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Tanto me recordaba mi abuelo la influencia de la literatura clásica ibérica en el mundo y tanto me lo decía de la literatura inglesa, que decidí un día leer algo de Dickens porque decía él que “no se entiende al escritor inglés sin la picaresca del Lazarillo, del Buscón, de Rinconete, del Guzmán y demás”. Tomé un libro al azar de Dickens y fue en concreto la “Historia de dos ciudades”, quizá precisamente porque el título no me decía nada y así, sin pista alguna, el sabor de la sorpresa resultaría más agradable. Sin embargo, cuando comencé su lectura vi que no era una novela, sino una obra de teatro; que no era del aprendiz de pícaro inglés, sino de Calderón, y que no se desarrollaba en la Inglaterra victoriana sino en otro lugar y tiempo que luego saldrá a la luz. Se lo hice observar a mi abuelo y este sonrió con malicia pero con ternura, porque mi abuelo era brusco de modales por lo mucho que había vivido y... sufrido, pero de nobleza de corazón e ideales de hierro. Pasaron unos segundos y siguió su comentario: “Nieto, el libro que tienes en tus manos son muchas cosas y en el fondo es la historia de dos ciudades: Nínive y Babilonia, pero los historiadores no han descubierto por qué eso es así. Son dos pasiones, dos deseos de inmortalidad. Nino se apoderó de lo que era Nínive y la elevó a la cumbre de la civilización siríaca; Semíramis, su hija, se apoderó de Babilonia de la forma que verás y superó a Nínive cuando eso parecía imposible”. Llegado a este punto interrumpí a mi abuelo a sabiendas que eso no era de su gusto y le dije: “Abuelo, ¿por qué dices eso de los historiadores, porque lo que me cuentas, la lucha entre ciudades en la antigüedad, era muy común?”. Entonces se sentó en el sillón y dijo misterioso: “Porque esta rivalidad es realidad y metáfora de la más formidable tragedia jamás escrita: La Hija del Aire. Más aún, yo he descubierto que las pasiones de sus protagonistas están ancladas a los muros de sus conquistas, cosa que ningún historiador o poeta se ha dado cuenta. Lo que tienes en tus manos es mi versión de la genial tragedia de Calderón. Es una versión sintética, sincrética, heterodoxa. Es mi más preciado tesoro. La obra del dramaturgo áureo tiene la intensidad del Macbeth y la grandeza del Rey Lear, como sabes ambas obras del genial bardo o de quien se oculte bajo su nombre. Lee”. Y mi abuelo se quedó dormido como era su costumbre cuando se acaloraba en la discusión. Yo tomé el libro y esto es lo que relata:
“Soy Semíramis, hija del aire y de las palomas, reina de Babilonia, hija también de Derceto, diosa asiria, y quiero contar mi historia. ¡Tú, espejo entre las sombras, astro de la noche, ten paciencia por mi relato! Soy y sabes que soy inocente de lo que se me acusa y culpable de lo que se ignora, tú, testigo silencioso de mis obras, deseos y pensamientos. A ti me encomiendo, madre enlutada y protectora. Es la hora, la cita con el destino que al fin me ha cubierto, pero antes quiero dejar grabado en tu redondo espejo la verdad de la Hija del Aire, antes de que se me lleven las arenas de Arabia. Ahí abajo veo las piedras que ansían mi cuerpo: seré vuestra, pero aún no es la hora. Esta es la verdad de Semíramis, la única verdad que han de contemplar los tiempos venideros”.
El texto de mi abuelo situaba los hechos que se avecinan en Babilonia, ciudad nacida de entre los brazos maternales de los ríos Tigris y Eúfrates, y en el siglo IX aC., cuando la obra de Nabucodonosor I había cumplido su ciclo y Babilonia y toda la región, eran pasto de la conquista asiria. Sigue el texto que de una gruta en un lugar no muy lejano de las murallas de Babilonia salían unos lamentos y, sin embargo, nadie parecía oírlos a pesar de lo cerca que pasaban caravanas de mercaderes que comerciaban con el extremo Oriente y con Egipto, esa tierra siempre conquistable en los deseos. Estos eran los lamentos: “¿Sólo yo oigo tus sones, clarín de Marte, sólo tu melodía llega a mis oídos, cítara de Venus? ¿Por qué me regaláis con vuestras músicas si aquí me retenéis? Venus, Marte, ¿acaso vuestro poder no es más que el de los hados, que profetizan mil calamidades a Babilonia y sus habitantes por mi libertad? ¿Qué hados son esos que para cumplirse han de forzar el albedrío? Mi inteligencia y la razón de mis razones podrán con todas las profecías de los falsos profetas que necesitan de ti, Tiresias, maestro y carcelero, para dar gusto a sus razones. Yo traeré la paz a Babilonia y haré de la ciudad ejemplo y envidia de todos los conquistadores. ¿Por qué callas, carcelero?”.
