4 dic 2008

Las brujas de Macbeth

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por Antonio Mora Plaza
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A medida que mi abuelo se hacía mayor, muy mayor, fui cambiando de táctica para entablar conversación con él. No era fácil, porque él no hablaba de lo trivial, de lo trillado aunque no fuera trivial, de lo establecido, de lo tópico, de lo ortodoxo, de lo consabido, de lo manido, de lo difundido. Yo, claro está, estaba muy lejos de tener una preparación en algún tema que me permitiera, no opinar sobre el mismo, sino tan siquiera de ser capaz de hacer las preguntas pertinentes que despertaran su curiosidad y su ánimo para la respuesta. Tenía siempre la sensación de que nunca podría tener como el decía “el cincel con el cual interrogar la piedra de lo ignoto escrutable”. Cosas de sabios. Entonces, decía, cambié de táctica, y en lugar de ir a la biblioteca donde su presencia era sempiterna e interrogarle sobre cosas como aquello de “¿qué hay más allá de la muerte?”, “¿cuántas novias había tenido en el pasado?” o “¿qué es eso que llama la gente la felicidad?”, fui tomando el hábito de sentarme en el sofá que dejaba libre, coger un libro y comenzar a leerlo. Yo intuía que mi abuelo –que en el fondo no había dejado de ser un niño- tarde o temprano se fijaría en el título y me preguntaría sobre él. El autor no lo he mencionado porque mi abuelo sabía los títulos y sus autores, además de sus prólogos y ediciones de los 12.000 libros de que se componía su biblioteca. Había tomado pues el libro de Macbeth, “del divino William”, que así llamaba mi abuelo a su autor. Y en efecto, la cosa funcionó porque al poco me hizo la retórica pregunta de “¿qué leía?” a la vez que miraba su título pon encima de las gafillas de hipermétrope. Sí, mi abuelo ya usaba gafas porque la edad puede con todo aunque nos neguemos a reconocerlo. Entonces, aproveché la ruptura del silencio que él había provocado para sacar conversación de lo que mi curiosidad me picaba como un sarpullido. Todo ello era un inocente juego que me recordaba al director de orquesta que coge con dos o tres dedos esa “varita mágica” y da la entradilla a los músicos. Esta fue su respuesta: “Querido nieto, el bardo inglés es uno de los grandes. Junto con Calderón, el más grande en el terreno de la farándula, en el arte de Talía. El libro que tienes entre manos es la obra de la traición, la venganza y el destino. No es sin embargo perfecto por la artificiosa teatralidad de los golpes finales: la del caminante bosque de Birnam y la de la “impunidad” del protagonista ante cualquier mortal nacido de mujer. Como tragedia es profunda, rítmica, majestuosa; literariamente tiene momentos inolvidables; teatralmente es algo artificiosa. Yo mismo he investigado en el mundo gaélico de la Escocia del Medioevo, he reconstruido su leyenda y la he convertido en materia literaria. No tiene valor histórico ni filológico, porque a mí eso no me importa. Me importa sólo que el lector levante la cabeza cuando el libro pierde sus palabras, su verbo y la última hoja deviene en blanco; que el lector inspire con satisfacción, eche su cuerpo hacia atrás, levante la cabeza y cierre los ojos como para que no le moleste la visión trivial, cotidiana y esperada de las cosas de todos los días, y luego reflexione. Ese momento es mágico porque has alimentado tu cerebro con sueños, disparado la fantasía y el sosiego ha invadido tus vísceras. En ese momento has sido otro; que te dure mucho más es cuestión de perseverar. Así comienza la leyenda. Cuenta…”

… la leyenda que en Escocia, en el siglo XIV, en tierras gélidas, donde la bruma oculta el mar, tres brujas -las Hermanas Fatales-, hechiceras respetadas por lugareños y foráneos, danzan sin parar en torno a un caldero y cantan, cantan mientras una batalla entre escoceses no muy lejos tiene lugar:

Pérfida: Sapo y lagartija
Ambos en salmuera
Echa en el puchero
Todo lo que puedas
Maligna: Babas y esputos
Son esparcidos
En manos y pies
Del recién nacido
Horrenda: Escupe, víbora
Siempre maldita
Y acaba el hechizo
Hasta la próxima cita


Al finalizar la batalla en la que han vencido los partidarios del rey Duncam, sus generales Macbeth y Banquo han visto a las Hermanas Fatales y se acercan a ellas. Macbeth las interpela: “Hermanas, si sois capaces de profetizar el futuro decidnos cuál es el nuestro tras esta sangrienta batalla que pasado el tiempo nadie recordará”. Las brujas, las Hermanas Fatales, no les ven o hacen que no les ven porque, en cualquier caso, ellas viven en su mundo, mundo que está hecho de las sombras y deseos de los mortales. Ahora cantan de nuevo:

Todas: Discordia, discordia
Mentira, mentira
Sembremos, sembremos
hagamos una pira
Sólo la venganza
Alimenta la ira
Discordia, discordia
Mentira, mentira
Macbeth, Banquo
Ambos ambicionan
Pero sólo uno
Llevará la corona
Discordia, discordia
Mentira, mentira
Mueren reyes
Clavan puñales
Traidores, traidores
Sus generales
Discordia, discordia
Mentira, mentira
El hijo que nace
Al trono aspira
El que sea Rey
Sólo se queda
El hijo que vive
La Corona hereda
Discordia, discordia
Mentira, mentira


“Brujas malditas, qué barato resulta hacer pronósticos como si los deseos tuvieran el mismo sempiterno recorrido que el de los astros en sus círculos. Duncam es el Rey que ni excede en avaricia ni es parco en generosidad. La Corona tiene una buena cabeza y la cabeza está en un rey que manda sin exigir, decide sin imponer y recauda sin ajusticiar. Ninguno de nosotros lo haría mejor, ni con más arte, ni con tan comedido esfuerzo. ¿No es así, general Banquo?”. Estas eran las palabras de Macbeth a las que daba réplica Banquo: “Yo diría más: es un rey que ayuda sin recabar agradecimiento, que hasta el pecado de la soberbia lo esconde con la virtud de la dádiva hasta que la ocasión lo delata. Tenéis razón, cabeza y corona se amoldan como el guante a la mano; vive, pelea, come y duerme con ella. Dicen las malignas lenguas, pérfidas y horrendas como las brujas, que ya no le crece el pelo en los surcos que ha ocupado el precioso metal de que está hecha la corona: sería crueldad por este motivo arrancársela”. “Lo mejor será esperar a su muerte, es más cristiano” -decía Macbeth. Y las brujas, que habían desaparecido, vuelven otra vez, y lo hacen danzando y cantando:

Brujas: Espera, espera
Y no desesperes
Que la muerte acecha
Aunque no la quieres
Danza, danza
Bebe, bebe
Que en plena testa
Clavada la tiene
Clava, clava
Muere, muere
Hablan lenguas
Mienten, mienten
Nadie lo desea
Todos la quieren
Danza, danza
Bebe, bebe


