13 dic 2010

Las gemelas en el Páramo


Antonio Mora Plaza


Esta vez era Valentina quien se aburría porque Laurita jugaba con Zinga, la gata y con Ojazos, la rana, al corre, corre que te pillo. Mientras Marni, la urraca, las observaba desde fuera de la Cueva firmemente asida a una rama. Valentina, como reflexionando, dijo en voz alta.

- Si no envejecemos y siempre estamos aquí o en cualquier otro lugar, llegará un momento que no habrá más juegos que inventar y tendremos que repetirlos, lo cual es muy aburrido, salvo que se nos olviden. Lo cual significa que tener mucha memoria, en nuestro caso, no es bueno, sino malo, muy malo. ¡Y qué malo es aburrirse! Además -se dijo sobresaltada- ¡nuestros amigos no vivirán siempre! ¿Qué haremos entonces? Quizá podamos tener nuevos amigos, pero echaremos de menos a los que ya no están, como echamos de menos a nuestros padres. ¿Me estás oyendo, Laurita?

- Sí, hermana, pero yo no pienso esas cosas. Cuando me aburra veré que hago, pero de nada sirve pensar ahora en esas cosas que tu piensas. Es mejor que te dediques a resolver problemas, que se te da mejor, y déjame a mí inventar juegos para divertirnos -dijo Laurita mientras se escondía de Zinga y Ojazos, ocultándose detrás de unos arbustos-.

- Eres una inconsciente, Laurita, y parece no preocuparte -la replicó Valentina para luego seguir para sus adentros reflexionando: “Creo que me estoy haciéndome mayor que mi hermana. Quiero decir que pienso ya cosas que deberían pensar los mayores, mientras que mi hermana no le preocupa nada. Quizá es que nada necesitamos, pero ya no sé si eso es bueno o malo. Bueno, pensaré algo qué hacer que no hay que pensar más. Pensaré en palabras raras que me venga a la cabeza y que no sepa lo que son.”.

Al cabo de un rato a Valentina le vino una que le parecía hermosa.

- Laurita, te propongo viajar a un sitio que esté relacionado con la palabra páramo, que no sé lo que es, pero me suena a interesante -dijo Valentina chillando para llamar la atención de su hermana-.

- Vale. Ya sabes que todo lo que sea viajar y correr aventuras a mí me gusta. Además, nos podemos llevar a Zinga, a Ojazos y a Marni, que hace mucho que no viene con nosotras.

Dicho y hecho. Se reunieron las cinco, se tomaron las manos y extremidades, y pensaron en la palabra páramo. Al instante se encontraron en medio de un terreno frondoso de vegetación, pero sin árboles. Olía a humedad, había como una neblina y era de noche.

- ¡Pues menuda suerte hemos tenido! Aquí apenas se ve y hace frío. Quizá deberíamos pensar otra palabra y volver -dijo Laurita como contrariada-.

- ¡Ahora si que estamos buenos, Laurita. Tú, la viajera irreductible, tiene miedo! -le espetó Valentina con sorna-.

- ¿Irreductible? ¿Eso que es? No es verdad que soy eso, aunque no sepa lo que es, y me extraña que sea algo que no sepamos como se llama porque, como somos gemelas, lo sabemos todo la una de la otra. Si te parece andamos un poco a ver que pasa -propuso Laurita-.

Y ambas comenzaron a andar sin saber bien donde ir, pero confiadas también en que Zinga y Marni supieran ayudarlas en sortear los peligros. Entonces, apenas anduvieron unos metros, Valentina se paró, agarró de la mano a su hermana y le dijo.

- Espera un momento, Laurita. Acabo de relacionar la palabra páramo con ciénaga, y esta palabra sí me suena a peligrosa, muy peligrosa. Caer en una ciénaga se me hace que es caer como en una cueva de barro, y eso es mortal. Quiero decir que nos podemos morir, y recuerda que ahora somos vulnerables. Sí, vulnerables también es rara, pero no me suena a nada bueno. Creo que deberíamos pasar la noche en un sitio seco hasta el amanecer, ¿te parece?

