Antonio Mora Plaza
Recuerdo una vez que le dije a mi abuelo Berto que porqué no escribía un diario, porque alguien con una vida tan intensa como él no podría dejar de interesar a unos posibles lectores. Mi abuelo me contestó.
- El que escribe un diario tiene que elegir entre la veracidad y el entretenimiento. Casi es imposible compaginar ambos.
Yo sabía, por experiencia, que cuando mi abuelo decía casi es porque se guardaba un as bajo la manga y le pregunté.
- Háblame del “casi”. Dime alguna obra que compagine ambas, algún diario de alguien que casara lo que tú dices.
Mi abuelo me sorprendió, como casi siempre.
- No existe, porque casar ambas es imposible… si se parte de lo real. Sin embargo, puede hacerse si el diario es inventado, pero de tal forma que tenga toda la apariencia de real, incluso aunque sea de tema fantástico. Por eso lo del “casi”. Existe esa obra. Sólo te daré una pista: cárpatos.
Fue suficiente. El relato que sigue me la inspiró, pero sólo fue eso, inspiración, porque en realidad casi todo parece vuelto del revés. He dicho casi. El que lea lo que sigue comprenderá lo del casi. Así comienza el relato.
Descansando estaban Laurita, Valentina, la gata Zinga, la urraca Marni y la rana Ojazos de todo un día de juegos en La cueva de los sueños, porque tantos espejos les permitían no ser vistas sin esconderse estando a la vista de todos. Era un juego muy divertido, porque casi siempre ganaba quien conseguía más reflejos en los espejos, porque de esta forma era más difícil adivinar donde estaban realmente cada una de ellas. Y si además se movían hacia atrás o hacia delante, era más difícil todavía porque el reflejo del reflejo impedía saber la dirección del movimiento real; más aún si hacían que avanzaban y en realidad retrocedían. Poco a poco las gemelas y sus amigas iban aprendiendo los trucos de La cueva de los sueños o de los espejos, que así también la llamaban. Ya en el descanso dijo Laurita a su hermana y amigas.
- Esto es muy divertido, pero yo quiero nuevas aventuras. Quiero conocer cosas nuevas, países nuevos donde haya gente que baile y coma chocolate; y también niños de nuestra edad para invitarles a nuestra cueva. ¿Qué te parece Valentina? ¿Y a vosotras, Zinga y Marni?
- Parece divertido, pero para nosotras eso es desconocido y lo desconocido es peligroso, porque tan desconocido es para nosotras lo desconocido como desconocidas somos nosotras para los que no nos conocen y a lo mejor creen que vamos con malas intenciones.
- ¿Pero Valentina, acaso no somos inmortales? Lo hemos comprobado otras veces. No envejecemos, no cumplimos años ni lo celebramos, y esto último es la mejor señal.
- Sí, pero recuerda que lo somos mientras sepamos volver a la cueva. Fuera envejecemos, pero cuando volvemos nos quedamos con la misma edad que cuando entramos por primera vez. Por eso tampoco envejecen nuestras amigas, pero todas nosotras ahí fuera podemos morir por un accidente -contestó Valentina toda ella tumbada y mesándose los cabellos-.
- ¿Y vosotras, qué opináis, amigas? -pregunto Laurita-.
- Sí, viva la aventura, pero donde haya ramas donde posarse y pequeños objetos, ya sabéis porqué -dijo Marni, la urraca-.
- A mí no me gusta moverme, salvo que sea imprescindible, y siempre por tierra. No quiero vuelos imprevistos ni charcos asquerosos, y menos ahora que me he vuelto vegetariana como Patucas, la araña. Yo os acompaño si me prometéis un fogón calentito al resguardo de la lluvia -fueron las palabras de Zinga, la gata comodona-.
- Bien -dijo Valentina-, propongo lo siguiente. Que nos cojamos de la manos, soñemos y deseemos a la vez, cada una con sus deseos; y ya sabéis que soñar y desear no son la misma cosa, porque hay deseos que siempre permanecen en los sueños y nunca llegan, y sueños que cuando despertamos no deseamos haber soñado, a pesar de que sabemos que son sólo sueños. Pero esta cueva es extraña, como sabéis, y aquí, para bien o para mal, no se puede distinguir la realidad, los sueños y los deseos, porque todas estas cosas son la misma cosa. Bueno, es un lío, pero a esa conclusión he llegado -dijo Valentina mientras pensaba que la palabra conclusión le había salido de la boca sin saber exactamente lo que era-.