Y las brujas desaparecieron como habían venido, con su fantasmal presencia y su hirviente caldero. Ahora ya sabemos que la brujería la convirtieron en herejía los Papas por conveniencia y que ese herético giro tuvo lugar en 1486 por medio de la Malleus Maleficarum por encargo del Papa Inocencio VIII- ¿Inocencio?-. Pero sigamos con nuestro relato porque tiempo habrá para esto. El caso es que el rey Duncam no parecía tan contento como sus generales de la victoria y así pensaba mientras contemplaba los restos de la batalla: “Sí, la victoria es nuestra, pero este hedor me repugna. ¡Qué matadero tan estéril! ¡Que la corona se asiente en una ciénaga de cadáveres nada bueno puede traer! Esto ha de acabar y en ello empeño mis privilegios, porque no está escrito que quiénes hoy son mis aliados lo sean en el futuro. ¡La ambición por el poder no conoce bandos y es un pastel demasiado sabroso para demasiados comensales! Aquí vienen mis generales y la bruma me impide ver sus rostros. Ahora he de ser justo sin daño, gobernar sin privilegios, querer la paz cuando el lenguaje de la ambición son las armas. Tiempo habrá para pensar en todo esto: ahora sólo deseo dormir, sólo dormir”. Y no eran precisamente inoportunos los pensamientos del rey victorioso, porque la leyenda dice que Macbeth hablaba así a su conciencia al día siguiente de la batalla, cuando el rey era su huésped y dormía en sus aposentos: “La tentación viene sembrando sueños irrealizables, pero la cosecha ya fue recogida. ¡Si pudiera gritar: conciencia, vuela, esfúmate!, y ser como el halcón al que se le tapa la cabeza antes de la caza. Me nacieron desequilibrado porque mis deseos son muchos pero mi determinación es parca en acciones. Las Hermanas han hablado: ¿sueños?, ¿mentiras?, ¿premoniciones? El rey duerme y están dados la ocasión, el arma y el fin, y sin embargo algo me retiene cuando miro mis manos y no las reconozco y siento golpear mi sangre. A pesar de todo, lo que ha de ocurrir ocurrirá”. A su lado estaba Lady Macbeth y ambos en su castillo. Lady Macbeth hablaba aparentemente dirigiéndose a su marido: “Sería faltar a la lógica que lo que ha de hacerse se dejara en barbecho. No importe que dudéis si esa duda es hija de la reflexión; importa si su madrastra es la cobardía, mi querido Macbeth. Un hombre irreflexivo que ha nacido para el poder es un suicida; en cambio, el cobarde que a él accede es más peligroso porque su estupidez le convierte en un arbitrario asesino. Tenéis razón: están dados la ocasión, el instrumento y el fin; desaprovecharlos sería traicionaros a vos, al destino y a nuestro… amor. Nada ha de quedar pendiente para la próxima aurora. Id y cumplid como lo que sois: un hombre que merece ser rey”. Y en el patio del castillo hay dos brujas danzando y cantando:

Brujas: Sueña, sueña
Duerme, duerme
Que la mano no sepa
Lo que el corazón teme
Hermanas, esa es la tecla
Clavar, clavar
lo que está inerte
Sueña, sueña
Duerme, duerme


La tercera bruja bajaba por la barandilla de la escalera al patio a reunirse con sus otras dos hermanas fatales y esto es lo que les decía mientras ríe: “Hermanas, he dibujado en el aire una daga, invoqué a Eolo y la daga guió a Macbeth hasta las reales estancias. ¡Qué imbécil! ¡Cómo discurseaba sobre el destino y qué metáforas!: que si el camino, que si el instrumento, que si Hécate, que si Tarquino, y cuando llega el momento fatal tiene que ser una Fatal la que culmine. ¡Sí, vuestra Maligna hermana ha matado al Rey mientras Macbeth hurgaba en su conciencia como quien se hurga en su nariz, conciencia cobarde, corazón de niño!”.
Pérfida.- “Yo he imitado al búho y al grillo”.
Horrenda.- “Yo he dormido a los guardianes y la Señora Macbeth ha hecho el resto. Cantemos”:

Todas cantan: Sueña, sueña
Duerme, duerme
El aprendiz de criminal
El examen suspende
Y será una Fatal
Quien todo lo enderece
Sueña, sueña
Duerme, duerme


Y tanto Macbeth como Lady Macbeth creen que el Rey ha muerto a manos del mismo Macbeth porque las brujas son invisibles a sus ojos. Y Lady Macbeth medita mientras Macbeth baja las escaleras: “Debería pediros perdón por haber dudado, futuro rey. No basta la ambición para cumplir lo predestinado. ¡Miles de puñales no son suficientes para matar a un hombre si el que lo empuña no le es! La duda no os ha atenazado. La duda es el reflejo de la ambición cuando equivocamos la meta. Sólo tenéis una y si los prejuicios os infestan como herida abierta yo os curaré. No debéis dudar porque si ambos os despojáis de títulos sólo sois dos hombres, y uno de ellos ha matado al otro”. Pero Macbeth, que lleva el puñal en la mano aunque no lo ha utilizado, no escucha a su mujer y ve con sorpresa que el Rey está muerto: “¿Duncam, qué prisa teníais en llegar a vuestro funeral cuando apenas esa daga que señalaba el camino había llegado a su destino? Si es así me sentiré menos culpable por haberos liberado de ese cuerpo ajado y cuarteado por el vino, el frío, la lluvia, los años. No recuerdo haber tenido piedad, pero tampoco siento satisfacción en todo esto; vuestro pecado es el del estorbo y de nada han servido todas vuestras virtudes para cambiar lo que han predicho las Hermanas. Si sois creyente sólo espero que hayáis muerto en el arrepentimiento porque nada mal deseo a vuestra alma”.

Sin embargo ha habido al menos un testigo de todo ello sin que Macbeth y Lady Macbeth se hayan percatado: es Banquo, que cree que Macbeth ha matado al Rey y, como quiera que ve a las brujas en el patio del castillo, decide hacer chantaje a Macbeth: el trono por el silencio. Ahora se dirige a ellas en estos términos: “Proféticas hechiceras, tengo una embajada digna de vuestra maldad, pero espero que sea provechosa para ambas partes. Decid al Duque de Glamis, el general Macbeth, que hay un testigo de su crimen que puede hacer saber su obra hasta la última piedra de Escocia; hacedle saber que puedo unir mis fuerzas con las del Rey de Inglaterra y aplastarlo como la vaca aplasta al despistado polluelo. No ha de tener prisa en ceñir corona”. Las brujas no contestan pero cantan en torno al caldero:

Todas: Mochuelo, mochuelo
Que nada se pierde
Con agitar el caldero
Danos lechones
Danos corderos
Que todo vale
Para este puchero
Lechones, lechones
Corderos, corderos
Sólo así ganamos
Con estos acuerdos
Que tampoco sabe
Que su hijo ha muerto
Ganamos si ganamos
Perdemos si perdemos
Lechones, lechones
Corderos, corderos

Pero aquí no acaban los testigos, porque Malcom, uno de los hijos del Rey ha observado todo: la muerte de su padre, a Macbeth intentando ser su asesino, a las brujas girando en torno al caldero y a Banquo negociando con ellas. Malcom toma su caballo y mientras se dirige a Inglaterra piensa sin mirar atrás, no vaya ser que los pensamientos cabalguen hacia el castillo de Macbeth: “Mi padre muerto. Aquí la traición huele y pesa y las razones son hueca palabrería que llenan los huecos que deja la mentira. Soy el futuro Rey y sólo pienso en la venganza: ¡mal empiece para ganarme la Corona!”.