Y cuando se disponían Valentina y Laurita y sus amigas a volver a la Cueva de los Sueños se dieron un susto morrocotudo, mayor incluso que cuando oyeron a Quasimodo en la Casa Grande o a Dracul en la aventura del extraño castillo: ¡Había un hombre muerto!

- Mira, Valentina, es un hombre que no se mueve. Tiene sangre en el cuello y unas heridas en el cuello tremendas. Esto debe ser un hombre muerto. ¡Qué horror! Nunca habíamos visto un muerto. ¿Quién será? Mira, lleva unas botas enormes, como de agua, una chaqueta que se le ha quedado pequeña, pero bonita. También eso que se ponía -o se pone- nuestro padre que se enreda en el cuello. Sí, corbata.

- Sí, Laurita, esto es la muerte. No sé que sentirá ahora, pero nada nos puede decir. Morirse es como no moverse, no hacer nada, Laurita. Parece como si le hubiera atacado un animal que le viniera de frente y le hubiera mordido en el cuello. Tócale, Laurita, porque aún está caliente. Mira, las botas están brillantes en algunas zonas, pero manchadas hasta la rodilla. Tienen adornos y dibujos.

- A lo mejor es un cazador, Valentina, que se ha despistado y le ha atacado algún animal de enormes dientes que no conocemos. ¿Qué buscaría al venir aquí, Valentina?

- No te precipites en el juicio. ¡Vaya frase me ha salido sin pensar!, ya lo sé. Quiero decir que al preguntarte a qué ha venido has supuesto Laurita que ha venido aquí porque ha querido. Podría ser también que le hubieran traído aquí, vivo o muerto -dijo Valentina observando el cadáver y el suelo en su derredor-.

- Desde luego debe pesar mucho, porque es más alto y más gordo que nuestro padre, y nuestro padre era muy grande, ¿no?

Pero Valentina observaba las botas, los brazos, las mangas de la chaqueta del finado y la nuca.

- Hay algo más extraño aún que te explicaré más tarde, porque ahora debemos volver a la Cueva de los Sueños por si aparece el que le ha matado.

- Sí, porque el animal que lo ha hecho debe estar cerca si aún está caliente el señor -dijo Laurita a su hermana-.

- Yo creo que no ha sido un animal, Laurita, pero ahora vámonos.

Entonces se agarraron de las manos e intentaron volver a la Cueva de los Sueños. La sorpresa fue que la cosa esta vez no funcionaba.

- Valentina, tengo miedo.

- ¡Ahora si que la hemos hecho! ¿Porqué no funcionará esto si siempre ha funcionado? Además tengo la sensación que nos observan.

- Tú siempre tienes esa sensación, Valentina. A mí el frío no me dejar tener otra sensación.

Y en esas estaban cuando oyeron un aullido no muy lejano, grave, seco, profundo. Ello les infundió pavor. Empezaron a correr las cuatro y Marni a volar en su misma dirección, cuando se dieron de bruces con alguien que llevaba una cazamariposas.

- Buenas noches, jovencitas. Me llamo Stapleton. No corráis porque estáis en un páramo con muchas ciénagas y podrías caer en una de ellas. Seguidme. No tengáis miedo por los aullidos, porque cada vez se oyen más lejanos.

Y eso hicieron las gemelas y sus amigas. Les dieron té caliente y unas pastas. Les explicaron que estaban en unos parajes propiedad del señor Hugo de Baskerville, propietario también de una enorme mansión.

- ¿Cómo habéis llegado aquí? ¿Dónde están vuestros padres? -preguntó el Sr. Stapleton-.

Ambas hermanas se miraron sin saber qué decir. Entonces pensó Valentina: “Mejor le decimos la verdad porque no se me ocurre nada que inventar”, y sin darla tiempo su hermana, contestó Laurita.

- Hemos venido de la Cueva de los Sueños y hemos aparecido aquí, pero queremos volver de nuevo porque no nos gusta lo que hemos visto -dijo Laurita imprudentemente-.

