y…, bueno, me callo.
Entonces Valentina pidió al robot que trajera algo de comer porque estaban hambrientas.
- Si acabamos de comer, Valentina, ¿para qué le has mandado a la compra?
- Por una razón que no podía decírtelo delante del robot, Laurita. Cuando le he hecho las tres preguntas, a la tercera me ha contestado que no tenía información. ¿Qué hará este robot si le decimos que volvemos a nuestro planeta? Si considera que allí estamos en peligro por falta de información, no nos dejará. Por ello le he alejado, porque me temo que sólo podremos volver cuando esté convencido de que no hay peligro allá o cuando le podamos desactivar.
- ¿Desactivar? ¿Qué significa eso?
- No lo sé exactamente, pero me ha venido a la mente. Quiere decir algo así como paralizar, inmovilizar, impedir, anular. Con estas palabras supongo que te harás una idea de lo que quiero decir, aunque ni tú ni yo sepamos exactamente lo que quiere decir cada una de ellas por separado -dijo Valentina-.
- Entiendo, pero nosotras no sabemos desactivar. Tampoco creo que podamos.
- Tienes razón, Laurita, pero tenemos que darle la vuelta a las leyes esas de la robótica hasta que quede paralizado.
- Quizá se lleve mal con otro robot; quizá los malos tengan robots que puedan con estos robots buenos, Valentina.
- Tienes razón, aunque a mí me sabe mal utilizar a los malos robots para anular a los buenos, aunque eso nos favorezca. ¿No te parece, Laurita?
- Nosotras no hemos hechos los robots ni esas leyes tan raras. Quizá si encontráramos a ese tal Asimov que ha hecho las leyes, a lo mejor las podría cambiar, Valentina.
- A lo mejor ya no vive, Laurita, que se te olvida que el resto de los humanos son mortales, es decir, que llega un momento que ni se mueven, aunque no sepamos más de lo que pasa en esa situación.
- Se me ocurre una cosa, Valentina. Tú ve a lo alto de ese edificio y yo me iré al del edificio de enfrente, ahora que el robot ha ido a la compra. Y cuando vuelva le gritamos que queremos tirarnos si no nos deja irnos a nuestro planeta, a ver que pasa. Según el robot nos tiene que salvar a la dos, pero sólo podrá llegar a tiempo a una para cogernos antes de llegar al suelo, por lo que no podrá cumplir la primera ley esa que dice. Eso a lo mejor le paraliza y nos podemos ir por separado y encontrarnos luego en el mismo lugar de donde vinimos. ¿Qué te parece, Valentina?
- Bien pensado, Laurita. Además, si intenta salvarnos, tampoco cumplirá la segunda ley, porque lo hará en contra de nuestros deseos. Aunque, bien pensando, como eso entra en contradicción con la primera ley, esta vez, eso, no tiene importancia. Pero una cosa, Laurita, en cualquier caso tú no te tires, porque recuerda que aquí somos vulnerables a los accidentes. Ya sabes lo que eso significa de anteriores aventuras.
Y eso hicieron. Volvió el robot al lugar del encuentro y vio que no estaban las niñas. Él lo sabía, pero sabía también que debía situarse equidistante de las dos niñas porque debía salvarlas. Las niñas le gritaron al robot diciendo lo acordado, amenazando con tirarse. El robot giraba sobre sí mismo y se detenía cuando estaba de frente a cada una de las gemelas, para luego seguir esa especie de danza con una regularidad pasmosa. Así pasaron unos largos minutos. Valentina entonces gritó a Laurita.
- Vamos a reunirnos porque ya creo saber lo que pasa.
- Vale, voy y me lo explicas, Valentina.
Reunidas las gemelas y sus amigas con el robot, Laurita le espetó.
- ¡Vaya ayuda, señor cibernia! Si nos llegamos a tirar, ¿a quién hubiera salvado?
- A la dos. Soy tan rápido que me hubiera dado tiempo a llegar a la dos porque no estabais suficientemente lejos como para tener que elegir a una de vosotras.
Sorprendida quedó Laurita, pero no así Valentina.
- Eso me temía. Bueno, quiero decir que me temía y no me temía. Bueno, yo me entiendo. Tres preguntas, señor robot. ¿A qué distancia deberíamos estar para que usted sólo pudiera salvar a una de nosotras? Si estamos a igual distancia de usted, ¿cómo decide a quién salvar? Si no puede decidirse, ¿qué hace?, ¿lo echa a suertes, como en el juego de las cartas?
Y el robot guardó silencio.