Como puede observar el lector, la leyenda de Macbeth difiere cada vez más de la obra del divino William porque el dramaturgo busca el aplauso, juega con los sentimientos del espectador, reclama su atención a veces, otras busca su silencio. En el drama sólo importan las pasiones y las sensaciones. Ahí la lógica hace aguas y el autor busca la emoción como el líquido elemento el curso del menor esfuerzo. Pero vayamos a la leyenda, porque no hemos hecho más que empezar. Macbeth no ha olvidado las palabras de las Hermanas y por eso sabe que aún queda un problema que se le hace irresoluble y le dice a Lady Macbeth: “Querida esposa, ahora no me será difícil conseguir el apoyo de los nobles de Escocia para ser Rey. Era el general favorito de Duncam y los nobles de esta tierra no desean a su heredero natural, su hijo Malcom, porque es partidario de establecer alianzas con el Rey de Inglaterra. Pero yo no he hecho lo que hecho sólo para llegar al trono sino para asegurar que nuestros hijos lo alcancen también como corresponde a la tradición de los reyes de Escocia. Y aquí es donde una sombra oscurece mi sonrisa y fatiga mis párpados. Has de saber que las brujas de Escocia, las Hermanas Fatales, han pronosticado que nuestros descendientes no serán ninguno reyes de Escocia y, menos aún, padres de hijos de reyes de Escocia; de Escocia, este país por el que regaríamos sus surcos con nuestra sangre si ello asegurara su libertad e independencia de la pérfida Inglaterra, foco de maldad y tiranía. Si esto es así, prefiero renunciar a la Corona a que se cumplan los vaticinios de las Hermanas”. Lady Macbeth, asombrada, contestaba a su esposo de esta manera: “No os reconozco, ¿cómo sois capaces de hacer lo que habéis hecho y sin embargo tembláis por las palabras de unas hechiceras que sólo ven quienes les faltan determinación para convertir sus temores en acción? Tranquilizaos, porque las dudas que ahora tenéis no menguan vuestro valor por lo hecho. Algo de femenino hay en vos, querido esposo, que os impide culminar los propósitos hasta darlos fin. Yo acabaré lo que vos no podéis acabar y el hijo de Banquo, el joven Fleance, tendrá el mismo final que los que velaban por el sueño del Rey. Somos complementarios, querido Macbeth, y yo pondré la hombría que os falta para que cuando seáis rey se pueda decir: si soy rey, y si antes he sido un guerrero es porque aún antes fui un hombre. Dejad a las brujas en su mundo que en pocos días tendréis otro que gobernar”.

Ya lejos del castillo, al pie de los acantilados desde donde se adivinan las costas de Noruega, las Hermanas hablan al unísono: “Todo está sembrado: tenemos un rey muerto por nuestras manos; a un futuro rey que ha creído haber matado a su predecesor o que engaña con ello, que para el caso es lo mismo; tenemos a su esposa que ha manchado sus manos con sangre de los veladores del sueño del viejo rey; tenemos a Banquo disputando la corona a Macbeth; a su hijo con todo a su favor para dejar este mundo; y al hijo de Duncam, Malcom, buscando venganza y la corona de su padre. Y todo ha sido por nuestro arte. Ahora creen en nuestros vaticinios y no podemos defraudar: lo vaticinado será cumplido o nadie creerá en nosotras. Bailemos, cantemos”. Y las brujas bailan y cantan:

Brujas: Cumplamos, cumplamos
Pasó el tiempo de los vaticinios
Bebamos, comamos
Ahora toca cumplir los designios
Nuestras obras dedicamos
A nuestro esposo, el Maligno
Velamos
Decimos
Vayamos
Cumplimos
Que en juego se hayan
Los nuestros designios


Banquo está camino de Inglaterra y antes de llegar a la corte inglesa se encuentra con las brujas, porque en el mundo de la hechicería, el tiempo y el espacio tienen incontables direcciones, muestran insospechados encuentros, hayan espacios en los espejos, hogares en las grutas y descanso en los aires. Las brujas hablan con Banquo –o al menos eso cree él- y este medita en su montura de esta forma: “Dicen las brujas que Malcom está preparando un ejército para acabar con Macbeth y es aquí donde el corazón se muestra encontrado entre afectos y razones, lógica y deseos. ¿Qué es menos deseable, que mantenga la corona un traidor asesino o que los odiados ingleses hollen suelo escocés aunque sea por una buena causa? De otro lado no se que deseo menos, que mantenga la corona Macbeth mientras pueda mantener la cabeza que la sostiene o que la alcance Malcom como legitimo heredero y que tenga que decir: Adiós Banquo, tu ambición se perdió en las brumas de unos acantilados donde unas brujas jugaron contigo al gato y al ratón. Ahora me veo en el espejo y veo otro Macbeth que mata a otro Duncam. ¡Macbeth mata a otro Macbeth!”. Pero Banquo, mientras cogía su cabalgadura para ir en dirección de Malcom y unirse a su ejército, oye de nuevo cantar a las brujas y su canto le horroriza:

Brujas: Corre y corre
Muchacho tierno
Que alguien quiere
Mandarte al Averno
Huyamos, corramos
Persiguen puñales
Huyen caballos
Testigos son tales
Cortan los tallos
Enemigos reales
Corramos, huyamos
Adiós al infante
Banquo será rey
Pero ya no es padre
Huyamos, corramos
Testigos son tales


“Estas no son profecías, sino hechos: . ¡Adiós a la reflexión, adiós a mitigar el odio, adiós a refrenar la venganza para que tenga la apariencia de la justicia! ¡Hécate furiosa mata a Tamis y tráeme su venda! Mi alma se ha fundido y es sólo una roca vomitada por un volcán. No es bastante tu muerte, Macbeth: quiero tu sufrimiento; romperé todos tus huesos y seguirás vivo, y no tendrás ocasión para el arrepentimiento, para que tu alma sea una tea ardiendo en casa del Maligno. Y ahora quiero la locura para que la conciencia no me acobarde. ¡Fleance, hijo mío, no me esperes, que mi destino es el mismo que el de Macbeth!
Pero Fleance no ha muerto porque ha logrado huir de los esbirros de Lady Macbeth, aunque su esposo cree lo contrario y esto es lo que piensa Macbeth: “No me alegro del final del lechón; no fue ese mi deseo, ni esas fueron mis órdenes, pero lo hecho, hecho está. Ahora sólo quedan Banquo y Malcom. A Malcom le diré que yo no maté a su padre, que fueron sus guardianes y que matándolos se hizo justicia. ¡Bien saben los seres que habitan en los círculos celestiales que yo no deseaba su muerte y que mi ambición no traspasaba esos límites! Le cederé la corona aunque ello signifique el fin de mi esposa. En cuanto a Banquo, que le conozco como a un hermano, me temo que seremos el uno para el otro el Caín y el Abel. He de hablar con mi esposa”. Macbeth llama a un guardián para que la localice y este señala en lo alto de una almena a Lady Macbeth que canta con voz infantil:

Vuela paloma
Desde la almena
Acecha el halcón
Qué pena, qué pena
Para la dulce viuda
El amor ha pasado
Dicen que dice
Que ha dicho el hado
Que el amor que pasa
Pasa a deshora
Y a veces anida
Hora tras hora


“¡Que acabe el día, que se oculte el Sol para que no vean mis manos que emanan sangre y no encuentran la herida! ¡Un médico para este prodigio! El aire pesa y mancha la ropa; los espejos reflejan extraños seres deformes. ¡Quiero un peine, traedme un peine, damas mías! Un escalón, sólo hay un escalón entre la cumbre y la gruta, de donde salimos todos. ¡Oh, aquí hay palomas que aletean atravesadas por dardos! Volad, no muráis en tierra, que vuestro hogar es el aire: yo os acompañaré aunque corto sea el vuelo”. Y Lady Macbeth desapareció de la almena a la vista de su esposo. Este sólo dijo: “Fue y ya no es, eso es todo”. Y lejos de allí, las brujas cantan y danzan con locura:

