25 nov 2009

El error del legalismo


Antonio Mora Plaza

Parece que la derecha política, sus medios de comunicación, sus periodistas a sueldo fijo, la patronal, instituciones nacionales, internacionales (Banco de España, B.M., FMI, Comisión Europea, Sr. Trichet, etc.), que fallan siempre en lo principal y aciertan en lo accesorio por un simple cálculo de probabilidades, están macerando poco a poco esa supuesta reforma laboral que tanto repiten con diversas modalidades expresivas cuanto ocultan su contenido. En efecto, nadie se atreve a decir lo que hay que hacer y yo creo que por al menos 2 motivos: a) por cobardía política que conlleva el cargo institucional -que no estrictamente político- cuando se accede a él con la conciencia turbia en cuanto a los méritos y en cuanto a los fines; b) porque no están seguros de lo que piensan por temor a que la receta esté equivocada. Y tienen motivos para pensarlo.

Intelectualmente el neoliberalismo ha sido derrotado por la realidad, no por ninguna otra ideología. No ha pasado la prueba de la práctica. Y los que abren la boca para emitir sonidos que vayan en la dirección de una supuesta reforma laboral (o estructural, que tiene más empaque el término) son neoliberales, confesos o avergonzados, pero lo son. La razón es muy clara: una crisis sobrevenida sin que los asalariados hayan pedido ninguna reivindicación especial, con paz laboral salvo hechos concretos -no se dice puntuales-, y no sólo en España, sino en todo el mundo, especialmente el rico; sin que los asalariados hayan participado en los manjares de épocas pasadas de vacas orondas y lechudas; sin que ahora protagonicen ninguna reivindicación especial, pero que sí sufren las consecuencias; estos neoliberales desvergonzados, digo, que proponen ahora una reforma a costa de quien no ha sido protagonista ni actor secundario, que ni siquiera fue convocado a los castings de las riquezas, es algo que debe sonrojar a cualquiera por más poca vergüenza que se tenga. Hago excepción de esto al Sr. Rajoy, que no le afecta esto de la vergüenza porque no ha dicho nada concreto sobre la reforma, aunque grita estentóreamente, atropellando las palabras, al estilo de Fraga; este señor no tiene un adarme de conocimiento de economía, de análisis económico. Este hombre ignora lo que ignora y no le niego que eso le de felicidad. Quizá haya leído el libro de Gabriel García Márquez, “Cuando era feliz e indocumentado”. Quizá es que ni lo necesita.

Decía que no están seguros de la receta estos neoliberales con sueldo fijo y asegurado porque deben pensar cuando se retiran a sus lares: ¿si esto que estoy defendiendo ahora para la crisis, estas recetitas, siempre las mismas, pase lo que pase, es lo que he defendido hace ya décadas -quizá ya tres-; si estas han sido las políticas que hemos practicado desde nuestros soleados y amplios despechos en instituciones de campanilla y, a pesar de eso -¿o quizá por eso?- ha sobrevenido lo que tenemos encima, cómo estar seguro de que las mismas recetas que nos han llevado a esto -o al menos no lo han evitado-, nos van a servir para salir del atolladero? Pero ¡cuidado!, que han encontrado una solución a su inutilidad: que sean los sindicatos y los líderes sindicales los que convenzan a los suyos de que no hay otra salida más que esa supuesta reforma laboral y que sean ellos los que destapen su contenido, porque no nos atrevemos ni siquiera a enunciarla. Esto es lo que deben pensar, sí. ¡Pobrecitos, que terribles cuitas! No nos merecemos sus desvelos.

Y en esa etapa estamos. Y como quiera que hay que ser siempre constructivo para no caer en el mismo error que estos neoliberales cobardes, ahí van 3 medidas imprescindibles para combatir la crisis en la que estamos y la que se avecinaría si no se hacen las cosas de acuerdo -aunque parezca una paradoja- con la ortodoxia del análisis económico y no de la ideología.