- ¿Y qué es lo que habéis visto? -preguntó inquisitorialmente el cazador de mariposas-.

- Muchos peligros, muchas ciénagas y unos cuernos sobresaliendo de una tierra que parecía mojado o un agua sucia y muy espesa, que no sabría cómo decirlo -se inventó Valentina viendo el tono amenazador del cazador-.

- ¿Podría ser un ciervo que hubiera caído en una ciénaga, quieres decir?

- Podría ser -contestó Valentina al cazador-.

- Lo extraño es que llevo más de 10 años en estos parajes día tras día y nunca he visto ningún ciervo, ni ningún otro animal con cuernos -dijo con sorna el cazador-.

- Puede ser, señor cazador, que está tan empeñado en las mariposas que sólo ve lo que quiere ver -dijo Laurita un poco cabreada por tanta pregunta-. A mí me pasa a menudo. Lo sé porque mi hermana me dice cosas que élla ve y que yo no me doy cuenta.

- Puede ser, jovencita, porque es más fácil ver lo que se quiere ver que cualquier otra cosa. ¿Y no habéis visto nada más? -preguntó de nuevo el cazador cada vez más incrédulo-.

- Ver, no, pero lo que hemos oído nos ha dejado muertas de miedo. Era eso que ha llamado un aullido. Lo extraño es que usted no estuviera asustado. ¿Cómo sabía que no había peligro? Yo hubiera venido corriendo y usted, en cambio, nos ha traído a su casa andando? -dijo Valentina como pasando al contraataque e intentado desviar la atención-.

- ¿Cuál son vuestros nombres? Veo que a pesar de lo que decís sois valientes e inteligentes para vuestra edad. Es verdad que tenía menos miedo, pero por varias cosas: soy mayor que vosotras, con mucha más fuerza, conozco estos parajes como la palma de mi mano y, sobre todo, porque además llevo una pistola. Andar siempre en el campo puede traer sorpresas y no siempre agradables. Creo que debierais pasar aquí la noche. Mi esposa llegará en coche de un momento a otro y os atenderá mejor que yo. Yo volveré al páramo tras la pista de ese animal de tan horrendo aullido -dijo el cazador con un tono demasiado burlón para el gusto de las gemelas-. Ahora subiré un momento a la sala de trofeos y cogeré una escopeta para mi salida al páramo. No os mováis.

Y en cuanto se dio la vuelta el cazador, instintivamente se cogieron de las manos y estremecidas las gemelas y sus amigos y, esta vez sí, volvieron a la Cueva de los Sueños.

- No me ha gustado nada este cazador de mariposas, Valentina.

- Estoy de acuerdo, sobre todo porque no parece un cazador de mariposas, Laurita -dijo Valentina-. Bueno, quiero decir que no me lo parece. No se me hace que un cazador de mariposas tenga trofeos de caza. ¿De qué animales? El mismo ha dicho que aquí no había ni siquiera ciervos. Además llevaba un cuchillo. ¿Para qué quiere un cuchillo un cazador de mariposas?

- A lo mejor es que aquí las mariposas son muy grandes -dijo Laurita y ambas y sus compañeras rieron a placer. Luego pensó en alto Laurita.

- Creo que debemos volver, Valentina. Yo no aguanto tanta intriga.

- ¿Intriga? Quieres decir curiosidad. Yo tampoco, pero yo siento además el peligro, cosa que tú no haces, Laurita. ¿No crees que por hoy hemos tenido bastante?

- Es que ya no tengo miedo ni me acuerdo de cuando lo tuve, pero la curiosidad -como tú dices- me pica cada vez más -dijo Laurita riéndose-.

- La curiosidad mató al gato, ¿te acuerdas que lo decía nuestra madre? ¡Oh, perdona Zinga! no quería asustarte. Es sólo un dicho.

Y tanto insistió Laurita que se tomaron de las manos y extremidades y volvieron a…

- ¡Caramba, Valentina, porque no está el hombre muerto, que si no diría que estamos en el mismo sitio que la primera vez! -dijo Laurita mientras Zinga olisqueaba el lugar-.