Todas: El final se acerca
Y todo está al final
No importa el orden
Al final, matar, matar
Sorpresas aguardan
Esperar, esperar
El aire se espesa
Hermanas, danzad
La sangre ya brota
Sangrar, sangrar


Y ahora ya estamos en el campamento del ejército inglés al frente del cual están los hijos del asesinado rey, Malcom y Donalbain, y el general que los manda, Macduff. Es de noche y Malcom ha salido de la tienda de campaña. Hace un frío espantoso y la bruma no ha hecho más que comenzar. Malcom oye una canción a lo lejos del campamento y se acerca al lugar de donde salen las voces:

¿Por qué huyes?
¿De qué temes?
De mujer nacido
Enemigo no tienes
No huyas, no corras
¿Dónde vas?
¿Qué debes?
Nada has de temer
Si el bosque no viene
No huyas, no corras
Enemigo no tienes

Y Malcom, a medida que se disipa la bruma, ve un caldero que le es familiar porque ya lo ha visto antes: corresponde al de las brujas, pero estas no aparecen. Malcom se acerca más y cuando prácticamente se asoma al contenido del caldero, surge de repente y flotando en un mar de sangre la cabeza de su padre, el rey asesinado Duncam; Malcom, horrorizado, sale corriendo al campamento sin que pueda evitar oír la canción acompañada ahora de risas y tambores, a la vez que una voz que parecía provenir de todas partes y que le recuerda a la de su padre, repite machaconamente:

“Deshecha la apariencia, busca entre la bruma
Venganza, toda; justicia, ninguna”.

Malcom quedará anulado para la batalla que se avecina.

Las tropas que han de asaltar el castillo están ya preparadas y ocultas en el bosque de Birnam. Están mandadas por el mejor general inglés, Macduff, y por el hijo menor del asesinado rey, Donalbain. Macbeth espera en su castillo escocés a pie de la muralla en la torre del homenaje, con la mitad de su ejército, puesto que la otra mitad ha desertado al saber que los ingleses están acampados a menos de una milla. Y sin embargo no saben el efectivo inglés puesto que está oculto en el bosque. Macbeth habla para sus adentros: “Soy un guerrero y no rehúyo el combate, pero esta guerra es un absurdo: la patria dividida, mancillada la tierra por un ejército inglés al servicio de hermanos escoceses que me han declarado enemigo por causas que no me son imputables, aunque no puedo negar que no reniego de sus consecuencias. De nada han servido que mis emisarios tuvieran instrucciones de negociar todo esto, incluso el depositario de la Corona. ¡Una guerra por un equívoco, por una mentira! Quizá no sea inocente por mi ambición, pero tampoco soy culpable por mis acciones: a nadie he matado, nada he prometido que no cumpliera; tuve una terrible tentación, pero la guardé en el zurrón y ahí quedó. Soy culpable de aprovechar la ocasión como la urraca hace en sus visitas, pero si deseáis la guerra aquí está, nadie como yo disfruta con ella, ninguno mejor guerrero en el combate cuerpo a cuerpo; tampoco estoy falto de estrategia. La hora de las lenguas y sus parloteos han acabado: ahora hablarán las armas”. Y nada más acabar Macbeth, una sombra recorre la torre, el viento se levanta y el frío visita los huesos y las piedras, y el espectro de Lady Macbeth se pasea por la almena próxima a Macbeth y le habla de esta manera: “Mitigad vuestro espanto al verme de esta manera. Sí, soy vuestra esposa tras mi visita al Hades. Hay más allá, pero para vos es aún pronto. La causa de vuestro temor se debe a que nada os ha satisfecho en vida salvo lo que ahora se avecina: el combate. Sois un guerrero, pero sólo un guerrero, ninguna otra virtud. Os traigo templanza a vuestro espíritu y sosiego a vuestra ambición. Vuestro castillo y vos mismo no correréis peligro alguno mientras el bosque de Birnam no se mueva de donde está y nadie que haya nacido de mujer atentará contra vos. Sois libre; nada os apremia para hacer lo que no deseáis ni a renunciar a lo que es posible: la victoria ha de ser vuestra. Yo he de volver con Hécate, que a su servidumbre me ha destinado mis pecados. Recordad: nadie me ofende impunemente”. Y dice la leyenda que Macbeth se despedía de su esposa, de su espectro, alargando la mano al aire y con estas palabras: “Magníficas noticias me trae ese humor acuoso que se desvanece como la bruma: ahora defenderé el trono a sabiendas de que sólo la vejez puede derrotarme”.

El divino William cambió la leyenda desde el principio: hizo de Banquo un angelical guerrero exento de ambición, de Macbeth un asesino embargado en las dudas; mató a Banquo y al hijo y a la esposa de Macduff, el general al servicio de Donalbain; Malcom sobrevivió y a las brujas las convirtió en andrajosas y enigmáticas pitonisas. Son prerrogativas de todo poeta, que convierte todo material histórico, filosófico, en instrumento literario para que el espectador –en el caso del teatro- pestañee cuando el poeta lo decida. Pero la leyenda tiende a la reflexión y a la moraleja como el salmón busca desovar en el nacimiento del río que le vio nacer. La parte débil de la obra del gran William es la que le ha dado más fama: la del bosque de Birnam y el del imposible nacimiento del que ha de acabar con él. El bardo inglés lo arregló como todo el mundo sabe con las ramas que cortaban los soldados ingleses para ocultar su cifra y avanzar sin ser vistos, y con el nacimiento de Macduff, el general del ejército de Donalbain, nacido de una cesárea con su madre ya moribunda: demasiado teatral. Eso no cuadra con ninguna leyenda que pueda relatarse como tal. Pero sigamos con ella, querido nieto, que yo he indagado en textos gaélicos de notable antigüedad. El caso es que nos hemos dejado a las brujas hace ya tiempo, las verdaderas artífices de todo este desaguisado. Fueron ellas las que movieron el bosque de Birnam con sus poderes para hacer cumplir sus propias profecías y uno de los generales del ejército inglés, por orden del aterrado Malcom, mató a Banquo cuando este subía a la torre del homenaje y así poder asegurarse la Corona: Malcom le libró del placer de una venganza que era una mentira, porque nosotros sabemos que el hijo de Malcom, Fleance, vive prisionero de las Hermanas Fatales. Al final Donalbain, el vivo sacado de la muerte, mató a Macbeth, aterrorizado al ver al bosque de Birnam moverse y saber por boca del mismo Donalbain lo singular de su nacimiento. Y la leyenda continua, porque en muy poco tiempo murieron sucesivamente Malcom y Donalbain, los hijos del desgraciado Duncam. Y cuenta que hubo una revuelta de nobles que eligieron Rey a Fleance, el hijo de Banquo, asesinado por orden de Malcom como ya queda dicho. Y de esta manera se cumplieron las profecías de las brujas. No se tiene constancia escrita de leyenda alguna que atribuya a las Hermanas Fatales los fallecimientos extraños y prematuros para la realeza de los hijos de Duncam, pero el lector que ha seguido esta historia tiene motivos para sospechar.