Y en efecto, no muy lejos de la gruta, un viejo con saya, báculo y de soberbia dignidad tapábase los oídos por no oír lamentos y razones, porque no sabía cuál de ambas cosas le incomodaba más. Tiresias, que era en efecto su nombre, no hablaba, pero en silencio respondía: “Te quiero como a una hija, pero más quiero a Babilonia y a sus habitantes, y si mi corazón me pide tu libertad, mi razón me impide dártela. No puedo contradecir lo que de tan lejos viene escrito: que tú serás causa de destrucción, de guerra civil, de muerte. No quiero ver cumplirse la profecía que te ata a esa gruta. Soy viejo y mi vida toca a su fin, pero mi conciencia me ata a mi promesa.
Lo que sigue es ininteligible, por lo que debo saltar unos cuantos párrafos hasta que aparece un nuevo personaje, Menón, general victorioso del Rey Nino que por allí pasaba con su guardia, oía los lamentos de Semíramis. Detúvose Menón y se acercó a la gruta; allí vio a Semíramis y esto es lo que su imagen le llevó a decir: “Bella mujer, ¿qué o quién te impide salir de aquí? ¿Quién o qué te ha cubierto de esas cadenas, que le daré muerte a mis manos? Dime quién eres mientras te libero y pienso un castigo para tu carcelero de tal forma que el arrepentimiento sobrepase a sus razones. Mis físicos curarán tus heridas y serás huésped en mis aposentos mientras tu cuentas esas razones, las tuyas, de tu encierro”.
Y en eso estaban libertador y liberada cuando encontraron los guardias al viejo Tiresias. Enfurecido Menón, sacó su dentada espada para confiar el alma del viejo a Osiris, dios egipcio, cuando la misma Semíramis habló de esta forma: “Libertador, no deseo ese final para Tiresias, que ese es su nombre. Es un fiel servidor del rey Nino. Su pecado es creer en los hados más que en su conciencia. Su error no merece la muerte... a mano ajena. Dejadle libre, que su conciencia será su carcelero si no me equivoco”.
Accedió Menón a los deseos de Semíramis sin sospechar que ningún favor le hacía, porque el viejo guardián pensaba de esta manera: “A veces la virtud es el germen del mal. Menón, Ishtar te ha visitado y el deseo que veo nacer en ti es un desafío al destino. Está escrito que Semíramis la Bella no podrá quedar libre y las cadenas que has roto son el heraldo de la destrucción de piedras y ciudades, hombres y mujeres, viejos y niños. No sabes lo que has hecho. Comprometí mi gastada vida en ser guardián en mis últimos días y no quiero ser testigo de mi error. Aguas del Eúfrates, salí de vuestras ondas y a ellas vuelvo; no seáis crueles conmigo, yo que siempre os contemplé con la ilusión del navegante. Guardad mi alma y llevadme a la diestra de Anu, reina de los cielos, si de ello soy merecedor”.