- Es que estamos en el mismo lugar. Lo que pasa que, o se han llevado al señor muerto o no estaba muerto. Mira, aquí hay huellas -se dice así, ¿no?- de que alguien se ha llevado al muerto. Lo raro es que las huellas desaparecen allí -dijo Valentina señalando unos cuantos metros más allá. Entonces, cuando se disponían a seguir las huellas, oyeron una voz que les decía.

- ¡Alto, pequeñas! Esas huellas llevan a una ciénaga, es decir, a la muerte.

Otro susto: “esto es un sin vivir”, pensaron las gemelas. Entonces el de la voz se presentó.

- Me llamo Holmes, Sherlock Holmes. Sois muy perspicaces. En efecto, el cuerpo estaba aquí y ya no está. Está en esa dirección, en lo más profundo de la ciénaga. Soy un investigador, un criminalista de Londres. Vivo en la ciudad con mi colaborador y amigo, el Sr. Watson. Provisionalmente ahora estoy hospedado en la enorme mansión de los Baskerville. Su nuevo propietario es el Sr. Charles, el hijo y heredero de Hugo de Baskerville. Ayer le habéis conocido -dijo Holmes a las niñas-.

- Pues a nosotras nos dijo que se llamaba Stepleton y que era un cazador de mariposas. Nos llevó a su casa y muy grande tampoco era -dijo Laurita-.

- Me parece que se refiere al muerto que vimos ayer, Laurita -dijo Valentina-.

- En efecto, el muerto era el Sr. Hugo de Baskerville. Llevo seis meses por estos parajes para descubrir al asesino de los Baskerville y creo tener al causante, aunque me falta el arma. Venid conmigo que os atenderá el mayordomo de la mansión, el Sr. Barrymore y su mujer, y allí os explicaré quién y como han sido asesinados los Baskerville.

- Pero no entiendo que lleve seis meses para descubrir un asesino cuando todavía no se había producido el asesinato. Por lo menos al que vimos ayer, porque su cuerpo estaba caliente, como observó mi hermana. ¿Es usted adivino? Además, de qué sirve averiguar quién lo ha matado? ¿No sería mejor evitar que lo mataran? -dijo Laurita como lanzada y cabreada entre tanto susto para nada-.

- Sois muy observadoras. Quizá debiera pedir vuestra colaboración en algún caso intrincado en el futuro. Lástima que seáis menores de edad. Lo sé todo sobre vosotras, por lo que no voy a preguntar por vuestros padres ni por la Cueva de los Sueños. En efecto, ayer estuve a punto de evitar el asesinato del Sr. Hugo, pero llegué tarde. Os oí y os seguí a casa de los Stepleton. Vamos a la mansión de los Baskerville y os diré cómo asesinaron a toda la saga de los Baskerville -dijo Holmes-

- ¿Cómo está tan seguro de que ha sido el Sr. Stapleton el que los ha matado? -dijo Valentina-.

- Yo no he dicho que haya sido el Sr. Stapleton, ni tampoco lo contrario.

- Pero sé que lo piensa, señor Holmes -dijo Valentina-.

- Vayamos a la mansión y allí lo explicaré.

Y todos fueron recibidos con enorme amabilidad por el matrimonio Barrymore. Él era enorme, de casi dos metros de altura. La mujer les preparó un baño caliente a las niñas. Luego comieron abundantemente, tanto las gemelas como Zinga y Marni. Satisfechas, se reunieron en el salón principal de la mansión y Holmes comenzó a hablar.