- Señor cibernia, le conmino por la segunda ley que conteste a mi hermana -dijo Laurita-.
Y Laurita se rió de la palabreja de su hermana porque estaba segura que ni élla misma sabía su significado. Y el robot habló.
- Debo obedecer sus deseos, pero no estoy obligado a dar información que puedan poner en peligro su vida por cumplimiento de la primera ley que, como queda dicho, tiene prioridad sobre la segunda. Ese es el caso de las respuestas a las tres preguntas de Valentina. Por ello, el silencio es la respuesta adecuada a vuestras órdenes en este caso.
- Pues yo no le veo muy obediente, señor cibernia, y eso no nos sirve para nada. Le explicaré algo. En nuestro mundo somos invulnerables, nada nos puede pasar, por lo que lo mejor que podría hacer es dejarnos marchar. Con ello cumpliría la primera ley y la segunda, porque nos dejaría sanos y salvos y usted nos habría obedecido -dijo Laurita al robot en tono amenazante-.
Al oír a su hermana, Valentina ya no podía aguantar la risa, tanto por el enfado que mostraba, como por las palabras tan raras que usaba, aunque no supiera exactamente su significado: invulnerables, sanos y salvos. Laurita miró a su hermana que se reía a hurtadillas y también le entró la risa, así como a sus amigas. El robot permaneció quieto y mudo. Sin embargo, los razonamientos de Laurita parecía haber hecho mella en el robot. Al cabo de un rato dijo.
- Yo no tengo información segura de que eso que dices sea cierto, porque si lo fuera sería una solución a tus deseos.
- ¡Pues a ver si vamos al cole, que parece ya mayor para no saber esas cosas! -dijo Laurita, mientras Valentina se tiraba por los suelos muerta de la risa. También Patucas y Marni; no así Zinga, que aún tenía miedo.
- Este robot tendrá muchas cualidades, pero parece que ni siente ni padece, Laurita. Ni se enfada cuando le gritamos, ni se ríe cuando nos reímos.
- Tienes razón, Valentina. Seguro que no sabe ningún juego. Iba a decir que tiene cara de aburrido, pero es que tiene siempre la misma cara, y para tener cara de aburrido debes tener alguna vez otra cara más alegre, porque si no, no sabremos si se aburre o no. Bueno, es un lío, pero yo me entiendo.
- Señor robot, ¿dónde está la gente como nosotras en este planeta? ¿Dónde hay árboles y ríos? -le preguntó Valentina-.
- Este es un planeta de producción de cibernias como yo. Hay gente, pero viven bajo tierra porque el planeta cambia de temperatura de tal forma que la mayoría de los seres vivos no lo soportarían en la superficie. Sólo en los polos del planeta se pude vivir al raso. Nosotros estamos en uno de esos polos. En estos polos hay árboles, pero desde aquí no están a la vista.
Y cuando hallábanse en esta plática se oyó una sirena y salieron cientos de miles de robots de los edificios aprovisionados con extrañas armas; unos se quedaron en los edificios y otros se lanzaron en velocísimas carreras en todas las direcciones hasta que se perdieron de vista. El cibernia LV tomó a las niñas una en cada brazo y a sus amigas con los dedos, y se fueron a una cueva cercana que tenía una extraña puerta, porque parecía metálica, pero ellos pasaron sin ningún problema y sin abrirla. Y anduvieron cientos de metros en la cueva. Era enorme, con árboles interiores y ríos que no parecían desembocar en ningún sitio. Ocurría también que cuando iban a atravesarlos aparecían puentes que no habían visto antes y que desaparecían una vez atravesados. El bosque cambiaba de aspecto cada vez que se le miraba y no sólo por efecto de la perspectiva. Nunca habían visto cosa igual las gemelas y eso que la Cueva de los Sueños, de donde venían, no era menos maravillosa para la vista, pero más real. Lo que las llamó la atención es que no olieran a nada, ni a flores, ni al musgo, a nada. Llegados a una especie de laberinto, el robot habló.
- Las sirenas han anunciado al enemigo. Estamos en una guerra comercial por el aprovisionamiento de ciertos metales que son necesarios para la supervivencia de las civilizaciones galácticas. En especial el arsénico -dijo el robot-.
- ¡Pues menudas civilizaciones que necesitan guerras!, aunque no sé exactamente lo que significa esa palabra tan larga, pero me hago una idea -dijo Laurita-.
- ¿Cómo se llama estaba cueva? -preguntó Valentina al robot-.
- La Cueva de la Gorgona.
