7 abr 2011

No quedará nada

No quedará nada, cariño. Es así, pero no hay escapatoria: no quedará nada. Ni del amor, del nuestro, ni de los ajenos, de los demás. Todo será polvo, sombra, nada. ¡Malditos agujeros negros! ¡Malditas distancias siderales donde sólo llega el pensamiento! Este también será polvo, sombra, nada. Ahora estoy oyendo una maravilla hecha por la humanidad: una sinfonía de Brahms. A veces oigo el Réquiem de Mozart y me digo: ¿y esto tampoco quedará? No quedará nada. Entonces, ¿para qué hemos nacido?, ¿para qué somos si nada de lo nuestro es perdurable? Que lo miserable, lo zafio, lo criminal pase, pase; pero que la excepción, lo sublime no quede, es un fracaso. Pero somos seres sin fin, sin finalidad, por eso nuestro fracaso es la existencia sin fin. No la tiene. Somos una casualidad del Cosmos, un fenómeno extraordinario, tanto si estamos solos como si otros solitarios nos acompañan. Quizá nunca podamos comunicarnos más allá de nuestra galaxia, y aún dentro de esta a lo mejor no es posible, amor. ¿Después qué? No sabemos, pero estaremos siempre solos frente a la inmensidad del Universo. Los besos, los paseos, los susurros, la emoción, la alegría del instante, a la postre, serán sólo polvo, sombra, nada. Pero decir que no seremos nada, es como decir algo que existe de alguna forma. El lenguaje no tiene palabras para designar la idea de nada, no de la Nada. Sólo me consuela una cosa: no recordar que no he existido. Eso me lleva a la idea de la inmortalidad. Piénsalo y es lógico. Pero no me fío de la lógica, porque esta es cosa de la humanidad, de algunos seres racionales que han puesto un corsé al desasosiego de la irracionalidad de la existencia. Sólo existe el instante y su enemigo: el tiempo. El instante nace y muere al instante. No es polvo, ni siquiera sombra; quizá el instante sea la sombra de la existencia, pero es fruto de nuestra conciencia, y eso me resulta sospechoso. Demasiado fácil, demasiado lógico. Te dejo amor, pero espero que la próxima sucesión de instantes la pasemos al menos juntos, hasta que el instante, como diría Goethe, se detenga. Ese será nuestro consuelo: compartir los próximos instantes, aunque sepamos que no quedará nada, que serán polvo, sombras, nada, pero serán nuestros, y eso no lo puede cambiar lo absurdo de nuestra existencia. Un beso.

Madrid, 5 de abril de 2011

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Peludo, hasta siempre

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planchando la oreja

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el mamífero perfecto

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