3 ene 2011

Las gemelas y el barquero


Antonio Mora Plaza

- ¡Qué bien se está es en cueva, Valentina! ¿Nunca que te has preguntado que somos afortunadas más que nadie de haber encontrado esta cueva de las maravillas donde viajar a cualquier parte es posible con sólo desearlo? ¡Eh, Valentina! ¿Me estás escuchando? Es verdad que no vemos a nuestros padres, pero así tenemos la ilusión de que siguen vivos, porque la certeza de la muerte es lo más triste que puede pasar. ¡Valentina!

Pero Valentina no la hacía caso porque estaba midiendo la cueva con los pasos.

- Perdona, Laurita, pero estoy viendo algo que no logro entender. Verás, la estancia en la que estamos tiene seis lados, pero si abro por fuera y cuento los lados me salen cinco, lo cual es imposible. Bueno, cabe una posibilidad: que las paredes no sean igual de gruesas en este recinto y unos trozos sean más ancho que otros. Pero eso tampoco parece que ocurra porque las puertas de las paredes son todas iguales de altas y de anchas.

- Pero recuerda que esta cueva es maravillosa y cualquier cosa es posible, Valentina.

- Sí, pero no puede o no debería haber cosas incomprensibles. Mejor dicho, cosas imposibles, Laurita

- Al final no sé dónde quieres ir a parar, Valentina. A mí ese problema no me interesa, pero como a ti parece preocuparte, ya me empieza a preocupar a mí, no por el problema, sino por tu preocupación, porque eso puede ser que aquí te aburras y cualquier día me pidas volver al mundo de las realidades donde todo es más aburrido y peligroso. Y eso a mí sí me parece preocupante.

- Verás, Laurita, es que pensando en el problema de antes he descubierto la diferencia entre lo imposible y lo incomprensible, cosa que hasta ahora había pensado que era la misma cosa, ¿entiendes, Laurita?

- No del todo, pero es que se me hace difícil pensar en cosas que desconozco su importancia o que, como lo que tú dices, no la tienen. Ya sabes que tú eres la que piensas y yo la que me divierto, aunque no siempre ocurre así.

- Sí, porque además ahora no me divierto pensando en que este problema de las 6 paredes por dentro y 5 por fuera no me divierte, porque me parece imposible e incomprensible. Nosotras imaginamos cosas, pero lo que imaginamos, lo entendemos, tienen algo que ahora no me sale la palabra.

- ¿Quieres decir lógica, Valentina?

- ¿Lógica? ¿De dónde te has sacado esa palabra? Pero quizá podría valer. Sin embargo, yo busco una palabra parecida que me valga para explicar –o no explicar- el problema.

- ¿Y por qué no la buscas en el diccionario, Valentina?

¡Ahora te he pillado, Laurita! Lo que has dicho no tiene lógica, Laurita.

- ¿Por qué? ¿Y por qué has dicho dos veces Laurita cuando con una sobra?

- Porque el diccionario sirve para buscar el significado de las palabras cuando conoces la palabra, pero no al revés, es decir, cuando conoces el significado, pero no la palabra ¿lo entiendes?

- Lo entiendo y tengo la solución –dijo con malevolencia Laurita a su hermana-: puedes buscar todas las palabras del diccionario de la A a la Z hasta que encuentres ese significado. Yo te espero hasta la hora de cenar jugando con Zinga al veo veo.

Y todas las amigas de las gemelas se echaron a reir, salvo Galapa, la tortuga, que dijo:

- Eso es aburrido hasta para mí- y ya no pararon de reír, incluida la propia Valentina-.

- Antes de que nos invada el tedio, deberíamos viajar, pero a un lugar que sea seguro, porque nuestras aventuras hasta ahora han sido de lo más peligrosas. Por ejemplo, podríamos pensar en una palabra cada una que nos pareciera poco peligrosa, cerrar los ojos como siempre, tomar nuestras manos y extremidades y así que pasen cinco años. ¿Qué os parece? –dijo Laurita, extrañada por la cara de sorpresa que ponían sus amigas y su hermana-.