Y Tiresias se suicidó. Y esta fue la primera victima. ¿Sería la última? Cuenta mi abuelo en el relato que Semíramis fue llevada a palacio y presentada a Nino, el Rey, y que este, al igual que Menón, se prendó de su belleza como -según mi abuelo- años más tarde y no muy lejos de esa zona del mundo, se prendó Marco Antonio de Cleopatra o, como más o menos por la misma época, se enamoró Paris de Helena, o como Medea de Jasón, el conquistador del Vellocino. Y también ocurrió, como puede sospechar el lector, que el diablo de los celos, ese Cupido del revés, se instaló en palacio como se instaló el mismo Nino en Nínive: con deseo y perseverancia. Corrió el tiempo y las guerras se recrudecieron, especialmente por el viejo Lidoro, rey de Lidia, que siempre guardaba en su corazón el deseo de hacer de Babilonia lo que nunca pudo hacer con Nínive: conquistarla, destruirla y reconstruirla, porque así, tan neciamente a nuestros ojos, se comportaban los guerreros de aquellas épocas. Pero Babilonia resistió, al igual que Nínive, y ello a pesar del empeño de este rey, que puso más si cabe al oír que sus muros guardaban la más bella mujer que jamás reflejaron las aguas del Tigres y del Eúfrates. Y, sin embargo, no era ese el mayor de los problemas para Nino, el Rey, porque sus generales Licas y el mismo Menón siempre salían vencedores de Lidoro y de cuantos generales querían apoderarse de la codiciada Babilonia. Y aquí viene la originalidad de mi abuelo según él mismo, porque Semíramis pensaba en estos términos: “Haré de esta ciudad, ya bella, algo nada imaginado; la cubriré de palacios y jardines, de muros inconquistables. Infranqueable y bella. Y sin embargo mi sueño es Nínive, de la que tanto me habló Tiresias, ciudad conquistada por Nino. A ambos dirijo mis deseos. El mundo no puede tener dos bellezas; Babilonia, has de ser única”.
Infranqueable y bella, así era también Semíramis. Al poco, Nino, siempre agradecido, llamó a Menón a palacio y entre ambos sostuvieron esta conversación:
Nino - Eres Menón mi primer general, y tanto de ti como de Licas y de Friso me siento satisfecho y honrado de vuestros servicios, y es de hombres sabios antes que poderosos ser agradecidos. Sin vosotros Babilonia estaría destruida por medos, persas, armenios, batrianos y tantos otros que nos desean, nos envidian y también nos temen. Ahora que disfrutamos de un tiempo de paz, pedidme lo que deseéis: tierras, ciudades conquistadas, honores. Hablad, mi valiente general.
Menón - Nada material quiero, rey Nino; tampoco honores, porque los que tengo me son suficientes y vuestras palabras lo avalan. Tampoco me importa la efímera fama, que para un guerrero se pierde cuando llega la paz. Mi vida está colmada, salvo un consentimiento.
Nino - Pedidlo.
Menón - Deseo desposarme con Semíramis. Yo la liberé de la prisión e Ishtar me ha uncido con el deseo y no puedo traicionar ni a la Bella ni a la diosa, porque con ambas me siento deudor. Sólo eso os pido.
Nino - Me pedís lo único que no os puedo dar, porque sea Ishtar, Venus u Osiris, o cualquier otra deidad, o sean los dioses protectores de la ciudad, también han sembrado en el Rey ese mismo deseo. También la necesidad de un heredero que apague envidias y ansias de poder. Tanto agradezco que seáis su descubridor y libertador como detesto que os pongáis en mi camino. Siento no poder daros satisfacción. Pedidme cualquier otra cosa: una ciudad, una princesa, un reino incluso conquistaré para vos al frente de mi ejército, mi valeroso general, pero ese no puedo. No pidáis un imposible. Tanto el trono como Semíramis tienen dueño, son lo único que tienen ya dueño.
Menón - Pedir que renuncie a Semíramis es como pedir que el pájaro renuncie al vuelo. Mi conciencia no me lo permite. Es Ishtar quien ha regado su deseo en mí y no puedo contradecir a los dioses. A nosotros, simples mortales, nos parecen caprichosos en sus elecciones, pero ello es porque nos contemplan desde las esferas; su perspectiva es otra y a lo que nosotros creemos que es libertad, ellos lo juzgan como necesidad. Mi rey, no tengo mas que a Semíramis; sin ella no soy nada: ni general, ni victorioso, ni justo, ni leal. Nada. Ella y mi vida son la misma cosa y no me obliguéis a renunciar a mi vida.
Nino - No se discuten las órdenes del rey, sean cuales sean sus motivos. Yo no soy un simple mortal y estoy más cerca de los dioses que lo estás tú de mí. Sois un simple guerrero, un victorioso guerrero, un magnífico general al que estimo por su valor, inteligencia y lealtad, pero al fin un guerrero que ha de obedecer a su rey. Debéis renunciar a Semíramis; ni siquiera podréis en adelante contemplarla, porque si no la veis no la desearéis.