a) Insisto que a corto plazo, cuando la demanda agregada por el lado de su componente principal, el consumo, ha caído; cuando la inflación está contenida; cuando las renta derivadas del trabajo están cayendo, hay que ser ortodoxo y... iniciar un proceso de gasto público para inversión pública y social en torno al 10% de nuestro PIB a costa del déficit y de la deuda pública. No hay otra. Esta no es una medida para salir de la crisis sino para no perpetuar el estado de cosas actual, para no caer en la próxima. Los supuestos empresarios españoles no se dan cuenta de que ellos no tienen un problema de costes... sino de ingresos. No es que los costes de las empresas hayan aumentado derivado de los costes laborales, es que han disminuido sus ingresos derivados de la bajada de sus ventas como consecuencia de la caída de la demanda agregada, a consecuencia, a su vez y ahora, de la caídas de las rentas de los trabajadores a consecuencia del aumento desmesurado del paro, por un ahorro popular -que alienta el registrador de la propiedad del P.P.- ahora suicida para los intereses generales por miedo al futuro. Los únicos costes que han aumentado en las empresas son los financieros. Si cada empresa analizara estos hechos en lugar de fijarse sólo en los contratos temporales que tiene para mandar a casa a sus titulares, si tuvieran un mínimo conocimiento de sus costes reales, sus costes unitarios y por productos, lo sabrían. No lo saben y el que menos lo sabe es su jefe, el Sr. Díez Ferrán. Lástima.

b) El mercado laboral español se ha mostrado muy flexible, porque ha despedido mucho sin que el cierre de empresas -las de verdad, no los chiringuitos o las tapaderas- hayan cerrado ni mucho menos al mismo ritmo. Esta es la prueba del algodón del error de atribuir a los costes laborales las causas de la crisis. Nada de reformas jurídicas en estos momentos sobre los contratos. Sólo una: un aumento notable del salario mínimo de los contratos temporales. No se va a acabar con la precariedad o temporalidad con reformas legalistas - de ahí el título de este artículo-, sino con un cambio que permita dar opción real al empresario, contratador o simple capataz. En efecto, con una división en 2 del salario mínimo según contrato fijo -es decir, el de los costes de despido actuales- y del resto de la contratación, permitiría a los empresarios honestos y de verdad competir en condiciones de ventaja frente a los que utilizan la temporalidad, no por necesidad estratégica, sino por sus bajos costes -nulos- de despido. De esta forma, el empresario de verdad tendría dos opciones reales: o contratar con costes de despido como los actuales, pero con salario de convenio actual, o contratar temporalmente, es decir, con nulos costes de despido, pero con costes mensuales salariales mucho más elevados. Esta idea se incardina bien en la filosofía de los salarios de eficiencia que hace tiempo que ha salido a la luz en otros países y en el análisis económico. Seguimos en el terreno del análisis económico solvente, porque el neoliberal, el de la desregulación, el de cuanto menos Estado mejor, el del que el mercado es la solución, ha salido derrotado por los hechos, el solito, sin hacer nadie mayor esfuerzo. Lo tenían todo a su favor: habían derrotado al keynesianismo, llenaron las cátedras de neoliberales, proliferaron los mba, las empresas de negocios, premios nóbeles, Bush, Aznar, falsos socialdemócratas como Blair, payasos a su servicio como Berlusconi, países antaño del Este con furor proyanqui, etc., todo y han sido derrotados... intelectualmente, por ellos mismos y por los hechos. En España le dio la puntilla aquel representante de la patronal con la teoría del paréntesis.

c) Creación de una banca pública, aunque sea en ciernes, pero que vaya actuando como tal aunque se conceda que no se le llame así para evitar infartos de neoliberales de corazón delicado. Algo se está haciendo en Francia y en otros países con los facilitadores del crédito, intermediarios captados desde lo público, etc. La razón es obvia: el sector financiero -todo, no sólo la banca- no provocan las crisis porque no les interesan, pero su comportamiento ex-post hace que la perpetúen. No es un comportamiento maligno, sino un caso claro de incumplimiento del principio smithiano de que buscando el interés particular se consigue el general: aquello de la mano invisible, ¿se acuerdan? En efecto, bancos, cajas y demás empresas que directa o indirectamente conceden créditos, miran en los momentos de crisis sus cuentas de resultados para mantener liquidez y solvencia. Ocurre que al hacerlo así, rompen la cadena de creación de dinero y crédito, porque los créditos de unos son los ingresos de otros. No entraré en esto porque el fenómeno es bien conocido. El caso es que se produce una restricción del crédito general buscando el interés particular. Es algo parecido al dilema del prisionero en la teoría de los juegos. Seguimos con la ortodoxia económica. Una banca pública que actuara conscientemente de este hecho, mirando por los intereses generales, vendría como de perlas -Cervantes diría como de molde- en momentos como estos. Por supuesto que esta política crediticia supondría un aumento de la morosidad y del impago de esta banca que debería ser cubierta en sus aumentos marginales desde los presupuestos del Estado -de todo el Estado, es decir, del Estado de las Comunidades, no se olvide-.