- No está mal pensado, pero tiene algunos fallos, además de dejarnos a todas boquiabiertas: ¿qué es eso de el tedio y por qué tienen que pasar 5 años? –contestó Valentina que no salía de su asombro-. Además, yo no estoy tan segura de que la reunión de palabras sencillas, inocuas –todo se pega- no sean peligrosas todas reunidas. ¿Sabéis el significado de la palabra inócua, porque yo no tengo ni idea de lo que significa?

- Veo que no soy la única que se le ocurren palabras raras –dijo Laurita-.

- Tienes razón en lo de las palabras, Valentina. Por ejemplo la palabra deber no nos gusta cuando nos dicen que hagamos los deberes y sin embargo a nuestros padres no parece disgustarles cuando dicen que nosotras debemos hacer los deberes por nuestro bien. Sería mejor que nuestros padres hubieran inventado palabras que fueran buenas y malas sin necesidad de quién las diga y para quien las escuche. Creo además que habría menos discusiones. Pero hagamos lo que dices y pensemos-.

Eso hicieron las gemelas y sus amigas, y cuando despertaron se encontraron en una gigantesca cueva, pero sin vegetación y con un pequeño, pero bravo río. Al principio no vieron nada de particular o al menos sorprendente.

- ¿En qué pensaste? –preguntó Valentina a su hermana-.

- En un río que fuera entretenido –contestó Laurita-.

- Yo en cambio he pensado en barcos con los que podamos recorrer los mares como hacían los marinos de los cuentos que hemos leído. Lo del río entretenido parecía algo bueno, Laurita, pero quizá para un río la palabra entretenido sólo sería adecuada para él, pero no para nosotras. Quizá sea un ejemplo de lo que hemos hablado.

- Lo que no se ha cumplido es lo de los barcos, porque no hemos visto ninguno y además no cabrían este río –reflexionó Laurita preocupada-.

- Paciencia y barajar, Laurita, que ya aparecerá. Además, si queremos cruzarlo, no queda otro remedio que hacerlo cuando venga alguien que nos ayude –dijo Valentina algo preocupada-.

Y el ruido es ensordecedor: ¿ensordecedor? ¿Qué hacemos, Valentina? Mira, al final del túnel como que parece que viene alguien caminando sobre las aguas –señaló Laurita-.

- Eso es imposible, pero parece que lleva un palo en las manos. Sí, trae un palo más alto que él. De ello podemos concluir que no camina, sino que lleva un barco y que se ayuda del palo –reflexionó de nuevo Valentina-.

- Navega y remo. Estas son las palabras que se me vienen a la mente al oírte, Valentina.

Y en efecto, una figura muy delgada y quizá alta se acercaba a las gemelas. Lo del barco y la navegación parecieron, en efecto, palabras adecuadas a lo que veían las gemelas. Cuando estaban cerca pudieron comprobar que, además del remo, llevaba la enjuta figura otro artefacto, mitad madera, mitad hierro de forma curvada. También el remero se había percatado de las gemelas y que por ello intentara acercar su pequeña barca a la orilla donde estaban, aunque el esfuerzo era colosal, porque las aguas entretenidas de Laurita resultaron ser bravísimas aguas. Ya cerca de éllas, pero sin abandonar barca y remos, así habló el barquero tras una breve reflexión de Valentina.

- "Es extraña la forma de remar de este barquero -observó Valentina como hablando para sus adentros"-.

- Permitidme pequeñas que me presente. Mi nombre Caronte y soy el enviado del Hades, el dios del Inframundo, lugar de donde todo el que entra quiere salir para ver la luz de nuevo aunque esta les ciegue. Yo soy el encargado de llevar a los mortales e inmortales del mundo mortal al mundo de lo que existe sin más cualidad. Más aún, el inmortal que va y viene, si lo consiguiera, perdería el don de la inmortalidad. Yo diría que no estáis aquí por propia voluntad, porque nadie viene aquí de esta manera y porque sois muy jóvenes. Sabed que el que cruza este río, el río Aqueronte, no retorna a la orilla de donde vino. Aun así, ¿acaso es que queréis pasar a la otra orilla? ¿Portáis los óbolos correspondientes, uno por cada ojo?