Y eso hicieron. Se cogieron de las manos y desearon lo que habían dicho y alguna cosa más, porque ya tenían edad las gemelas y sus amigas como para ocultar algunos deseos que, sin saber porqué, no les gustaban hacer hablar de ellos. Pensaron, soñaron, y tanto soñaron y pensaron que se encontraron a la entrada de un extraño castillo, negro, alto, muy alto, con las puertas abiertas. Estaba en una montaña y desde el castillo se divisaban cumbres nevadas y nubes por debajo de ellos. Valentina dijo entonces en voz alta.
- Esto es muy extraño.
- Claro -contestó Laurita-. En cualquier sitio que no hayamos estado forzosamente es extraño.
- No, no me refiero a esa extrañeza, sino a la extrañeza de la incoherencia -replicó Valentina-.
-¿Incoherencia? ¿De dónde has sacado esa palabra? ¿Qué significa? -dijo Laurita, soltándose de la mano de su hermana y desabrochándose la blusa porque tenía calor-.
- No lo sé, es algo que me ocurre, ya lo sabes. Me llegan palabras extrañas. Verás, lo que quiero decir es que no parece normal que siendo esta montaña más alta que las demás, en esas demás haya nieve y nubes por encima de éllas y aquí tengamos hasta calor.
- Pues ahora que lo dices, tienes razón. No importa. Ahora entremos porque la aventura no parece que esté aquí fuera, sino dentro, porque en todos los castillos no pasa nada fuera y todas las intrigas están entre sus muros -dijo Laurita con extrañeza de sí misma. En esto que Valentina, entre risas, replicó a su hermana.
- ¿Intrigas entre muros? ¡Vaya frase! Y luego dices que yo digo cosas raras. Pero bueno, entremos si nuestras amigas Patucas, Zinga y Marni no se oponen.
Miraron las amigas de las gemelas, con caras mitad de miedo y mitad de intriga, afirmando temerosamente con la cabeza. Lo primero que vieron fue una enorme estancia llena de columnas que apenas divisaban su final; también puertas ojivales muy bonitas. En el centro había una gran mesa muy iluminada con todo tipo de manjares hechos de carnes, especies y vegetales; con frutas del bosque, variados zumos y pasteles, muchos pasteles. Cada cosa reflejaba su propia luz y todo parecía iluminado. Laurita y Marni, la urraca, ya se lanzaban a tan suculenta mesa cuando Valentina les dijo, como hablando para sí misma, pero en voz alta.
- Esto es muy extraño.
- ¿Otra vez con lo extraño? Claro, no es de extrañar que te resulte extraño porque nunca hemos estado en un lugar como este -dijo Laurita parándose y como enfadada-.
- No. Al igual que antes no me refiero a extraño como desconocido sino como incoherente -replicó Valentina con los brazos en jarras-.
- Otra vez con esa palabreja. Busca un sinónimo, Valentina, porque esa palabra te domina.
- ¿Sinónimo? Veréis: ¿no os habéis preguntado que todo esté tan iluminado y que sin embargo no haya luces ni lámparas? No puede ser. Eso ocurre sólo con las luciérnagas, como su propio nombre indica, ¿pero desde cuando una tarta de chocolate emite luz?
Y Laurita y la urraca se sentaron en un escalón que precedía a la mesa de los manjares y se quedaron pensando: Laurita rascándose la cabeza y Marni picoteándose sus plumas. Mientras tanto la gata Zinga había desaparecido. Y cuando así de ensimismadas estaban todas, un enjambre de moscas salió de no se sabe donde diciendo como en un murmullo.
- Bienvenidas a un lugar de acogida que existe desde siempre. Nuestro dueño os desea una feliz estancia. Aquí tenéis cuanta comida queráis, porque si se acaba habrá más, porque no veréis ni sentiréis que se agota. Dentro tenéis amplias habitaciones y confortables camas. También agua caliente. Una cosa: en las estancias hay muy poca luz, pero suficiente para reconoceros. Otra cosa más: no hay espejos, pero detrás del castillo hay un gran charco helado donde podréis patinar y ver vuestras imágenes reflejadas. Buen apetito.
Y las moscas desaparecieron como habían venido. A continuación todas, hasta la araña Patucas que llevaba Laurita en un bolsillo de la falda, comieron de todo hasta saciarse. Entonces les entró una modorra y quedaron dormidas al pie de los escalones. Al cabo de un rato despertó Laurita porque oyó un ruido raro y vio algo que le sorprendió sin saber porqué. Dijo en voz alta.