Cuentan los lugareños que en tierras brumosas del norte de Escocia, en las gélidas noches de invierno aún se oye esta canción sin que nadie sepa quien la canta:
Discordia, discordia
Mentira, mentira
Sembremos, sembremos
Hagamos una pira
Sólo la venganza
Alimenta la ira
Discordia, discordia
Mentira, mentira

Y aquí acabó la narración de mi abuelo. Yo, entonces, mirando el libro del gran William que tenía en mis manos le pregunté: “Abuelo Berto, me queda la duda de si en la leyenda o en la propia obra de Shakespeare indican algo de quiénes eran en realidad esas brujas, tan maltratadas por los Papas, las religiones cristianas; de qué estaban hechas: tienen sustancia, algo de realidad, o son meros sueños y deseos; o sólo fueron desgraciadas mujeres asesinadas por el miedo, la envidia, la codicia y las… instituciones religiosas y seculares”. Al comprobar que no obtenía pronta respuesta levanté la cabeza y encontré el porqué: mi abuelo se había quedado dormido. Sé que la pregunta era trivial y retórica, pero no se me ocurrió otra cosa. Por cierto: ¿dónde y cuándo había aprendido mi abuelo el gaélico?


Madrid, 26 de noviembre de 2008

El robo del fuego

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por Antonio Mora Plaza
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Un día que estaba sobre la pista del relato “La pupila de la aurora” en la biblioteca que fue de mi abuelo porque me intrigaba sobremanera si la persona que conocí en su entierro era sólo Guillermina y no la auténtica Margaretta, la que fuera Mata-Hari, me encontré un texto escrito en las últimas páginas del Prometeo que poco tenía que ver con el relato. Dice así el texto: “Todas las culturas tienen en común el mito del nacimiento del fuego: los investigadores eurocéntricos han depositado en el cambio del nomadismo al sedentarismo el momento del nacimiento de las civilizaciones; otros lo han hecho en el habla, en la comunicación verbal”. Mi abuelo sostenía que eso es un deformación intelectual reciente, que el verdadero cambio, el salto de un estado primitivo a otro que posibilita el nacimiento de una civilización es el fuego, pero que la machacona insistencia de los mitos en ello ha tenido un efecto perverso. Sigo con el texto de mi abuelo: “… y la razón es que el fuego encierra todos los elementos: lo simbólico, como el nacimiento de la luz; lo mágico, como la erupción de los volcanes; lo realista, como instrumento de cocción; el fuego es a la vez la serpiente vibrante que se eleva, el alma que se cimbrea cuando abandona el cuerpo, la luz del final del túnel, la noticia del enemigo, el calor llevado en volandas, el amor que caliente e ilumina”. Luego el texto remitía a un libro de Faustino Cordón. Lo busqué y allí estaba esta leyenda que dice que…

…cuando los tabaosimos -el Consejo de Ancianos azteca- estaban reunidos, una bola de fuego humeante atravesó los cielos y se perdió más allá de las montañas. Entonces decidieron los ancianos que una expedición de guerreros iría allá, a las montañas, a buscar ese extraño, volante y rojizo objeto, con el fin de saber si era un enviado del dios solar Huitzilopochtli, si era un castigo, o si algo bueno podía surgir de ese ser volante. Y la expedición se puso en marcha, pero cuando atravesaron las primeras montañas vieron que los rastros de la bola de fuego iban más allá, a la siguiente hilera de montañas, y allá fueron; y cuando allí llegaron de nuevo el rastro seguía adelante, hasta otra nueva hilera. Los valientes guerreros, que no conocían el miedo ni el cansancio, siguieron el rastro, pero cuando llegaron a las nuevas montañas el rastro continuaba más allá aún. El caso fue que cuando hubieron atravesado la quinta cordillera, las huellas del fuego se perdían en el horizonte, y los guerreros, más desanimados que agotados, decidieron volver a su población conscientes de que no serían bien recibidos por su pueblo, y menos aún por el Consejo. Una vez que supo el jefe de los Ancianos la noticia, dice la leyenda que estas fueron sus palabras:

“¡Oh diosa de la Tierra, temible Coatlicue, danos tu perdón por haber fracasado en nuestra misión y danos a tu hijo llameante para que podamos tener calor en las noches de los inviernos! Haremos cuantos sacrificios pidáis, sea de animales o de humanos, sea caminando en las frías auroras, sea navegando en tus lagunas cuando el Sol es cruel, sea recorriendo los cerros en los crepúsculos, donde acechan las bestias de ojos sin párpados”. Dice la leyenda que al acabar estas palabras un fortísimo viento surgió de entre templos y pirámides que se convirtió en sonidos ululantes, y que el chamán-jefe lo interpretó de esta manera:

“Pueblos azteca y tarasco, tendréis el fuego que tanto anheláis,
pero la tea que os traiga el fuego será a la vez
principio y destino, medio y fin, causa y efecto, pecado y castigo”.

Asombrados quedaron los ancianos por esas enigmáticas palabras y las grabaron en piedra, sin saber si eran una profecía, una amenaza, un deseo cumplido, o todo a la vez. Y cuando más consternados estaban los pobladores y sus miradas se elevaban a las nubes y montañas en ademán de súplica, vino al poblado azteca un forastero, un tiacuache, cargando una bolsa enorme a sus espaldas y dirigiéndose al Consejo de Ancianos que en el Templo Mayor estaban les dijo estas esperanzadoras palabras:

“Yo se cómo obtener el fuego permanente que os hará recuperar las ilusiones y satisfacer necesidades, pero ello no se consigue sin sacrificios. Estas son mis condiciones para toda la población, incluidos, claro está, el Consejo, chamanes, astrólogos y escribanos: deberéis ayunar cinco días al mes; deberéis absteneros de hacer sacrificios humanos y de animales jóvenes; deberéis depositar vuestras joyas y adornos de oro, de plata y piedras preciosas en una sala del Templo Mayor; sólo cazaréis los necesario para vivir, pero nadie vivirá para cazar; daréis de comer a niños, ancianos y mujeres encintas y a cuantos no puedan valerse por sí mismos; no conquistaréis otros pueblos, no haréis prisioneros y ni esclavos, y sólo os estará permitido el uso de armas de guerrear en defensa propia; habrá jueces para juzgar conductas; por último, la ley escrita estará por encima de costumbres y deseos de los juzgadores”. El Consejo de Ancianos en un principio rechazó tan peregrinas e inéditas condiciones, pero entonces Yaushu les lanzó el carnero asado que llevaba en la enorme bolsa y les dijo: “A eso es a lo que renunciáis”. Comieron los miembros del Consejo y la población allí congregada, y no pasó mucho tiempo cuando aceptaron las condiciones del tiacuache. De nuevo les habló: “Si cuando tuvierais el fuego no respetarais esas condiciones, el fuego se extinguirá como la luz se apaga cuando el Sol descansa de su fulgor, no sin antes hacer un enorme estropicio”.