Y la impetuosa Laurita contestó primero.

- No venimos a haceros daño, señor, Caronte. Estamos de paso y venimos de paso de la Cueva de los Sueños, donde no envejecemos. Nos gusta la aventura, pero no nos gusta el peligro, porque fuera de la Cueva somos vulnerables. Lo que sí nos gustaría sería viajar en tu barca contigo. Lo que no tenemos son eso que has llamado óbolos, porque sería improbable que lleváramos algo que no sabemos cómo se llama, porque entonces no podría decir a mi hermana -es un ejemplo-: "¿Valentina, no se te olvide coger el óbolo por si lo necesitamos?" Si no tuviera un nombre no sabría qué cosa coger. ¿Entiendes lo que te digo? Y ten cuidado con la barca no vaya a ser que vuelques y te ahogues.

Quedose tan sorprendido el barquero del Aqueronte que no supo qué decir. Pero le esperaban además las palabras de Valentina.

- La verdad es que a todas sus preguntas hay que contestar que no. Señor Caronte, a mí se me ocurre algunas cuestiones. Usted dice que ningún mortal e inmortal puede cruzar la orilla y volverse atrás o volver a cruzarla, si no entiendo mal. Si eso es así, ¿usted cómo es que vuelve, va, retorna sin más? Dice además que la vuelta haría mortal al inmortal. Según eso, usted debería ser mortal e inmortal a la vez porque va y viene de una a la otra orilla continuamente, y eso es imposible porque se tiene que ser una cosa o la otra. En cuanto a lo de los óbolos, no nos ha dicho que son, pero si fueran dinero como a mí me parece que lo son: ¿para qué quiere dinero en este sitio si no hay tiendas donde comprar? ¿Quizá es que las haya en el Inframundo ese? ¿Se puede elegir vivir en el Inframundo o de qué depende? Además, si vivís aquí siempre será porque habéis hecho algo malo, porque aquí, por lo que se ve, no hay luz, es decir, no llegan los rayos del Sol.

Repuesto el barquero del desparpajo y de la precocidad de las gemelas, de su falta de miedo, así respondió a lo que pudo responder.

- No sé si tengo respuesta a todo lo que me habéis preguntado, pero intentaré no defraudar vuestra aparente curiosidad ilimitada. En efecto, los óbolos son monedas para dar entierro digno a los que así lo querían en vida y aún lo deseaban ya muertos. No sé lo que son tiendas, pero sospecho que no hay de eso en el Inframundo porque allí de nada sirve el dinero, por lo que ricos y pobres sufren por igual sus incomodidades. No podéis viajar en mi barca porque ese es un viaje sin retorno. Aunque tengo que decir que hubo una excepción y no fue nada grata. Se llamaba Orfeo y su amada Eurídice, pero sobre esto no me quiero alargar. Sabed que yo no piso en ningún momento ninguna orilla, por lo que esa puede ser la explicación a la cuestión de la mortalidad. Yo, en realidad, aún no sé si soy mortal o no, pero nunca podré averiguarlo por cuenta propia. Pequeñas, llegados a este río, a esta barca y a este barquero, nada se puede elegir, todo lo que acontece lo escribimos con nuestros actos en nuestra vida.

Y cuando más embobados y embobadas estaban en estas pláticas, Valentina le dijo a su hermana.

- Debemos irnos porque creo que alguien nos vigila, Laurita.

- Siempre te pasa lo mismo, aunque he de reconocer que casi siempre tienes razón. ¿Quién puede ser, Valentina?

- Seguro que alguien enemigo del barquero, porque si fuera amigo no se ocultaría de él y de nosotras -contestó Valentina en voz baja-.

Y en efecto, como desde el fondo del río un sonido parecido a un aullido comenzaba a oírse. El barquero, al principio, aún no se había percatado, pero luego su actitud delató lo contrario: comenzó a mirar en derredor y asir fuertemente el remo como si se lo fueran a quitar. Entonces miró a las gemelas como buscando desesperadamente una solución y dijo.