Menón - No necesito verla porque su figura está esculpida en mi cabeza y en mi corazón, lugar este donde se fragua el deseo. No renunciaré a ella, no puedo y no quiero. Los dioses han hablado y sembrado y respetaré sus voluntades, pase lo que pase. Ahora disponed de mi vida como os antoje.
Nino - No os quitaré la vida porque eso sería como amputar una parte del reino que tanto os debe. Tus méritos son muchos, pero no pueden compensar tu desafío. Os agarráis a los dioses como el recién nacido se agarra al pecho de su madre, pero vos tenéis también voluntad para torcer los deseos de esos caprichosos seres. La mía es que no volveréis a ver a Semíramis; podréis notar su presencia, oler sus perfumes, sus ataviadas ropas. Incluso podréis oírla, pero no la veréis más. Ese es mi deseo.
Y cuenta la leyenda, en versión de mi abuelo, que a Menón, el ilustre general y conquistador guerrero, le sacaron los ojos. Fue libre de andar por palacio, porque Nino no quería que contemplaran sus súbditos que su victorioso guerrero deambulaba por Babilonia como un mendigo; fue atendido en todo por esclavas del séquito del rey, pero nunca más volvió a ver a Semíramis.
Pero sigamos, que la historia y la leyenda no se detienen porque, como decía mi abuelo, esta última “es historia, pero con la lógica de la fantasía, porque hasta la fantasía está sujeta a orden y medida por miedo a lo inverosímil”. Yo lo trascribo tal cual sin que por ello suponga el lector que yo siempre le entendía. Y no había pasado aún un año desde la ceguera de Menón que Semíramis casó con Nino; y en un año más, el Rey y su consorte tuvieron un niño al que llamaron Ninias. Es verdad que era un varón, pero tan parecido con el tiempo a Semíramis en rostro, voz y hechuras que en poco tiempo, cuando los años pasaron, hasta los sirvientes les confundían. Pero antes de llegar a esto ocurrió un terrible suceso que la historia ortodoxa recoge: Nino murió envenenado cuando Ninias, su hijo, apenas gateaba. También dice la leyenda que estas fueron las últimas palabras de Nino y la réplica de Semíramis:
Nino - Isthar, diosa del amor y de la guerra, no dejes que muera sin guerrear, pues eso es lo que soy, un guerrero sin espada. Semíramis, esposa, no puedo ya verte pero déjame que te sienta por última vez. Estoy ciego como Menón y, sin embargo, veo las arenas invadir la ciudad, destruir sus campos y jardines y abrasar a sus habitantes. Busca marido antes que lo busquen otros. Confía en Licas, mi fiel general; deja libre a Lidoro que ya es un anciano y no merece más castigo, y sobre todo....
Semíramis - Has muerto por mortal bocado. ¡Creyentes de profecías, en mí no han de cumplirse! Ahora soy reina, yo, Samuramat, hija de los dioses y del aire, criada por unas palomas, protegida de Shamash, el dios Sol. Esposo, has vivido mucho tiempo, demasiado tiempo. Que el dios Apsu te lleve por sus océanos a la otra orilla. Consentí ser tu esposa, pero nunca pude darte mi amor, sólo mi consentimiento. Me diste un hijo igual a mí en lo físico, pero igual a ti en lo de guerrear. Tampoco le falta ambición. Ahora comienza una nueva era en Babilonia. ¡Al fin soy libre para ocuparme de Nínive, tu apreciada ciudad! Ahora calmaré las ansias guerreras de ti, Ninias, y veré tu destreza. Esta será mi primera orden: que no quede piedra sobre piedra de Nínive. ¡Al fin serás única, Babilonia, y yo tu reina!
Tiresias suicidado, Menón ciego, Nino muerte, guerras inacabadas y propósito de nuevas guerras. Así comenzó el reinado de Semíramis. Pero aún faltaba algo más, porque Licas, el general en el que confiaba Nino, decía estas palabras en sueños y que fueron escuchadas por Friso, su hermano gemelo que iba a visitarle y hablar de sus campañas, como hacían siempre cuando ambos coincidían en palacio.