Y Yaushu partió a donde no habían llegado los guerreros aztecas y se llevó un pellejo de pinone, comida que estaba hecha por los brujos del poblado a base de harina de maíz, canela, plantas aromáticas y alcohol destilado de arroz. Y cuando hubo andado muchas jornadas sin descansó llegó hasta los cerros -desde donde se veía el mar-, encontró una gruta y en ella a un viejo vestido con cuatro harapos y -lo que era más importante- se hacía acompañar siempre por una tea que ardía sin consumirse. Al principio Yaushu fue recibido con hostilidad por el viejo porque estaba muy celoso y orgulloso de su fuego, pero entonces el enviado del Consejo le acercó el pellejo con el pinone y el viejo lo bebió, primero con precaución, pero luego lo fue acabando con deleitación. Entonces se animó el viejo y le habló a Yaushu con una frialdad y entereza que el enviado del Consejo no esperaba: “Forastero, si el cansancio te abruma, descansa; si el sueño te vence, duerme; si tu misión es recoger plantas medicinales y semillas, hazlo, que aquí hay de todo eso y en abundancia, pero nunca has de tocar esa tea ardiente porque sólo desgracias puede traerte a ti y a los que te han enviado, y no preguntaré tu verdadera misión porque no quiero que ensucies tu conciencia con la mentira”. A esto contestó Yaushu, el enviado: “Mi deber es ayudar a mi pueblo sin molestar a los dioses; mi deber es dar la felicidad sin quitársela a nadie; mi obligación es velar por la paz y procurar que los que quieren la guerra no tengan poder suficiente para imponerla a los que quieren la paz. En poco tendré una habitación llena de adornos de oro y plata, y también de piedras preciosas, las adorables lágrimas de los dioses. Todo será tuyo si cambias de opinión y compartes el fuego conmigo y mi pueblo”. Fue entonces que el viejo se levantó braceando y con los ojos enrojecidos y estas fueron sus palabras que salían como silbadas de su boca desdentada: “Jamás os llevaréis el fuego porque eso es una promesa a los dioses; porque todos los fuegos son hijos de Huitzilopochtli, el dios solar. Lo que intentáis es equivalente al secuestro de sus vástagos, y ya conoces el producto de su ira que a todos alcanza: bolas candentes que atraviesan los aires, montañas que vomitan fuego, sombras en los cielos, en la tierra mantos de ceniza, vientos irresistibles, torrenciales lluvias, destrucción y muerte por doquier, porque por ese pecado los dioses no buscan la justicia sino la venganza. Estás advertido: no toques el fuego”. Yaushu se sentó, calló y observó.

Al poco tiempo quedó el viejo dormido por el mucho alimento y el no menos alcohol ingerido, y Yaushu aprovechó la ocasión para robarle la tea ardiente y salir corriendo en plena noche. Al principio parecía fácil la empresa, pero a medida que corría, el viento se hacía más fuerte y la tea o antorcha ardía más y el fuego se hacía más grande, y Yaushu se dijo: “Si me paro el fuego consumirá la tea y si corro lo consumirá más deprisa por la acción del viento y, en ambos casos, no llegaré al poblado con la misión cumplida”. Y cuando estaba en esa tesitura vio que el viejo corría tras sus pasos con otra antorcha ardiente y pensó: “Si consigo la otra fundiré ambas antorchas, la suya y la mía, y llegaré al poblado a satisfacción de todos”. Entonces se le ocurrió que en lugar de esconderse del viejo debía correr todo lo que pudiera, pero dejando las pistas necesarias para que el viejo le siguiera. Y así ocurrió, pero el viejo -como había previsto Yaushu- no pudo resistir el ritmo de la persecución y cayó extenuado, momento que aprovechó el enviado de los Ancianos, tomó la antorcha del moribundo y, entre ambas, logró hacer una lo suficientemente grande como para llegar al poblado azteca, pero también demasiado grande como para no impedir que el fuego se extendiera a su brazo e indumentaria; y así, exhausto y casi ardiendo, pudo llegar al Templo Mayor, depositar el fuego en la sala hipóstila y despedirse del mundo de los mortales.

Cuenta la leyenda que durante muchos meses lunares y muchas estaciones, aztecas y tarascos -antes de las guerras civiles que les llevaron a separarse y considerarse enemigos- guardaron el fuego en templos y pirámides e hicieron de Yaushu un héroe. Sin embargo, es sabido que el tiempo relaja las costumbres, equivoca la memoria, olvida las promesas y cambia las tradiciones, y los pobladores aztecas -junto con sus ancianos y chamanes- relajaron las obligaciones y promesas contraídas con su ahora héroe, y las joyas y piedras preciosas dejaron de llegar, se olvidaron de los ayunos, se recuperaron los sacrificios -incluso humanos-, se volvió a las armas y a la guerra de conquista, y todo, todo lo prometido… se olvidó. Y ocurrió lo que cabe imaginar: que el día en el que la sala de los tesoros estuvo vacía por las pocas entradas, por los muchos robos y por los no menos regalos fruto de la corrupción, un viento huracanado apagó todas las antorchas y ahogó todos los fuegos; a continuación, el volcán que presidía la cumbre de la montaña -a cuya falda estaba el poblado- entró en erupción vomitando fuego, lava y ceniza. Dice la leyenda que una bola de fuego cayó sobre el Templo Mayor cuando estaban reunidos el Consejo de Ancianos y algunos de los chamanes, y derribó la techumbre y atascó las puertas, y todos los que estaban dentro se convirtieron en poco tiempo en teas humeantes entre pavorosos gritos. Todo cuanto hicieron los pobladores por apagar el Templo fue inútil. Se dice que aún continúa ardiendo, aunque sólo los espectros de los que murieron en él pueden verlo. También dicen los visitantes del poblado que un espectro entra y sale con una antorcha en la mano y grita: “Soy Yaushu, el Enviado”. Pero esto último es sólo la leyenda de una leyenda, es decir, sólo es viento, humo, sombra…, nada.



Madrid, 11 de noviembre de 2008

Qué hacer en la (próxima) crisis

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por Antonio Mora Plaza
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Creo que todos los análisis que se hacen en, desde y para el sindicato debería exigírseles la respuesta leninista por excelencia: qué hacer ante la crisis económica. Son muchos los análisis –sobre todo a toro pasado- donde no cuesta nada racionalizar explicaciones, casando, como en un puzzle, causas y efectos para demostrar o justificar ideologías, puestos de trabajo o compromisos contraídos. Casi todas las explicaciones no adolecen de aciertos, pero ninguna es suficientemente explicativa, incluida esta que se propone. Esta es la primera cuestión que quería plantear de la forma más breve posible. La segunda es la de salir al paso de una falsedad que se está extendiendo como un reguero de pólvora y puede llegar hasta el mundo sindical: es la idea de que ha habido fallos de mercado, de regulación, y eso ha ocasionado la crisis. Eso es falso, porque aún cuando el origen de la crisis actual está en el sector inmobiliario principalmente –al igual que ocurrió en el año 29- el parón del crecimiento se produce cuando el sector financiero deja de cumplir su labor de captar el ahorro con una mano y prestarlo con la otra, evitándose así el crecimiento de la liquidez (los “depósitos a la vista” como componente de “la oferta de monetaria”) que –como el aceite en un coche- necesita la economía real. En España es más grave aún porque, a diferencia de otros países de nuestro peso y entorno, gran parte del llamado circulante –donde están las nóminas- se financia con crédito. No ha habido fallos de mercado, sino funcionamiento típico del capitalismo, que en determinados períodos se alarga la financiación a empresas y particulares más allá de lo que crece la economía real fruto de la competencia y en otros –como en el que estamos- se acorta extremadamente en un intento de aquilatar los riesgos por falta de confianza. Sin embargo no se puede generalizar y dar una receta única para todo tiempo y lugar. En el núcleo duro del capitalismo se ha instalado una ideología –la neocon- que se basa en 2 pilares: 1) cualquier regulación que venga de los poderes públicos es peor que cualquier autorregulación; 2) cuanto menos Estado, es decir, cuanto menos Sector Público, cuanto menos política, mejor. Esta ideología se instaló en los ochenta del siglo pasado primero en el Reino Unido con Margaret Tacher y al poco en USA con Ronald Reagan, y se ha extendido hasta el presente con el paréntesis del presidente Clinton. En España ha tardado más, pero se concretó parcialmente con la victoria electoral del P.P. en 1996 de la mano del Sr. Aznar –un falangista tardío- y sus privatizaciones. Seguimos instalados en religión de la mano invisible del Sr. Smith, cuando decía aquello de que “buscando el interés particular se consigue el general”. Ahora se ha demostrado su falsía, porque las entidades de crédito -buscando minimizar sus riesgos en la etapa actual- han reducido sustancialmente sus préstamos a empresas y particulares, con ello han retraído el Consumo, y tras éste está la producción de bienes y servicios, y más tarde las rentas: la falta de liquidez ocasionado por el retraimiento del crédito está frenando el proceso circular de la renta (Consumo/Producción/Renta/Consumo). Afortunadamente en España el impacto ha sido menor porque la política del Banco de España de la mano sucesiva de los señores Rubio, Rojo y Ordóñez, ha propiciado una política contracíclica, obligando a los bancos a aumentar las reservas en los períodos de auge económico y disminuyéndola en los períodos de contracción (como el actual)[1].