- Hermana, mira a esa mujer que está escalando una de las torres. ¡Con qué facilidad lo hace! Debe tener mucha fuerza.
Valentina hacía un rato que estaba despierta, aunque con la resaca de la copiosa comida, había visto lo que le señalaba Laurita y replicó.
- Sí, mucha facilidad, sobre todo porque sube ¡sin escala ni cuerda alguna! ¿No te has dado cuenta?
- Tienes razón, pero eso es imposible en el mundo real.
- ¿Y cómo sabes que estamos en el mundo real? -le dijo Valentina-. Nosotras vivimos en una cueva que a nosotras nos resulta real, pero que no sería real a nuestros padres o, incluso, a nosotras mismas cuando salimos de La cueva de los sueños.
- ¿Incluso? Bueno, ya hablaremos de esa palabra, porque esto si es un misterio si esto es el mundo real -dijo Laurita-.
- Y si no estamos en el mundo real, también el misterio está en cómo salimos de un mundo irreal, porque una cosa es entrar en una cueva irreal rodeada del mundo real y otra cosa distinta es cuando todo el mundo es irreal, porque en ese caso no podemos salir aunque salgamos: ¿no te parece? -señaló Valentina mientras permanecía absorta contemplando a la mujer que subía por la torre del castillo como si nada-.
Medio asustadas, pero satisfechas por la comida, se fueron adentro, hacia las estancias que las moscas-murmullo les habían prometido. Vieron muchas habitaciones, cada una con su cama, pero todas buscaron la estancia con la cama más grande, porque las gemelas y sus amigas dormían juntas. Incluso Zinga, la gata, había aparecido muerta de miedo, y de tal forma que se metió debajo de la cama. Durmieron, pero entre sueños oían murmullos como voces. No entendían lo que decían, pero aquello parecía que estuviera lleno de gente que conversaba. De vez en cuando se oía una voz más alta que otra, pero enseguida alguien señalaba silencio con los labios. Veían también figuras entre sombras, pero no les asustaban porque eran bonitas figuras que caminaban lentamente en los aires, con ligerísimos vestidos. Nunca vieron un movimiento brusco, sino que todo era como una danza lenta, muy lenta. Olía además todo muy bien, todo muy perfumado, como a sándalo. Y en mitad de la noche se levantó Laurita para ir al baño cuando tropezó con una mesa y tiró algo al suelo. Lo recogió y era un libro. Volvió a la cama y despertó a su hermana.
- Valentina, mira lo que he encontrado. Parece un diario porque al principio dice: “Diario de Lucy”. ¿Lo leemos?
- Laura, eso no está bien. O eso dicen las personas mayores.
- Bueno -replicó Laurita-, pues entonces cuando lleguemos a mayores no lo leemos y ya está, pero de momento somos unas niñas.
- Pero Laura, si lo leemos ahora y no lo leemos cuando seamos mayores de nada servirá porque recordarlo es equivalente a leerlo. Eso es una incongruencia-.
- ¿Incongruencia? Cada día estás peor. Pero, razón de más para leerlo, porque ninguna de las dos sabemos lo que significa incongruencia.
- Está bien, lee, porque la curiosidad rompe cualquier incongruencia -replicó Valentina aburrida del empeño de su hermana-. Ambas abrieron el diario por cualquier sitio y este es el texto que encontraron:
“Mi querida Lucy. Hoy vuelvo a ti con el pecho dolorido. Ya son más de dos años de tu ausencia y tu imagen es aún más nítida, más definida, más bella que la primera vez que te vi. Sabes que eres mi alimento y mi vida. Todo sin ti son noches y sombras. Nada consuela a un eterno moribundo. ¡Si al menos fuera mortal! Es tu amor lo que me haría mortal, es el único sentimiento que mitiga mi desgracia. Ni las bellezas de estos parajes en invierno ni el olor de las flores en primavera ya me sirven de consuelo. Condenado a la existencia y a tu ausencia, es una doble condena que nadie merece. Todas las leyendas sobre mi son falsas, inventos de las criaturas para mantener alejados a ladrones y curiosos. Sólo cambiaría tu amor por la risa, ni siquiera por la mortalidad. Pero si así eres feliz, yo no lo cambio por nada, por nada,… por nada”.