Licas - ¡Mi propio hermano ha matado al Rey! ¿Por qué si nunca fuisteis tan ambicioso como para esa acción inútil? Eres sólo un general que no puede aspirar al trono ni a compartir el lecho con la Reina. Soy tu hermano, pero no soy tu igual. ¿Acaso son mis victorias que no has podido igualar? Yo siempre las he compartido contigo; jamás he aspirado a ser más que tú. Ambos somos guerreros y nuestro mejor destino es morir en el campo de batalla; ambos somos generales esperando la primera derrota para dejar de serlo. Es verdad que fui el preferido de nuestra madre, pero tú lo fuiste de nuestro padre. Y de eso hace mucho, mucho tiempo, muchas guerras. Y ahora he de combatirte. Tiresias, sabio y viejo, lo sabía. Negros tiempos y fraticidas guerras nos esperan. ¡Sea así si así lo quieres, Ninurta, dios de la guerra!
Friso - ¿Eres tú, Lamashtu, dios maligno de la noche y de los sueños, quien ha puesto esas palabras en boca y pensamientos de mi hermano? Él no sabe nada, no puede saber nada. ¿Porqué tan negros presagios? Los reyes mueren como mueren los demás mortales y qué más da la forma y el instrumento. ¡Sal Luna de tu oscuridad e ilumina esta conciencia que se esconde en el abismo por tan horrible acción! Me debo a mi reina, a ella obedezco y a ella me encomiendo. Tus palabras son generosas conmigo, pero yo no soy un general tan victorioso como tú, ni tan honesto como Menón, ni tengo la dignidad de Lidoro, nuestro enemigo, pero entiendo de alianzas y de oportunidades: prefiero ser la mano derecha de la reina de Babilonia que rey de Sumeria o de Egipto. El segundo del general victorioso tiene más poder que el rey derrotado. Ayudar a Semíramis es ahora mi profesión y ha de llegar mi ocasión, porque no renuncio a nada, salvo a lo imposible. ¡Querido hermano, no deseo tu mal, pero no te pongas en mi camino! Y ahora sigue durmiendo para que esos sueños sean sólo eso: sueños.
No había pasado un año desde este suceso, desde estos sueños inoportunos, que Ninias volvía de Nínive, o de lo que quedaba de ella, según sus palabras. Aquí historia y leyenda se alejan entre sí como lo hacen los dos ríos de Babilonia cuando remontan la corriente. Mi abuelo echaba la culpa de ello a los historiadores porque decía que “desprecian la leyenda porque dicen que es inventada. No se dan cuenta que ellos inventan incluso con mayor ahínco los huecos que los hechos dejan en la lógica de los acontecimientos. Hemos inventado culturas y civilizaciones como si las diferentes manifestaciones del pasado, sus huellas, hubieran hecho a los hombres diferentes de unas a otras. Nada más alejado de la verdad. Hasta el Gilgamesh parece una novela de aventuras de nuestra época con tal de que miremos los resortes de los héroes que aparece en ella. Al final sólo dos cosas nos mueven: la manutención y el deseo, los instintos de supervivencia como individuo y como especie. Las diferencias son anécdotas, espuma de los días, polvo de nuestras pisadas, sombras de nuestros deseos”. Pero sigamos con la leyenda. Semíramis recibió a su hijo de esta manera y con estas palabras:
Semíramis - ¡Honor al guerrero y un beso de su madre, Ninias! ¿Todo se ha cumplido? ¿Al fin podrás gobernar y reconstruir a tu gusto Nínive?
Ninias - Mi honor y mi recompensa es ser tu hijo. Nínive es tuyo. Babilonia ahora es única. Agradezco tanto tus palabras que me cuesta decirte ahora lo que pienso, pero lo diré: yo no quiero gobernar Nínive ni ninguna ciudad o pueblo conquistado o por conquistar. Ahora quiero que toquen el clarín de Marte, música que tanto me gustaba oír cuando estaba en tu regazo y volvía mi padre de la guerra.
Semíramis - Sea. Pero tú no eres un guerrero como Licas, Menón o Friso. Tu padre y yo te hemos educado para algo más y más difícil: gobernar. La guerra no es un fin, salvo para los soldados. Para nosotros es a lo más un medio para recibir honores, nuevo súbditos y riquezas. Dime tus deseos.