Entonces sacó de su bolso Valentina un diccionario que había decidido llevar en sus salidas de la Cueva de los Sueños y leyó: “Monstruo mitológico femenino que convertía en piedra todo lo que miraba si a ella la miraban a la vez”. Valentina se asustó al leerlo, pero luego se quedó pensando y preguntó al robot.
- Y esa tal Gorgona vive, señor robot.
- Vive, es muy peligrosa, pero estando yo aquí no os hará ningún daño.
- A mí me gustaría verla. Considéralo una orden, señor robot, que no está en contradicción con la primera ley, porque tu mismo acabas de decir que no corremos peligro mientras tú estés. ¿No es así? -ordenó Valentina-.
- Así es. Voy a por la Gorgona. Vosotras quedaros ahí, ocultas entre las piedras. No me sigáis con la vista.
- Oye, Valentina, a mí me parece emocionante esto, pero si ese monstruo convierte en piedra todo lo que mira, corremos peligro si el robot, por lo que sea, no puede protegernos.
- Es cierto, Laurita, pero si eso es verdad, también corre peligro el mismo robot y eso puede ser la ocasión para salir de este planeta, ¿no te parece? -dijo Valentina en voz baja a Laurita creyendo que el robot no las oía-.
Entonces se oyó a lo lejos la voz del robot.
- No os mováis de donde estáis. Os traeré a la Gorgona.
- ¡Va a traer al monstruo que has leído en el diccionario! -dijo Laurita-.
- Tranquila, hermana. Lo que debemos hacer es cerrar los ojos antes de que nos mire el monstruo. Quizá el robot no sepa lo de la mirada y cuando vaya a su encuentro la mire, ella le mire a él y se quede petrificado. Entonces, sin mirarla, salimos corriendo por donde hemos venido y nos libramos del robot -dijo Valentina-.
- ¿Este era tu plan? La próxima vez busca uno menos arriesgado-.
- Se me ocurre otra cosa más rápida y más segura. Si el monstruo queda convertido en piedra es lo mismo que quedar paralizado, por lo que cojámonos ahora de las manos y de las extremidades todas nosotras, cerremos los ojos y pensemos en la Cueva de los Sueños. Si la Gorgona paraliza al robot, nosotras estaremos al instante en la Cueva de los Sueños -dijo Valentina-.
- ¿Y si no le mata?
- Entonces será porque el robot ha matado al monstruo y estaremos a salvo, aunque aún seguiremos en este planeta. No tenemos nada que perder -dijo Valentina a su hermana-.
- ¿Y el tercio excluso? -dijo Laurita sin pensar-. Perdona, Valentina, pero me ha venido a la mente y no sé lo que significa.
Y así permanecieron, agarradas por las manos y extremidades. Y al cabo de un rato apareció el robot con una especie de saco en la mano y dentro un bulto.
- ¿Qué es eso, señor cibernia? ¿Qué ha pasado con el monstruo? -preguntó Laurita-.
- Una sola respuesta responde a la dos preguntas: es la cabeza del monstruo. Va envuelta porque no se la puede mirar, porque los efectos de su mirada aún perduran incluso separada del cuerpo. Tampoco se la puede enterrar porque de sus cabellos volverían a nacer cientos de miles de gorgonas. Ha de mandarse al espacio interestelar y esperar que pasen años-luz antes de que llegue a algún lugar de silicio, porque ese material es su alimento.
- ¿Cómo la has matado? ¿Te ha mirado a los ojos? -preguntó Valentina-.
- Con mis brazos. Sí, la he mirado.
- ¿Y usted, señor robot, no ha sufrido daño? -insistió Valentina-.
- No, porque yo no soy humano.
- ¿Porqué no la ha matado antes si era tan peligrosa? -preguntó Laurita-.
- Porque no tenía a nadie a quien defender hasta ahora. Yo no puedo hacer nada gratuito. Sólo puedo actuar bajo las tres leyes de la robótica de mi creador.
- Nuestro gozo en un pozo -dijo Laurita como reflexionando-.
- ¿Es una orden, Laurita? No la entiendo bien -dijo el robot-.
- Ninguna orden. Queda anulada. Bueno, olvídate de lo que he dicho. ¡Vaya cuidado hay que tener con el robot! -dijo Laurita tomando aire-.
- Sí, un poco más y nos manda a un pozo si con ello no estamos en peligro -dijo Valentina y las dos hermanas se echaron a reír-.