Esta ideología –la neocon-, que defiende en principio del libre mercado y el no intervencionismo, no ha tenido empacho en ofrecer en EE.UU. por medio de su Gobierno 700.000 millones de dólares[2] para salvar el sector financiero, del seguro, incluso de otros de la economía real (del automóvil). De momento sólo ha caído el banco de inversión Lehman Brothers, pero se ha evitado las de la aseguradora AIG y la de los hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac. Ya hace 10 años se evitó la caída del fondo de inversión Long Term Capital Management, rescatado desde lo público por la Reserva Federal de Nueva York; la de Bear Stearns, absorbida por decisión política por el banco JP Morgan Chase; la del fondo Goldman Sachs, cuyo presidente era Henry Paulsen, que dimitió ante la situación de quiebra y se unió al gobierno de Bush-hijo como Secretario del Tesoro; y por último, también se salvó en ultima instancia el banco Merril Lynch absorbido también por el Barclays Bank. Todos estos fueron estallidos y síntomas de que el sistema imperante desde la mitad de los años noventa basado en los 2 puntos señalados había tocado techo y no daba más de sí en los conceptos de estabilidad y crecimiento. Incluso ya el modelo neocon del sólo mercado daba síntomas de perversión con las crisis monetarias -y en la economía real- rusa, tailandesa, argentina (corralito), mejicana (efecto tequila), etc. de hace una década junto con los casos de gestión perversa de las empresas Enron, Worldcom, Arthur Andersen, Parmalat. Dejo fuera lo que de verdad importa a los 6.500 millones del planeta: la distribución injusta de la renta y la riqueza entre países, entre la población de un mismo país, el desastre ecológico, etc. que poco nada parece importar a los defensores de este sistema del sólo mercado y nada de Estado (cuando el sistema engorda las cuentas de resultados).

Otro error que se ha extendido como la pólvora es considerar que todo esto se debe o se agudiza por efecto de la llamada globalización. ¿Qué es esto, además de una palabra? Sea cual sea como lo entendamos o lo definamos, este no es un nuevo fenómeno. Ya fue señalado por Marx al estudiar los fenómenos de extensión de los mercados de capitales, de concentración y centralización, y del comercio internacional desde casi el mismo nacimiento del capitalismo, desde los primeros telares en Manchester, hasta que Inglaterra se convirtiera en el taller del mundo a comienzo del siglo XX. Nada nuevo. Lenin ya lo estudió en el Imperialismo como fase superior del capitalismo siguiendo a un economista profesional como Hilferding. Yendo más atrás en el tiempo, la primera gran globalización se produjo con el descubrimiento de América, la traída del oro, plata y piedras preciosas de allende las Américas y el monopolio de la Casa de Contratación de Sevilla en el comercio con las Indias. Volviendo al momento actual, lo único que sí se ha extendido significativamente son los mercados que “funcionan a la velocidad de la luz”: los mercados de títulos, divisas, derivados, opciones, futuros, multiplicándose por diez las transacciones en la última década y provocando crisis parciales y puntuales, pero insoportables para el propio sistema (Banco de Bering). También se ha extendido -¡afortunadamente!- la comunicación a través de la red (Internet) y la información (Google, Yahoo, etc.); en cambio lo que sí se está dando son fenómenos antiglobalizadores como son los de localización/deslocalización de determinadas industrias (automóvil, textil) que se meten en el saco –en mi opinión erróneamente- de la globalización. Pero esto creo que es una batalla perdida, incluso en el mundo sindical, y la consideración de la globalización[3] como un fenómeno nuevo y siempre perverso es imparable. Por ahí ya no sigo.

Otro error más es echar la culpa al mercado. ¿Qué es eso del mercado? Otro tópico extendido. El mercado como forma –más que un lugar concreto- de confrontar dialécticamente con dimensión temporal las ofertas y demandas de los bienes y servicios no es responsable de esta crisis ni de ninguna. Cuantos más mercados existan, cuanto más competitivos sean y cuanto más tengamos conocimiento de las ofertas y demandas, mejor para la economía, mejor para los consumidores, mejor, en general, para los ciudadanos. El problema no es el mercado, el problema –cuando lo hay- es que la oferta –los bienes y servicios producidos- no se adecua a la demanda, es decir, a los deseos de los consumidores, ni en el tiempo, ni en el qué, ni en el precio. Pero esta inadecuación aún sería peor sin mercados. Estos siempre han existido, incluso en las economías de planificadas, de planificación central realmente existentes o que han existido. No caigamos de nuevo en dar al empedrado la culpa del que no la tiene. Ocurre, no obstante, que en gran medida la oferta no se adecua a la demanda porque eso es consustancial al sistema capitalista: los empresarios, comerciantes, intermediarios, etc. buscan el mayor beneficio posible, y los consumidores –parte de cuyos actores son los anteriores- buscan satisfacer sus necesidades. Pues bien, las crisis se desatan o se agrandan precisamente porque ambos intereses –los de la oferta y los de la demanda- se alejan sin que nadie se lo proponga.