- Pobrecillo. Parece muy desgraciado, pero algo de lo que dice no nos resulta extraño -y ahora empleo tu palabra-, aunque sí que diga que la inmortalidad no le hace feliz, al revés que a nosotras. Eso sí es extraño -comentó Laurita-.
- Pero ya has visto lo de las nieves y nubes, lo de las moscas murmurantes, lo de la mujer que subía sin escalas, lo de la iluminación sin luces. Puede ser que estemos en un castillo, quizá en un país que todo funciona al revés. Ve al final del diario, porque otra cosa extraña del libro es que parece que es un diario de esa Lucy, pero parece escrito por alguien que se dirige a Lucy.
Hizo Laurita lo que le pedía Valentina y vieron un nombre.
- Valentina, hermana, pone “Dracul, conde de los Cárpatos”. Nunca hemos visto a un conde. Si tenemos suerte y vive en alguna de estas cientos de habitaciones a lo mejor le vemos.
- Te recuerdo que fuera de la cueva somos vulnerables. Ya lo sé, es otra palabra extraña, pero ahora estamos en otra cosa. No sabemos las intenciones. Además relee el tercer punto y seguido -dijo Valentina preocupada por la ingenuidad de su hermana-. Y Laurita leyó en voz alta el tercer párrafo: “Sabes que eres mi alimento y mi vida”.
- Puede ser una exageración. Eso es como cuando yo te digo: “si vuelves a darme otro susto igual te mato”. Tu sabes que no lo voy a hacer, pero lo digo, aunque no sé porqué. Y ahora que lo dices, también podría ser una cosa que a lo mejor tu no sabes, hermana, que ahora me ha venido a la mente -dijo Laurita como satisfecha-.
- ¿Qué cosa?
- Metáfora. ¿Qué te parece? ¿Sabes lo que significa?
- Creo tener una idea, pero dímelo a ver si coincidimos, porque si coincidimos podremos estar más seguras de lo que sabemos -le replicó Valentina en tono amable a pesar de todo-.
- Metáfora es como una imagen, como un espejo que refleja lo que queremos decir con imágenes, aunque lo real y lo que se refleja sean muy distintos.
Y como reflexionando, continuó Laurita.
- Yo no le daría más importancia al diario.
- Quizá tengas razón, pero lo que es un lío es quien lo ha escrito, porque al principio dice “Diario de Lucy” y al final aparece “Dracul” -dijo Valentina-.
- Creo que lo mejor será seguir durmiendo, porque a veces los sueños cambian la realidad. O a lo mejor esto lo estamos soñando y lo real esté al despertar. Por la mañana leeremos más párrafos del libro - dijo Laurita con cara de extrañeza-.
- ¿Párrafos? Ya no soy sola -repitió Valentina mientras se reía a mandíbula batiente-.
Durmieron todas. Bueno, todas menos la gata Zinga, que no pegaba ojo porque olía azufroso, y ese olor la ponía nerviosa. Por la mañana encontraron la mesa de nuevo llena de manjares. Sin embargo, en la mesa parecía que había un comensal. Laurita le dijo a Valentina.
- Mira que estatua más blanca hay en la mesa. Está muy bien esculpida -vaya palabra, pensó la propia Laurita-. Tiene un peinado de señora, pero parece un señor por las arrugas de la cara.
- Precaución Valentina. Yo también observo otras cosas. Mira que el vestido se mueve por el viento.
- Lógico, Valentina, todos los vestidos se mueven por el viento -dijo Laurita-.
- Sí, pero aquí los nuestros no se mueven, luego, ¿hay o no hay viento? Además fíjate que uñas tiene tan largas. Para ser una estatua de piedra las uñas parecen de verdad. A mí el corazón me pide irnos, pero la cabeza, no sé porqué, me dice que es mejor ir a la mesa sin hacer caso a la estatua -dijo Valentina-.
- Como si no estuviera. Perfecto, porque con algo que no se mueve podemos hacer como que no existe, cosa casi imposible si tiene movimiento. Vayamos. Además tengo hambre y el hambre me impide pensar, no como a ti, Valentina, que piensas mejor hambrienta.
Se acercaron las gemelas, aunque no la gata Zinga, ni la urraca Marni, que voló a lo alto de una torre del castillo para contemplar la escena. Comieron sin quitar ojo a la estatua. No se movía, pero Valentina, muy observadora, dijo a su hermana.
- Juraría que la estatua está menos seria que antes.
- Eso es imposible, porque entonces no sería una estatua sino una persona -contestó Laurita-.