- En efecto, todo apunta a que el matrimonio Stepleton ha sido el causante de las muertes de los Baskerville. Tienen una razón. Ellos son entomólogos, es decir, coleccionistas de insectos, en especial de mariposas exóticas que tanto abundan aquí. Estos terrenos están muy cerca de Londres y es una tentación para muchos nobles del Imperio de su Majestad hacerse con unos terrenos para construir su mansión soñada. Por ello, una forma de mantener alejadas a la gente de estos parajes era crear una leyenda de un terrible animal, de enormes fauces y aspecto terrible que apareciera y desapareciera como por encanto. Un ser sobrenatural, invencible, que mataría a todo el que se acercara. Con ello, es verdad que tenían asegurados la caza de mariposas los señores Stepleton. Ellos, además, son en verdad cazadores -dijo esto el Sr. Holmes dirigiéndose a las gemelas -, por lo que están acostumbrados a la caza y saben de sobra que no existen seres sobrenaturales ni apariciones fantasmas. Por ello no tienen miedo. Ese animal que tanto asusta en un gigantesco dogo, al que sus dueños ponían una careta untada de fósforo que, como sabemos, emite luz y en la noche le daba al animal un aspecto terrorífico. Sin embargo, todo estos son aspectos circunstanciales, porque el arma del asesino no es la que parece.

- ¿Entonces no fue el perro ese que aterroriza estos parajes?, Sr. Holmes. Siento lo ocurrido, Sr. Charles, pero por lo menos ahora ya sabemos quién es el asesino -dijo el mayordomo, el Sr. Barrymore, mientras su mujer se sentaba como mareada-.

- Sí, lo sabemos. Lo extraño, sabiendo su forma de actuar, Sr. Holmes, es que no haya invitado a los Sres. Stepleton para tener al asesino -o asesinos- aquí y poder detenerlos -dijo Sir Charles de Baskerville-.

- Yo nunca cambio mi forma de actuar, Sir Charles, ni siquiera esta vez. Aún hay un misterio que esta joven llamada Valentina lo resolverá, quizá con ayuda de su hermana Laurita. ¿No es eso?

Todos quedaron estupefactos ante las palabras de Holmes, incluso la propia Laurita. Bueno, la que no quedó asombrada fue Valentina, que habló entonces.

- Los Stepleton no mataron al señor Hugo. Al menos no le mató el perro. Cuando descubrimos mi hermana y yo el muerto pude comprobar que tenía un agujero en la nuca, casi a la altura del cuello. Era difícil verlo porque todo el cuello estaba destrozado por la mordedura del perro. Lo cual también me extrañó por la postura de los brazos y eso se lo hice saber a Laurita. Las manos estaban echadas hacia atrás y las mangas no tenían sangre. Todo ello no parecía lógico si un perro le hubiera atacado de frente. Además, las botas estaban manchadas de barro, pero toda, desde la rodilla a los pies. Eso significaba que o bien se había caído o bien la habían arrastrado. Al poco tiempo, cuando vimos al señor Stepleton me di cuenta que no llevaba ninguna escopeta y el muerto tenía como dos agujeros en la nuca. Mi conclusión es que le mataron con algo parecido a una escopeta y luego le pusieron algo en la garganta parecido a una boca de un animal gigante para que pareciera que le había atacado. Luego, alguien fornido, ¿fornido?, le arrastró unos metros hasta la ciénaga -que ya sé lo que es- y allí le dejo que se hundiera. Yo no sé quién ha sido, pero veo difícil que haya sido el cazamariposas, porque no parece una razón matar a alguien para cazar mariposas. Además el señor Stepleton no parece muy fuerte -habló Valentina y a todos dejaron asombrados-.

- Era un cepo. ¿Quién ha sido entonces? -preguntó Holmes a ¡Laurita!-.

- El dueño de la escopeta y esa escopeta la ha cogido usted en esta casa, señor Holmes. Luego sólo pueden ser el señor Charles, el señor Barrymore o la señora Barrymore. El señor Charles ha venido recientemente por la muerte de su padre, por lo que usted, señor Holmes, nos ha contado por el camino, por lo que no ha podido preparar el señuelo del perro ese. En cuanto a la señora Barrymore, la veo incapaz de matar una mosca, como decía mi madre, porque nos ha tratado como a unas hijas y yo sé cuando una persona es buena o mala, y la señora Barrymore es incapaz de matar una mosca. Sólo nos queda saber porqué lo ha hecho usted, señor Barrymore-.