Si más dilación entro en el qué hacer, es decir, en cuál debiera ser –en mi modesta opinión- las propuestas, programas que el sindicato debiera tener y proponer para esta –si es que ya no es tarde- y para el futuro. No creo que pueda el sindicato dejar los asuntos de la política económica en manos sólo de la política y menos aún en manos del sólo mercado. Estas son mis recomendaciones:

a) Una regulación de todos los mercados, de cualquier mercado, mediante instituciones en los que estén representados todos los concernidos: empresarios, comerciantes, consumidores, sindicatos. Ni un solo mercado por pequeño que sea que no esté cubierto por algún órgano regulador con sus leyes correspondientes, en los que las retribuciones de los empleados del órgano regulador no dependieran de lo privado para evitar el fenómeno de la captura del regulador.
b) Creación de un sector público del crédito con estas características: 1) Debiera ser lo suficientemente potente como para que en períodos de retraimiento del crédito –como el actual- pudiera llegar a todas las empresas y comercios del país y a todos los consumidores. Esto exige no sólo una posesión pública del saldo vivo crediticio sino también de largos tentáculos, es decir, de el suficiente número de agencias y oficinas como para llegar a toda la población; 2) Una participación de ese salvo vivo crediticio en torno al 30% del total. Con ese tamaño -que pudiera parecer insuficiente en períodos de crisis- se podría llegar a casi toda la población tomando interbancario del Banco Central Europeo y del resto del sistema financiero; 3) Su actuación sería contracíclica: en los períodos de auge económico y de alegría crediticia del sector privado –como ha ocurrido casi hasta última hora- el sector público del crédito se mostraría conservador tanto en la cuantía del préstamo, en el riesgo y en los tipos, y con ello aumentando sus reservas y dejando la morosidad cercana a cero; en cambio en los períodos de contracción del crédito por parte del sector privado –como ocurre actualmente- se produciría la expansión del crédito señalada asumiendo el riesgo del aumento de la morosidad; 4) Salvo estas actuaciones estratégicas obligadas por sus estatutos internos, el resto del tiempo actuaría en pie de igualdad con el resto del sistema financiero.
c) Nacionalización de todas las redes: de telecomunicación, eléctrica, gasística, petrolera. Nuestra economía no puede estar en manos de monopolios de redes por los efectos perversos en precios y cantidades y calidades que conllevan los monopolios en general. Sí a todo tipo de operadoras; no a la propiedad privada de las redes. De esta forma se acabarían las posiciones de privilegio de empresas que son a la vez propietarias de redes y operadoras (Telefónica, tras la privatización de Aznar, es paradigmática). Y esto sin menoscabo de posibles nacionalizaciones si las empresas eléctricas, gasísticas, petroleras y de telecomunicaciones no cumplieran con el cometido de satisfacer primero las necesidades del país y, secundariamente, su cuenta de resultados. Volver de nuevo, en todo caso, a “la acción de oro” que tenía el Gobierno de la Nación en todos los oligopolios del sector energético antes del infausto gobierno del Sr. Aznar. De esta forma también nos defenderíamos mejor de los intentos de compra de las empresas estratégicas españolas por parte de empresas públicas extranjeras como E.ON o Gazprom.
d) Limitación de los sueldos monetarios y no monetarios y de opciones de los directivos de empresas y sectores estratégicos a determinar por un órgano regulador creado ex profeso. Igual para el caso de los dividendos.
e) Establecimiento del delito –no sólo sanción- de cohecho para el sector privado en pie de igualdad con el actualmente existente para lo público.
f) Todas estas medidas deben estar en manos del Gobierno de la Nación y en ningún caso de las Comunidades Autónomas por motivos obvios.
g) Repensar el Estado de las Autonomías actual. No existen actualmente algo que podamos llamar Sistema Público de Salud, ni un Educación Pública, ni una política pública de vivienda protegida, ni una aplicación justa y/o igualitaria de la ley de la dependencia, sino más bien 17 Sistemas de Salud –algunos ya carcomidos con el cáncer de la privatización-, 17 Sistema de Educación, una falta de política de vivienda protegida –principalmente en la CC. AA. Gobernadas por el P.P.- y una nula o desastrosa aplicación de la ley de la dependencia, principalmente también por parte de las comunidades del P.P. El caso de la gestión de la Sra. Aguirre en Madrid es también paradigmático en todas estas áreas. No puede ocurrir que la bondad de estas leyes dependa de que siempre gobierne el PSOE en el Gobierno de la Nación y en todas y en cada unas de las Comunidades Autónomas (también en las ciudades de Ceuta y Melilla). Esto pone en cuestión otra cosa que enuncio a continuación
h) El modelo de Estado. Creo que estamos en terreno empantanado, que permite el uso demagógico por parte de la Derecha de las competencias. Así, vemos a la Sra. Aguirre decir al Gobierno de la Nación “que no le da dinero para Sanidad”, como si sus votantes fueran tan ignorantes y estúpidos que no supieran que el Gobierno no da dinero arbitrariamente sino a través de una ley –la LOFCA- mediante criterios objetivos -principalmente por población-, y cómo si no supieran que el dinero no se “da” expresamente a Sanidad, sino que se recauda en parte por las propias CC. AA. y en parte por la Administración Central, y luego parte de este último se entrega a las Comunidades según se especifica en la ley y en los reglamentos -como no podía ser de otra manera en un Estado de Derecho-, y que son las Comunidades Autónomas las que determinan la jerarquía de sus preferencias en sus presupuestos comunitarios. Es un ejemplo más, pero es importante, porque resulta insufrible su uso demagógico y por la dimensión de la CC. AA. De Madrid. El sistema de ingresos de las CC. AA. basado en la corresponsabilidad fiscal es un fracaso precisamente porque ese uso demagógico de las peticiones presupuestarias tira por tierra cualquier bondad “técnica”. Creo que debemos ir a un sistema de auto-responsabilidad fiscal tipo alemán, donde los "länders" ingresan, ponen y quitan sus propios impuestos para financiar sus propios gastos, y el Gobierno Federal tiene sus propios impuestos para financiar sus propias competencias. O vamos hacia atrás o vamos a un sistema federal de una vez por todas.

Sería abusar de la amabilidad de CC. OO. extenderme más. Todo esto exige una reflexión que debe acotarse en torno a dos parámetros: 1) la necesidad de cambiar las cosas para que lo que ha ocurrido no vuelva a ocurrir y si ocurre estemos mejor preparados de lo que estamos; 2) no debemos caer en la carta a los Reyes Magos, a lo que somos tan aficionados en este sindicato. Hay que pedir cambios necesarios y posibles. Los apuntados –y quizá algún otro- son posibles, algunos lo han sido en el próximo pasado. No seamos utópicos, pidamos lo posible por difícil que parezca y aunque el bosque de lo inmediato, de los intereses particulares, de lo tópico, nos impida verlo.


Madrid, 18 de noviembre de 2008
[1] Aumentando con ello la “la base monetaria” (dinero en billetes y monedas que poseen físicamente empresas y particulares + las reservas de los bancos) y provocando (si aumenta la “base”) la “oferta monetaria” (el primer componente anterior, es decir, dinero en billetes y monedas… + “los depósitos a la vista”).

[2] Esta nota se ha quedado obsoleta porque el dispositivo de circulante puesto a disposición de empresas (sobre todo) y particulares es la escalofriante cifra de 7,5 billones de dólares, es decir, la mitad del PIB norteamericano. Para que se haga una idea el lector, es como si la cifra puesta a favor para los mismos sujetos entre ayudas, créditos, avales en España fuera de algo más de 500.000 millones de euros. No entro en las repercusiones macroeconómicas de su financiación: o bien mediante creación de dinero por la Reserva Federal o por emisión de Deuda Pública. (Véase el reportaje en EL PAÍS de los Negocios del 30.11.08 de Sandro Pozzi titulado “Obama quiere hacer historia en la economía”.

[3] Palabra mal traducida porque viene del término inglés “global”, que no significa “global” sino “mundial”, que no es exactamente lo mismo.
Madrid, 18 de noviembre de 2008

Peludo, hasta siempre

Peludo, hasta siempre

la luz es el optimismo de la razón

la luz es el optimismo de la razón

muros, ni para lamentaciones

muros, ni para lamentaciones

¿Por qué?

¿Por qué?

planchando la oreja

planchando la oreja

¿naturaleza muerta?

¿naturaleza muerta?

el mamífero perfecto

el mamífero perfecto