Ninias - No madre, yo he dicho que no quiero gobernar tierras y ciudades conquistadas, no que renuncie al gobierno. Yo quiero estar a tu lado siempre, para que cuando tú faltes y sea inevitable mi presencia tenga la sabiduría y la experiencia necesaria. A tu lado lo aprenderé todo lo que aún me falta. Seré tu mano derecha mientras tanto. Ese es mi deseo.
Semíramis - Hijo, esta ciudad y este reino tienen reina que han de durar y durarte muchos años. Piensa en otras funciones, en otras metas. Tu madre está fuerte, está sana y con muchos ánimos de gobierno. Tengo la ilusión del principiante y la serenidad de los años. No es eso lo que yo quiero para ti. No necesito mano derecha porque yo soy mi propia mano derecha. Agradezco tu predisposición y ello te honra, pero no es ese tu destino.
Ninias - Seré tu sombra, madre y te protegeré de tus enemigos, incluso de tus... amigos. Eso es lo que deseo. Se lo prometí a mi padre y cumpliré esa promesa. Ahora un beso, madre.
Y Semíramis quedó consternada porque no reconocía a su hijo en estas palabras. Según mi abuelo estas fueron las palabras de Semíramis: “¡Qué rabia, ahora vuelta a empezar!”. Eran palabras terribles precisamente porque eran breves, y como los grandes personajes de la historia o de la ficción, sus obras comienzan cuando acaba su verbo. Ninias en cambio seguía pensando y lo hacía de esta manera: “Desprecias a Licas, tu general; has encadenado a Lidoro sin honores; menosprecias a Friso a pesar de serte fiel. Tiresias, muerto; Nino, muerto; Menón, ciego. No ha habido un sólo año de paz desde que la razón me acompaña. ¡Y dices que la guerra es sólo un medio! ¡Qué cinismo! Mi cariño hacia ti será mi coartada. Ambición por ambición, la mía traerá la paz. No, no he destruido Nínive porque tan bella ciudad no merece ese deseo. Mi campo de batalla será Babilonia y para este fin no necesito ningún ejército: con la discreción me basta. ¡Anu, dios del Cielo, protege mi destino! “.
Cuenta mi abuelo que, mientras esto sucedía entre la reina y su hijo, Friso y Licas, hermanos gemelos pero ahora enemigos, se enfrentaron en el campo de batalla y hasta en la bella ciudad de Babilonia, con resultado incierto en cuanto a la victoria, pero con destrucción de cosechas y vidas de campesinos y comerciantes. La peste asoló la ciudad porque los cadáveres no eran enterrados por falta de tiempo para las exequias. Pero Babilonia, la ciudad de los mil jardines y de los inmensos palacios, sobrevivió a sí misma. Semíramis siguió en el gobierno y Ninias a su lado a pesar de los deseos de la madre. No lo especifica mi abuelo, pero el lector ya podrá deducir la ira y la rabia de la reina cuando se enteró que Nínive, su odiada Nínive, seguía en pie. Esa fue la ofensa que colmó su paciencia. Ahora Semíramis esperaba todas las noches la visita de su hijo, no para darla el beso de todos los días, sino para el último beso. Semíramis hacía mucho que no dormía, y, como decía mi abuelo, “la somnolencia es el fuego donde arde la conciencia”. Una noche Ninias visitó a su madre creyendo que dormía y de sus labios surgieron estos pensamientos:
Ninias - ¡Oh, dioses caldeos, fuisteis generosos, pero no justos! Me disteis la belleza de mi madre, pero no su poder; también su valor, pero no su ambición. He sido educado para gobernar y en ese esfuerzo he perdido la niñez. Todo ha sido un engaño. He estado asido a tus faldas, madre, por una promesa que no ha de cumplirse mientras vivas. Tu empeño en forzar a los hados nos ha traído guerras, pestes, destrucción. Entre todo no hemos hecho más que destruir y destruirnos. Menón, Nino, Licas, Friso, Lidoro, yo mismo y tú, madre, no hemos hecho otra cosa que destruir. ¿Para cuando la paz? ¡Justicia y Razón, grabados por Hammurabi en piedra indeleble, no podéis equivocaros aunque la cuña de la ambición os rompan y os separen! Has tenido tu oportunidad, madre, pero tu ambición ha malogrado hasta tus mejores deseos. Soy caro al pueblo y ve en mí el futuro para Babilonia. No puedo rechazar mi destino aunque me equivoque. Duermes madre ignorando que tu tiempo se ha cumplido. Este es mi beso, mi último beso. Duerme, madre, duerme y si puedes, sueña por última vez.