Hasta la propia Valentina quedó asombrada de su hermana, no tanto por la explicación sino por cómo se había explicado. Y más aún cuando empleó la palabra señuelo, que ni ella misma había oído y menos sabía qué significaba. Entonces habló el Sr. Watson que acababa de llegar a la mansión con unos papeles en la mano.

- Estos son los pre-contratos de la venta de esta mansión del padre de Hugo de Baskerville y abuelo de D. Charles. Son pre-contratos de venta de esta mansión. De venderse, los señores Barrymore se quedarían en la calle. Ellos inventaron y alimentaron al perro de Baskerville con la idea de que los posibles compradores desistieran de todo intento de compra. Sin embargo, las cosas se complicaron y el Sr. Hugo de Baskerville ya había encontrado comprador. Entonces el Sr. Barrymore dio un paso más y disparó con la escopeta de caza que hay en el salón de armas. Si se molesta en oler la cámara de la escopeta, Sr. Charles, podrá comprobar que aún huele a pólvora.

- Y Stepleton no tiene nada que ver en todo esto -preguntó D. Charles a Holmes-.

- En la muerte no, pero es un aprovechado que le ha venido muy bien lo del perro fantasma. Salvo que el Sr. Barrymore nos diga que es un cómplice y que él tiene el perro -dijo Holmes-.

- Sí tiene el perro, pero sólo lo pasea para ahuyentar a la gente para sus actividades de entomólogo, pero el nada sabe de todo lo demás. Lo siento, Sr. Charles, pero todo se complicó y me volví loco pensando en mi futuro y en el de mi mujer -dijo el Sr. Barrymore-.

- No me queda otra, Sr. Barrymore, que pedirle que me acompañe a la policía. Créame si les digo a ambos que siento que todo el misterio haya tenido semejante desenlace -dijo Holmes dirigiéndose al matrimonio-. Entonces habló Laurita, dejando de nuevos asombrados a todos.

- El Sr. Barrymore es una buena persona, pero no es perfecta. Lo que ha hecho es malo, muy horrible, pero es una buena persona. Ha defendido su vida y sus medios de vida como ha podido y sólo en el caso ya extremo hizo lo que hizo. Ustedes se creen mejores que el Sr. Barrymore, pero quizá es porque no han estado en su situación. Ahora piensan que no harían lo que él hizo, pero eso no lo saben. No deben juzgarle. No es un señor peligroso, porque nunca se dará la misma circunstancia -y cuando dijo esto se quedó extrañada de la expresión-. Los Baskerville ya están muertos y nadie les va a dar vida. Es horrible matar, pero ustedes también matan a animales para comer, que para mi hermana y para mí son seres como nosotros. Y eso lo hacen a diario. Y si no lo hacen ustedes, lo hacen otros para que ustedes coman. Para usted, señor Holmes, todo esto es sólo un problema a resolver; para usted, señor Baskerville, una venganza; para el señor Watson, una aventura que relatar, porque sé que es el biógrafo de usted, señor Holmes. “La palabra biógrafo me ha venido de repente” -pensó Laurita extrañada de sí misma-. Matar a cualquiera es horrible. Nosotras volvemos a la Cueva de los Sueños, pero ustedes, que son personas mayores, deben decidir qué hacer, pero sería bueno que lo hicieran según sus conciencias, que es lo que nos decía nuestra madre cuando hacíamos algo malo según élla. Nosotras nos vamos porque preferimos vivir con nuestros amigos y amigas animales que con las personas mayores, como ustedes. Adios.

Y Laurita y Valentina y sus amigas se tomaron manos y extremidades y volvieron a la Cueva de los Sueños. No se sabe que pasó luego, aunque un tal Conan Doyle escribió una historia parecida, pero diferente. Ahora es la famosa, pero no deja de ser por ello literatura, fantasía, deseos de inmortalidad. Mi abuelo me dijo una vez que a veces era muy difícil distinguir la justicia de la venganza: el relato anterior es un ejemplo, no por lo que se ha contado, sino por lo que queda por contar; no por lo que ha pasado, sino por lo que no sabemos qué pasó cuando las gemelas abandonaron la mansión de los Baskerville.

Madrid, 4 de diciembre de 2010

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