Todas las demás reformas no sirven a corto plazo para combatir la crisis ahora, serán necesarias quizá -o no- para otros plazos, otros menesteres, otras necesidades, pero ahora habría que concentrarse en lo que hay que hacer para que tenga efecto a corto plazo. Las milongas con las que han distraído a los sindicalistas y trabajadores como las del cambio de modelo, mejorar la educación profesional de los trabajadores -tendría que ser la de los empresarios-, la mejora del I+d+i, etc., son necesarias en otras calendas, van a venir por añadidura y no van a crear más empleo del perdido, porque el trinomio, suelo-especulación-recalificación, es imbatible, para lo bueno y lo malo, y de lo bueno era crear empleo.

AMP, economista - Madrid, 24 de noviembre de 2009

17 nov 2009

Ten cerca a tus enemigos

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Antonio Mora Plaza

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Cuando se leen las últimas encuestas, cualquiera se quedaría perplejo de la intención de voto de la derecha: a pesar de los casos cuantiosos y graves de corrupción en la Comunidad Valenciana; a pesar del espionaje en Madrid entre personajes y facciones de la derecha gobernante; a pesar de los casos de Jaume Matas y del presunto mafioso, Sr. Fabra; a pesar de que la corrupción ya salpica a las comunidades de León y Galicia; a pesar de todo esto, el P.P. sube de votos con respecto al PSOE y también en términos absolutos. Es un hecho grave esta berlusconización de la derecha, porque eso lleva a formas protofascitas, como ya ocurrió en Italia en los años 20 y en Alemania en los 30 del siglo XX. No se trata de una berlusconización de la sociedad española en general, sino que atañe el fenómeno a la derecha política y sociológica. Parece claro -e históricamente demostrado- que una de las grandes virtudes de la Democracia en su lucha contra la corrupción y otras formas de atentado contra el Estado de Derecho -eso es la corrupción, un atentado contra las normas supremas de la estructura jurídica del Estado- es la alternancia de partidos en el poder, que limpien la corrupción, aunque con el peligro siempre latente de que la oculten en parte.