Pero Semíramis no dormía. Mi abuelo no aclara que paso a continuación y la historia está confusa, pero sí escribió que Semíramis pensaba de esta manera mientras su hijo hablaba en voz baja como hemos visto:
Semíramis - No duermo, hijo, no duermo. Tampoco sueño, porque Ishtar me ha abandonado, Marte me ignora, Venus me rechaza. ¿Dónde estás Marduck, dios de dioses? No importa, porque hace tiempo que ya no creo en vosotros. Ahora sí reconozco en tus palabras el eco de las mías. Gracias por tu beso, hijo, tu último beso.
La solución de Calderón la dejo a la curiosidad insatisfecha de los lectores. Para mi abuelo nunca se supo qué fue de la reina de Babilonia. La leyenda dice que Semíramis, la hija de los cielos, volvió a ellos llevada por unas palomas. Nunca se sabrá a ciencia cierta que pasó aquella noche en que madre e hijo se hablaron por última vez sin saber que se oían, porque cualquier cosa pudo pasar y cualquier cosa pudo pasar a la historia real dado el parecido entre madre e hijo. Sin embargo, mi abuelo pone en boca de Semíramis estas últimas palabras:
Semíramis - ¿Por qué no puedo dormir? ¿Te he perdido para siempre, sueño reparador? Demasiada luz por el día y todos sombras en la noche. Yo no cambié mi libertad por tu vida, viejo Tiresias; me distes un hijo, Nino, esposo, pero los años pasaban y Nínive seguía en pie; Menón, mi general más querido, yo no te saqué los ojos: fue tu amor el que obró esa desgracia; Ninias, hijo, mi querido hijo, eras tu o yo. Te consentí todo, hasta que estuvieras a mi lado a sabiendas de tus ocultos deseos, pero mi vida no había cumplido su ciclo y su fin. Me engañaste con Nínive. Yo te di la vida y yo te la quité: nada te debo. Hubiera muerto por ti si te hubieras aceptado como súbdito, además de como hijo obediente. Y ahora a ti te hablo, sombra de las sombras, vieja dama, siempre inoportuna, porque aún necesitaba tiempo para contrariar las profecías interpretadas por el viejo Tiresias. Lo he sido todo: huérfana, prisionera, libre, esposa, madre, guerrera, reina y... asesina. De la cima a la sima. Que haya retorno, no lo sé, porque ya no creo en los dioses, al igual que no creía en las profecías. El temor a la muerte hace a muchos infelices toda la vida. Yo no, yo hace tiempo que deseo ir en tu barca, barquero de la noche. Dame las tinieblas y déjame perderme en ellas. Ahora, la nada.
No es seguro que esto pensara la Reina de los Cielos. Tampoco lo es que Semíramis siguiera gobernando o fuera Ninias disfrazado de su madre, cosa que no le hubiera resultado difícil dado su parecido, o fuera Ninias como Ninias. El caso es que sobrevino un período de paz: que Lidoro fue liberado de su estado; que Licas y Friso fueron depuestos de sus cargos y sustituidos por otros generales; que Nínive volvió a su esplendor. Todo fue pues confusión y contrariedad, pero la paz fue bienvenida, y la curiosidad por lo sucedido en palacio fue apagándose en el pueblo de Babilonia como se paga la luz de un viejo candil. Para la historia importa los hechos y la lógica de los acontecimientos; para la leyenda, no. Al menos eso aprendí de mi abuelo. No importa porque, como decía él, “el lector elegirá a su gusto y pasará por encima las incoherencias del texto, de cualquier texto, así como de su lenguaje. Sobre todo si el lector es joven, feliz e ignorante, pero sabe degustar el manjar de la invención”.
Ruego disculpen a mi abuelo por la crudeza de su pensamiento.
Madrid, 5 de febrero de 2010.
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