- ¿Y de dónde hemos sacado que es una estatua? Es verdad que no se mueve, pero, por ejemplo, los mimos que no se mueven parecen estatuas y no por ello dejan de ser personas. Además, ¿quién vestiría a una estatua sentada a una mesa? ¿Y quién o cómo ha llegado hasta aquí, porque ayer no estaba? Y si de verdad es una estatua, ¿quién la ha puesto ahí? ¿Porqué no nos ha saludado esa persona? ¿Por qué nos teme o quiere que la temamos?
- Valentina, te haces muchas preguntas. Come, nos vamos y ya está.
Eso hizo Valentina mirando de reojo. Y cuando estaban acabando los manjares, especialmente la inmensa tarta de chocolate que estaba exquisita, una voz profunda y grave como saliendo de la estatua dijo.
- ¡Oh no me abandonéis tan pronto, mis pequeñas invitadas!
Valentina y Laurita se levantaron como impulsadas por un resorte y dieron un paso atrás. La voz continuó.
- Yo soy el conde del diario que habéis visto. He contemplado vuestros sueños que demuestran la pureza de vuestros corazones. Hace años que no hablo con nadie… humano. Aquí podéis permanecer cuanto tiempo queráis e iros cuando queráis también. Nada ni nadie os lo impedirá. Yo pertenezco a otro mundo, al mundo de las sombras y sólo puedo estar a la luz en forma de estatua. Vuestras estancias están por eso iluminadas, para que nadie, ni yo mismo, pueda haceros daño. Debéis prometerme que la carta leída la olvidaréis, que sé que podéis, a diferencia del resto de los humanos. Ahora seguir comiendo que no quiero importunaros.
Eso hicieron las gemelas, más por precaución que por hambre. Pasaron unos eternos segundos y Laurita preguntó a la estatua.
- ¿Porqué estáis solo? ¿No tenéis amigos? ¿Cómo os entrenéis?
Y la estatua contestó.
- En mi mundo no existe la amistad, porque la inmortalidad lo impide. Somos como los dioses del Olimpo, pero sin más cualidad que la mera existencia. Sí, estamos solos porque asustamos a aquellos que el temor, el deseo de riqueza, el egoísmo, ha teñido sus corazones. Se han hecho adultos, que dicen vuestros mayores. Sólo los corazones puros como los vuestros temen sólo a lo desconocido. Ese es un temor natural, porque la bondad no cubre a todos los seres. Mis antepasados fueron crueles y ese es mi castigo y mi fama. Se me acusa de hechos horribles que no he cometido. Y sin embargo, no soy perfecto porque la mortalidad en mí sólo es posible si mi alimento es esa cosa roja que corre por vuestras venas y arterias. Pero no temáis, porque yo he renunciado a la mortalidad desde que conocí a Lucy, la mujer del diario. Estuve a punto de acabar con ella, pero he caído en la inmortalidad y renunciado a ese alimento. Sé que Lucy vive. Sólo deseo que su recuerdo me consuele toda la vida; y llamo “vida” a esto por llamar algo entendible a mi existencia. Vosotras y vuestras amigas sois libres de hacer lo que os pida vuestros deseos.
Entonces Valentina, Laurita y sus amigas acabaron de comer, se cogieron de la mano y desearon volver a La cueva de los sueños, a su hogar. Y una vez de vuelta, dijo Laurita.
- Me ha dado mucha pena, más aún que El monstruo del Laberinto. Parecía tan triste y tan solo, y así para siempre. Y pensar que estuvo a punto de matar a la chica del diario. Eso hubiera sido horrible. Tenemos que volver a verle porque ahora somos sus únicas amigas -dijo Laurita dirigiéndose a su hermana-.
- Ni lo sueñes, Laura, ni lo sueñes -replicó Valentina mientras se sentaba abriendo un libro-.
- ¿Y eso? ¿No te da pena? -preguntó Laurita-.
- Porque he recordado una historia que nos leyó Guille, el chico que iba dos cursos por delante de nosotras. ¿Te acuerdas que le gustaba asustarnos leyéndonos historias de miedo? Pues tengo aquí el libro que nos leyó y su final es distinto de lo que nos ha contado el conde -dijo Valentina con mucho énfasis-.
- No recuerdo nada. Quizá es que yo no estuviera ese día. ¿En qué es distinto?
- Que Dracul sí mató a Lucy.
Madrid, 28 de octubre de 2010