Eso es la corrupción en general, pero en España entraña un fenómeno particular de la derecha que puede llevar a confusión. En este país nunca se ha consolidado un partido de derecha democrático, aunque de derechas. Los intentos del siglo XIX por parte de algunos prohombres de la Restauración como Cánovas o Maura fracasaron en su intento y, a la menor dificultad, dejaron sus responsabilidades en manos de los militares, cuando no los alentaron (pronunciamientos en el XIX, golpes de Estado en el XX). Lo ocurrido en el siglo XX con la derecha es trágico para la democracia en este país: el golpe fascista del 36 y los 40 años de dictadura acostumbró a la derecha sociológica y política, a la jerarquía eclesiástica[1] y a los militares, a gobernar desde las estructuras del Estado, desde sus instituciones, sin crear un partido de derechas, democrático, nacional y de masas: ello ha impedido crear en definitiva una derecha política democrática. El intento último fue el de UCD y murió en el huevo, antes de nacer de verdad, sin apoyo de las masas franquistas sociológicas que deberían otorgárselo: demasiada hipoteca con el pasado, porque sólo la izquierda y, levemente, alguna derecha nacionalista se habían acostumbrado a la oposición y a la lucha contra la dictadura. Y de esta guisa y sin solución de continuidad, llegamos al P.P. actual, con uno de los presidentes -el Sr. Fraga- que fue varias veces ministro a las órdenes del dictador; con una presidenta de la Comunidad de Madrid, una analfabeta funcional, de estilo verdulero, que parece salida de la Sección Femenina franquista, que se dice liberal, pero que intenta colocar a su acólito, el Sr. Ignacio González, en Caja Madrid a toda costa, aunque el hombre no tenga ni idea de finanzas; con un Camps que es la nueva sonrisa del régimen del P.P. y que es capaz de burlarse del juez que le interroga sin ningún miedo al Estado de Derecho, Estado que él debiera proteger; con un Gallardón de maneras más respetuosas, pero igualmente reaccionario y cobarde; con ese tal Arenas, señorito andaluz donde los haya, que cree que desde la supuesta -pero falsa- ignorancia de sus posibles votantes podrá ganar alguna vez las elecciones andaluzas; y de su presidente nacional, El Sr. Rajoy, registrador de la propiedad en excedencia, muy ignorantón el hombre también -sobre todo en economía-, que ejerce del tópico gallego y con un grave grado de inmadurez como persona. Por no hablar del aparentemente retirado, el Sr. Aznar, un falangista tardío (ver lo que escribía en el diario de La Rioja[2] cuando era joven), que mintió y se burló de sus votantes con lo de las “armas de destrucción masiva”, y que dio dos golpes de Estado jurídicos al saltarse las resoluciones del Consejo de Seguridad y apoyar el genocidio de Irak (Faluya), pasando de largo al Parlamento (como denunció el jurista, catedrático y rector D. Gregorio Peces Barba). Ahora, los más presentables sólo confían en el Sr. Rato, huidor de responsabilidades (FMI), que llegó a ministro de Economía sin ser aún licenciado en economía y que, para no meter la pata, siguió la línea del economista profesional del PSOE, el Sr. Solves. Eso sí y a pesar del tópico reinante, incluso dentro de los sindicatos, fue un pésimo ministro de economía: en impuestos sacó del IRPF los rendimientos del capital y les puso un tipo único (el 15%); eliminó la acción de oro del Estado en empresas estratégicas; convirtió en silencio administrativo positivo la utilización del suelo para la construcción; colocó a los amiguetes de Aznar en presidencias de empresas públicas o semi y luego las privatizó (ejemplo: Telefónica, Villalonga y sus ruinosas inversiones en Brasil); no avanzó nada -más bien retrocedió- en inversión I+D+i pública; record en déficit de comercio exterior (un 78% en tasa de cobertura); 800.000 inmigrantes sin legalizar, sin cotizar, pero siendo explotados por las empresas; record de siniestralidad laboral, etc.

Esta es la derecha que tenemos, heredera mayoritariamente del franquismo, que sólo aspira a ocupar el poder para dar gusto a sus huestes insaciables, cueste lo que cueste, aunque haya que mentir (el 11-M), aunque haya que poner en tela de juicio -sin ninguna prueba- a policías, jueces, fiscales, al resto de los partidos y sindicatos. Para la derecha la Democracia es sólo un sistema electoral que se ha de respetar hasta cierto punto. El resto del Estado de Derecho, como la presunción de inocencia, el habeas corpus, el Estado de Bienestar, el respecto a las instituciones, el propio Parlamento, son meros obstáculos que ahora y de momento hay que sortear si se puede. Todo esto se deriva de un núcleo duro de unos 8 millones de votantes[3], sociológicamente franquistas que, si no son suficientes para gobernar, son imprescindibles para mantener la expectativa de gobierno. De ahí las encuestas. Por eso sigue un ex-ministro de un dictador y criminal (proceso de Nuremberg) como presidente del P.P. Este y no otro, no otra ensoñación, no otra deseada derecha inexistente es con la que se enfrenta la izquierda y los sindicatos. Hay que tener cerca a esta derecha, en efecto. Eso al menos nos enseña Mario Puzzo y Coppola en el Padrino: ten cerca a tus amigos, pero ten más cerca aún a tus enemigos. Y yo añadiría para la izquierda y los sindicatos: pero sabiendo lo que son y no lo que te gustaría que fuesen.

Madrid, 17 de noviembre de 2009



[1] “El brazo secular de la religión”.

[3] Ver los dos artículos sobre las elecciones europeas de Ignacio Urquizu y de Carles Castro en “Claves de la Razón Práctica”, n. 194, de julio/agosto del 2009.


Peludo, hasta siempre

Peludo, hasta siempre

la luz es el optimismo de la razón

la luz es el optimismo de la razón

muros, ni para lamentaciones

muros, ni para lamentaciones

¿Por qué?

¿Por qué?

planchando la oreja

planchando la oreja

¿naturaleza muerta?

¿naturaleza muerta?

el mamífero perfecto

el mamífero perfecto