- Cuidado con hablar de nuestros deseos, no vaya a ser que se cumplan. Es una situación tan rara que no sabría decir si somos libres o no. Por un lado podemos pedir lo que queramos; por otro estamos a lo que digan las leyes de ese tal Asimov. Este robot es como un intérprete, como un actor, como cuando hacíamos funciones en el colegio y nos aprendíamos un texto para decirlo a los padres de nuestros compañeros. Y todo sin ninguna necesidad, porque si le convenciéramos de que en nuestra cueva no corremos ningún peligro… -insistió Valentina-.
Y todos volvían de la Cueva de la Gorgona cuando Laurita dijo a su hermana.
- Debemos pensar algo que deje bloqueado al robot. Algo que le impida cumplir las dos primeras leyes esas a la vez, algo que le paralice. Hermana, tú piensas mejor en movimiento; piensa algo, Valentina.
- O quizá lo contrario, que pueda quedar exento de su compromiso cumpliendo con las dos leyes, Laurita.
- ¿Qué es exento, Valentina?
- Supongo que algo así como libre, sin obligación.
Y Valentina seguía andando, mirando al suelo, como cabizbaja, pero en realidad iba pensando. En un momento determinado sacó el diccionario de su bolsa y buscó una palabra. Estaban ya cerca de la salida de la entrada cuando gritó.
- ¡Eureka! Lo tengo. Laurita, tenemos que masticar algo de tierra.
- ¡Valentina, estás loca!
- No, pero debemos envenenarnos, Laurita.
- Ni lo pienses, yo prefiero seguir en este planeta a morirnos y quedarnos inmóviles para siempre.
- No es eso, Laurita, y no grites que nos va a oír el robot. No te puedo explicar el plan porque este robot tiene un finísimo oído y nos oirá. Cuando nos fuimos a los edificios contrarios para amenazar con tirarnos estoy segura que nos oyó y sabía que no íbamos a cumplir la amenaza. Por eso no contestó luego a las preguntas. Por eso ahora no te lo puedo explicar. Bien, antes de salir de esta gigantesca cueva tenemos que encontrar tierra con arsénico, que es un veneno, y masticarlo. Lo haré yo sola, tu localiza esa tierra. Ya has oído al robot que debe ser muy abundante porque por eso están en guerra, por el arsénico. Tienes que fiarte de mí. Antes no te he fallado con lo de la Gorgona; ahora tampoco te fallaré.
- Está bien, pero si te pasa algo yo haré que me pase lo mismo, porque no sabría que hacer sola sin ti. Somos gemelas y lo que le pase a una le tiene que pasar a la otra -dijo Laurita-.
Y eso hicieron. Buscaron arsénico o algo compuesto de arsénico. Por el diccionario de Valentina sabían cómo era la tierra que contenía ese elemento, muy abundante en ese planeta como queda dicho y que era una de las causas de la guerra intergaláctica.
- ¡Aquí, Valentina, aquí hay tierra verdosa que se parece al de la estampa del libro! Comeremos la dos, Valentina o no comeremos ninguna.
- Está bien, Laurita, pero basta con masticarla.
Y eso hicieron. Ambas se lanzaron a la tierra y mordisquearon unas piedras blandas que se deshacían. El robot se dio cuenta antes incluso de que las niñas se lanzaran al suelo, pero como llevaba la bolsa con la cabeza de la Gorgona no pudo impedirlo sopena de hacer caer la cabeza del monstruo y que su mirada fuera mortal para las gemelas. Entonces habló Valentina.
- Señor robot. Hemos comido veneno y supongo que no tienes antídoto a mano, es decir, antiveneno. Sólo si volvemos a la Cueva de los Sueños sobreviremos, porque allí somos invulnerables. Sólo dejándonos ir cumplirás las dos primeras leyes de Asimov: se cumplirá nuestro deseo, que es la segunda ley, y tú habrás hecho lo posible por salvarnos, que es la primera ley. ¿Tienes algo en contra?
Y el robot se quedó quieto, asiendo firmemente la bolsa con la cabeza de la Gorgona y dijo escuetamente.
- Así sea.
Y las niñas y sus amigas se cogieron de las manos y extremidades, pensaron en la Cueva de los Sueños y allí volvieron. Y quedaron sanas y salvas porque allí, como ellas sabían, eran invulnerables.
- Al fin en nuestro hogar y con todas nuestras amigas -dijo Laurita-.
- Y sin peligro alguno. Ese robot parecía bueno, pero era un pelmazo, como una pesadilla -comentó Valentina-.
- Sí, era como una madre pesada, pero a la que no se podía engañar -dijo Laurita, y todas rieron-.
Madrid, 13 de diciembre de 2010.
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