- Rápido, pequeñas, subid a la barca antes de que llegue el feroz Cerbero, el guardián del río y de las almas que inician el viaje para que no piensen nunca más en el retorno, es decir, para que desechen cualquier esperanza de volver. Os digo todo esto porque sé que me lo vais a preguntar y no tenemos tiempo que perder.

Y fue justo a tiempo, porque un extraño horrible y enorme animal, mezcla de animales conocidos, con enorme pezuñas, afilados dientes y nervudos brazos se acercaba por la orilla donde estaban las gemelas. Una vez en la barca, el barquero, las gemelas y sus amigas se fueron hacia el centro de la corriente del agua donde ésta era más fuerte. Cuando llegó el fantástico y terrible animal, emitió un gruñido aterrador e intentó saltar sobre la barca. Las gemelas mostraron su miedo, pero el barquero las tranquilizó.

- Nada que temer por más que sufran nuestros oídos. Este animal grita mucho, pero no sabe nadar y no le gusta el agua. Es más peligro por otro defecto: es un delator, un chivato y de lo que ha pasado seguro que tendrá noticia el dios del Inframundo, el dios Hades.

- Eso le iba a decir, porque ahora nos lleva en su barca, pero nosotras no queremos viajar al Inframundo, porque, aunque no sabemos exactamente cómo se vive, seguro que peor que en la Cueva de los Sueños -dijo Laurita al barquero mientras Valentina pensaba-.

- Creo tener la solución. Dígale al dios ese, el Hades, que nos subió al barco, pero que a la hora de pagar se nos cayeron las monedas a este maldito río y que nos tuvo que devolver a la orilla- improvisó Valentina mientras observaba las pezuñas del animal e intentaba mojar su mano en el río-.

- Yo debiera haber guardado los óbolos. Mi torpeza sería entonces peor que mi intención. Aquí, en este mundo del que el vuestro es un reflejo, la traición es la moneda corriente, es un pecado más terrible que la pérdida de los óbolos, que al fin y al cabo sólo sirve para el que el emigrante a la otra vida se presente sin deudas de la dignidad ante el Señor del Inframundo.

- Nos da pena dejarle sólo con el Hades ese, pero nosotras no sabemos cómo ayudarle -dijo Laurita-.

- Tampoco si podemos, porque a lo mejor es imposible, y si eso es así, nosotras somos un estorbo. Y no se moleste lo que le voy a decir, señor Caronte, pero usted no puede existir, no puede ser real si es verdad todo lo que nos ha dicho y a lo que se dedica: usted no puede ser mortal e inmortal a la vez, por lo que no puede cruzar el río y volver; por lo que nos ha dicho y por su ayuda, usted no ha cumplido su función y eso es traición, el peor de los pecados según usted; usted no puede estar permanentemente en el río, porque me he fijado que su barca toca la orilla cuando recoge un pasajero, y si su barca toca la orilla y usted está en su barca, también usted toca la orilla. Nada de lo aquí ha acontecido es real. El Cerbero ese venía por la orilla y hubiera podido alcanzarnos porque el río es sola una ilusión porque yo observé que sus pezuñas estaban secas, secas. Más aún, el río no mojaba mi mano la mano. Nos vamos a la Cueva de los Sueños, pero su Parque de Atracciones, señor Caronte es muy bueno: ¿es usted el jefe del parque o sólo un empleado? Quizá algún día volvamos, pero con dinero real, no con óbolos, que ni tenemos ni sabemos cómo conseguirlos. ¡Todo pareció tan real! -dijo Valentina dejando asombrada a su hermana-.

Una vez en la Cueva de los Sueños dijo Laurita a su hermana.

- ¡Caramba, Valentina, me has dejado asombrada, porque yo he picado totalmente! ¿Cuándo sospechaste de todo fuera un truco? ¡Todo parecía tan real! -dijo Laurita-.

- Para nosotras era real. También para el barquero. Desde el principio. Te acuerdas que te dije que ese barquero tenía una forma extraña de remar. Observé que no cambiaba de lado el remo, lo cual provocaría navegar en círculo. Y si no pudiera ser en círculo exacto por la corriente, provocaría al menos que la barca fuera de orilla en orilla.

Madrid, 2 de enero de 2011.

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